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El general sonrojado…

Por Javier Maldonado.- … de vergüenza. Tarde, pero como dicen, no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague… aunque esto, bien mirado, también sea relativo. El broncíneo jinete, fundador y comandante del regimiento Cazadores (en aquellos tiempos los hacendados podían fundar y financiar regimientos de la especialidad que fuese), montado en su caballo “Diamante”, pasó piola demasiado tiempo gracias a la pésima memoria e ignorancia histórica de los santiaguinos y de los chilenos. De pronto, fue descubierto y sólo por estar en el lugar y en el momento equivocado, claro que quienes lo pusieron allí lo hicieron con su qué. A sus espaldas y detrás de las ancas de su caballo de guerra está emplazado el obelisco dedicado al presidente José Manuel Balmaceda a quien Baquedano ayudó a derrocar.

En la guerra civil de 1891 fue comandante del ejército parlamentarista asumiendo como presidente provisional a la destitución del presidente Balmaceda y, como tal, hizo la vista gorda ante los ataques personales, saqueos y destrozos de las propiedades y viviendas de los partidarios del Presidente depuesto, alentando las acciones de odio político desatadas por las turbas conservadoras partidarias de los golpistas y de la Junta revolucionaria de gobierno que perseguían a los liberales balmacedistas para asesinarlos, lo que hicieron sistemáticamente hasta 1895.

Quizás quienes hoy reclaman un rechazo colectivo y profundo a la así llamada violencia ciudadana, se dieran el tiempo necesario para leer la historia política-militar-policial de Chile y enterarse de cuándo y cómo se origina esa violencia institucional y social. Quizás no les convenga recordar que la Constitución del 1833 fue precedida por una feroz guerra civil; que la Constitución de 1925 fue producto de un golpe de estado manu militari, igual que la Constitución de 1980, también a resultas del golpe civil-militar alentado por el gremialismo universitario, el empresariado y todos los habituales tontos útiles financiados por la CIA y la interpósita persona de Agustín Edwards, dueño de El Mercurio, periódico que dirigió ideológicamente la conspiración contra el presidente Balmaceda y contra el presidente Allende (más de cien años conspirando y financiando el caos y, cómo no, la violencia política).

Tampoco hay que olvidar que el ex campo de concentración de Baquedano fue uno de los siniestros y obscenos lugares de reclusión y torturas administrados por el ejército,  siempre vencedor y jamás vencido, eslogan que no sólo es tonto sino que, además, falso.

Los héroes de la patria se dividen en los de dulce y los de agraz. Los primeros no son muchos; los segundos hacen nata. Hay quien sostiene que algunos de ambos fueron inventados, creados, por el historiador Diego Barros Arana, como un recurso destinado a conmover el alma de los chilenos con un paradigma épico que el relato histórico, basado en una realidad aproximadamente objetiva, no ofrecía. En conversación con Francisco Antonio Encina, a propósito de la carencia histórica de caracteres relevantes expuesta por el historiador, Barros Arana lo miró seriamente y le replicó, literalmente: “Si la historia no nos ofrece hombres modelos, es deber del historiador hacerlos” (en Francisco A. Encina, La literatura histórica chilena y el concepto actual de la Historia, capítulo II, pág. 76). Luego, entonces, el escepticismo y la duda quedan instaladas. La historiografía reciente nos ofrece nítidos ejemplares de estos héroes de pacotilla manufacturados para un mercado de consumo atento a toda novedad. Hoy se consumen héroes con una avidez digna de mejor causa. Sólo falta que al pie de sus monumentos pueda leerse la frase comercial: “Made in China”.

Algunos quieren proponer la retirada de Baquedano de la reconocida plaza de la Dignidad, ayer, o anteayer, Plaza Italia. La cosa es adónde. Bueno, quizás los patios de la Escuela Militar quieran recibirlo; o a la entrada del regimiento Cazadores (de  su fundación); quizás en el Club Militar, en los faldeos del cerro Manquehue; tal vez en la Escuela de Caballería de Quillota o, por qué no, en algún lomaje de la región de Tarapacá, mirando hacia el horizonte a la orilla del mar, que lugares no faltan. Pero no puede seguir conduciendo desde su falsa altura monumental, la monumental expresión de desprecio a lo que él parece estar representando en ese lugar de privilegio. Con él montado en su caballo allí, la plaza debería llamarse de la Indignidad. En estos días, en la conmemoración de la expresión popular de octubre del 2019, el general Baquedano, al fin, se puso colorado recordando quizás, en su coraza de bronce, sus reconocidas y siniestramente premiadas acciones represivas y genocidas contra los lejanos antepasados de los mismos que hoy expresan su malestar redecorando creativa y artísticamente su pedestal.

Y, como si este relato no bastara, Manuel Baquedano puede lucir un prontuario que, explicablemente, ha sido ocultado por la historiografía al servicio de la oligarquía. Como comandante de las fuerza militar chilena que ocupó en 1869 la Araucanía y tuvo relevante participación personal en las matanzas genocidas de nativos mapuche en Malleco y Renaico. Por ello es comprensible el sentido de las banderas del wallmapu ondeando a su alrededor, reavivando así la memoria colectiva.

Pero eso no es todo. El pretendido heroísmo del general Baquedano queda abolido  cuando la musa de la Historia se hace presente con el ceño fruncido. Fue tentado por el Partido Conservador para asumir la candidatura presidencial que sucedería a Aníbal Pinto. Fue senador por Santiago y por Colchagua. Es decir, de inocencia política, nada. De heroísmos castrenses, sólo los literarios de la pluma del ex rector Diego Barros Arana.

 

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