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El sacrificio del retorno «seguro»

Por José María Vallejo.- Detrás del “retorno seguro” y de la “nueva normalidad” hay mitos y realidades. Realidad es que la vida no será la misma con la llegada del coronavirus, y no hay forma de que volvamos a cómo éramos antes. El COVID-19 no se va a ir. Igual que el resfrío o la gripe, formará parte de la convivencia de los seres humanos, incluso si se hallara una vacuna.

Lo anterior no puede significar en ningún caso que debamos volver a la “normalidad” como si fuera cuestión de “acostumbrarse” al virus. Ese parece ser el patrón de pensamiento de La Moneda, y del Ministerio de Salud a la hora de tomar decisiones sobre las vidas de millones de personas al intentar forzar un retorno a una normalidad que ya no existe.

Seamos claros: de este virus no se sabe casi nada y hasta hace poco ni siquiera sabían en qué condiciones se usaban las mascarillas o cuáles eran los criterios correctos para la contabilidad de los infectados. Ni los más eminentes infectólogos del mundo se han puesto de acuerdo sobre el origen o características epidemiólogicas, o entender cómo se propaga y qué efectos tiene el coronavirus, al punto que ahora recién se están descubriendo sus serios efectos neurológicos.

¿Cómo, entonces, puede haber un conocimiento tan experto en Chile que es capaz de anunciar carnets de recuperación o la idea de que podemos retornar a las actividades que antes eran habituales de una manera “segura”? ¿De dónde surge esta capacidad oracular?

La respuesta es que no hay tal capacidad ni conocimiento. Piense un momento en lo siguiente: si esta pandemia no hubiera sido de coronavirus sino de, por ejemplo, ébola, ¿cree usted que se habrían hecho cuarentenas parciales o que habrían dejado que la gente anduviera por la calle tan libremente? ¿O que alguien se hubiera arrancado (en auto o en helicóptero) a su segunda o tercera vivienda? De ninguna manera. Incluso los protocolos de contención de la Organización Mundial de la Salud (OMS) frente a virus como el ébola son extraordinariamente estrictos.

Hace poco más de 15 años, incluso, se dio en Chile un brote inesperado de una bacteria llamada Leptospira que provoca una infección con alta potencialidad de muerte muy parecida al Hantavirus. Tanto infectólogos privados como personal del Instituto de Salud Pública (ISP) procedieron con gran cautela. ¿Enviaron a los infectados a su casa? No. ¿Les pidieron que se quedaran en cuarentena en sus hogares? No. Al contrario, los dejaron en aislamiento total y con medidas de protección extraordinarias, porque no se sabía lo que era.

15 años después, enfrentados de nuevo a un virus desconocido, del que no se sabe su comportamiento y que ya ha provocado más de 200 mil muertes en el mundo, se procede como si fuera un resfrío. No hay lógica que pueda explicar este comportamiento. Frente a un virus cuya potencialidad en la salud (qué decir de su potencial mortalidad) apenas se empieza a vislumbrar, existe el atrevimiento de anunciar un retorno “seguro”.

En los colegios, el Ministerio de Educación debió asumir la imposibilidad de tal cometido. No existe la superficie en los establecimientos para mantener las distancias sociales necesarias para evitar el contagio. No la hay, así de simple. Sacaron la cuenta y se percataron de que ni siquiera era posible retornar con turnos dobles o triples. Lo mismo pasa en las oficinas, en las industrias.

Es entendible la lógica, la racionalidad detrás de la decisión: es un esfuerzo por no detener toda la economía. Y, claro, es posible que haya contagios y muertes. Y también es posible que el miedo a la cesantía y la falta de recursos sea mayor que el miedo a la muerte en muchas personas. Pero seamos claros. Los que deben retornar a sus puestos de trabajo, arriesgarse en un transporte público atestado en horas punta para después someterse al mismo escenario en el retorno, o atender público en condiciones inseguras y reciclando equipos de seguridad (cuando los hay) no son los altos ejecutivos de las empresas. Y no lo serán. No veremos a altos miembros de directorios de sociedades anónimas en ese riesgo.

La recuperación de la economía, por lo tanto, a medida que los seres humanos aprendemos a convivir con el COVID-19, implicará el sacrificio de muchos frente a un virus que aún no conocemos bien. Y alguien tomó la decisión de ese sacrificio.