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Bloqueo, censura, veto o anulación

Por Carlos Cantero O.- Estas palabras: bloqueo, censura, veto, anulación o eliminación de personas en las relaciones interpersonales, responden a una semántica violenta, de sometimiento, autocrática, de prohibición. En algunos casos es una acción explícita y en otras veladas, hipócrita, mimetizada, amparada en testaferros o ingenuos funcionales. Responde al abuso de quien ejerce ese poder, propio de gestiones autoritarias o dictatoriales. Pero, no nos equivoquemos: esto también es habitual en democracia, particularmente por ignorancia, soberbia, cuando no hay argumentos o, en el caso institucional, cuando la élite esta poco dotada, es inepta, incompetente, se beneficia ilegítimamente o requiere un entorno de mediocridad para sus abusos.

En la sociedad digital y las redes sociales cada vez es más común observar el bloqueo, la censura, el veto sobre la opinión, pensamientos, creencias, la fe, incluso por cuestiones estéticas, cuando operan algunos espíritus inquisidores. En otros directamente se busca “eliminar”, “excluir” o “borrar” digitalmente a quien resulta incómodo. Es un generalizado negacionismo cultural de la otredad, lo distinto, lo ajeno, lo que desagrada o molesta. Los algoritmos de las redes sociales lo han reconocido como una conducta aceptada incorporando el botón “like” o “me gusta” y también el botón para bloquear o anular a las personas.

Es una actitud o conducta aceptada culturalmente, particularmente en el ámbito privado o de la intimidad. Que esto ocurra en las redes sociales como parte de las relaciones interpersonales no parece grave, a no ser que se lleve al extremo en cuyo caso el abusador quedará disminuido y solitario en esas redes, seguido solo por acólitos o incondicionales. Incluso en algunos casos es considerado higiénico y positivo para la salud mental, especialmente cuando opera el denominado “troleo” (se utilizan anglicanismos), que es la provocación o ataque programado y permanente, especialmente entre “amigos”; también en el de los “spammers”, es decir, usuarios molestos o poco afines que incomodan o simplemente no gustan; aplica el fenómeno del “ghosting” que quiere decir fantasma, es decir, el abandono al otro, sin mediar palabra, razones ni explicación alguna. Es silenciar a la otra persona, eliminándola de las redes o contactos, para que la otra persona comprenda y asuma en sentido anulador de esa acción.

Lo grave es que estas conductas están migrando desde el íntimo mundo virtual de las redes sociales, transfiriéndose al mundo institucional (organizacional), al cotidiano laboral, cuando afecta la pertenencia y la membresía institucional, traicionando la fraternidad deseable y declarada, poniendo en grave cuestionamiento la “tolerancia”, “la diversidad y el pluralismo” como parte del clima organizacional, incluso en lo global, nacional, regional y local. Es decir, cuando se produce la “Normosis” y se asumen como normales, prácticas completamente anormales y abusivas. Esto no es una argumentación teórica, ajena o alejada de la realidad. En los años recientes hemos visto este tipo de situaciones hasta la saciedad, a nivel nacional e internacional, en lo público y privado, en instituciones de diversa naturaleza: políticas, religiosas, éticas, filosóficas, empresariales, espirituales, educacionales y culturales.

Esto se da cuando el bloqueo, censura, veto, anulación o eliminación o cualquier tipo de abuso o exceso se hace parte de la cultura institucional y para evitar molestias los miembros de esas instituciones dejan hacer y pasar esos abusos, eso que se llama «lenidad». Es decir, se expresa la incoherencia e inconsecuencia, una complicidad por inacción, aquello que la filosofa Judío-Alemana Hannah Arendt, denominó “la banalidad del mal”. Cuando unos pocos abusan, en medio de la mediocridad, inacción o permisividad de las grandes mayorías. Da lo mismo si es con buena o mala intención, por torpeza, incompetencia, ignorancia, ineptitud, mediocridad o estupidez. Es peor cuando la motivación es el aprovechamiento de unos pocos habilitados.

Esta situación no nos resulta ajena y, por el contrario, se hace cada vez más habitual en el país, al interior de instituciones de diversa naturaleza, públicas y privadas, incluso en la sociedad civil. Se atropellan principios y valores fundamentales, se atropella el orden jurídico y constitucional, se vulneran derechos básicos, de la persona natural y/o jurídica. En Chile las observamos cotidianamente, los medios dan cuenta de estas conductas, las he observado en instituciones a las que tengo pertenencia. Las asumo como prácticas que buscan el sometimiento o anulación de una contraparte, el control por medio de la amenaza, para denotar que una determinada instancia tiene poder para unilateralmente anular o bloquear a una persona o institución.

Esta conducta no es una cuestión sesgada, pasa en todo el espectro político; en lo público y lo privado; hombres y mujeres; entre ricos y pobres; y, entre jóvenes y viejos. Es propio de la naturaleza humana y este proceso crece aceleradamente. Pero, también lo hace el proceso en el que cada individuo eleva su consciencia sobre la inconsciencia, la bonhomía sobre la maldad, el sentido de comunidad sobre el individualismo, el altruismo sobre el egoísmo, el nosotros (nos) sobre el “yo”, entendiendo que uno es todo y todo es uno, indefectiblemente.

Cuando no se reacciona a tiempo, luego será muy difícil detener el proceso, que siempre termina mal, como un acto estéril. Frente al abuso y radicalización siempre será necesaria la vía equilibrada, una oportunidad para la ponderación representativa, de un camino del medio que interprete a las grandes mayorías. La resiliencia frente al bloqueo, censura, veto, anulación o eliminación de personas en las relaciones interpersonales, las relaciones institucionales y la cultura organizacional, es posible y deseable con proactividad, con el buen uso de los medios que la sociedad digital, sus redes sociales y plataformas nos entregan a todos, las que usadas apropiadamente permiten superar estas impropias conductas.

Carlos Cantero es  geógrafo (UCN), Master en la Universidad de Granada y Doctor en Sociología en la UNED-España.