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La compleja búsqueda del sentido de la vida

Por Antonio Leal.- Heidegger nos dice que el hombre se pasa la vida ocultándose  y tratando de que le oculten su realidad, de que es un ser mortal. El das Man se escapa, quiere fugarse de la realidad que implica la mortalidad y busca un espacio, un lugar que adormezca la posibilidad de la muerte.

El miedo y la incertidumbre son dos de los sentimientos que han acompañado la evolución de los seres humanos a lo largo de la historia.

El miedo tiene que ver con la angustia y la aprensión. La incertidumbre es el reflejo de la falta de certezas del mundo actual.

Esto porque, en medio de la primera pandemia global de la historia que universaliza el riesgo, la amenaza de muerte ha dejado de ser una voz lejana. Ella se muestra a plena luz del día y nos despierta cada mañana en forma de número o dato que se nos aparece en una pantalla.

Ver también:
Sócrates y las pandemias

Justamente en el momento en que un acontecimiento límite nos hace evidente nuestra finitud, es cuando afloran intensamente los temas de nuestra existencia: muerte, libertad, intimidad, sentido de la vida. La filosofía nos ayuda a pensar, y eso es algo que necesitamos mucho en un momento de profundos dilemas, de angustia y de sentimiento de vacío que nos anidan.

Adquirimos conciencia de nuestra fragilidad como seres humanos, pero también del planeta que habitamos. Y, frente a ello, surgen diversas actitudes: una de ellas es asumir que no podemos cambiar lo que nos ocurre, que somos prisioneros de las circunstancias y que no hay nada que hacer.

La segunda es aceptar que, efectivamente, no podemos cambiar lo que nos ha ocurrido, pero sí podemos cambiar nuestra actitud hacia dichas circunstancias.

La tercera, es tratar de hacer, encerrados en la cuarentena, lo mismo que hacíamos antes pero de otra manera y ligar a esta forma de enfrentar las cosas la idea de que retomaremos todo desde donde lo dejamos, que nada cambiará significativamente después de la pandemia.

Y la otra, la que requiere estar dispuesto a hacer una apuesta con el futuro, es repensar esas preguntas filosóficas profundas que pocas veces nos asaltan en la vida, preguntarnos ¿hacia dónde va el ser? ¿hacia dónde va mi vida? ¿Para qué vivir? ¿Quién soy? ¿De dónde vengo y a dónde voy? Preguntarnos acerca de nosotros, de qué hacer, del tiempo, y transformar la pandemia más que en un año perdido en nuestras vidas, que es una sensación extendida, en un tiempo de  oportunidad para hallar o reconstruir un propósito, que es lo más profundo del sentido de la vida.

Ello implica comprender que la vida no viene con un guión escrito y que tampoco el destino está configurado. El sentido de la vida está en hallar un propósito, encaminarlo en una dirección.

Jean-Paul Sartre, padre del existencialismo ateo, nos dice que cada uno de nosotros es un pro-yecto que está sin hacer y ha de configurarse; proyecto porque está arrojado hacia un futuro que depende de su decisión y que, por lo tanto, es creación suya. Es el hombre el que debe asumir su existencia libremente y su estar en el mundo le obliga a crear, a construirlo, por lo tanto, a inventar los valores en cada momento, en cada época, dado que los valores metafísicos radicados en la divinidad ya no están, Dios ha muerto, como diría
Nietzsche y solo nos queda crear nuestros valores para construir nuestro propio futuro. La invocación del filósofo alemán es “vivir quiere decir arrojar todo el tiempo lejos de uno aquello que tiende a morir”.

Parafraseando a Kant, las personas que por su carácter irrepetible son insustituibles, poseen la dignidad indisociable del ser humano de incidir en su propio destino y a ello, por grande que sea el obstáculo, los seres humanos no debiéramos renunciar.

Sin embargo, la pandemia -que implica miedo, pérdida de rutinas, angustias por pérdida del trabajo, quiebres familiares, incluso frustraciones entre los jóvenes por no poder acceder a una educación presencial que comporte niveles de sociabilidad aceptables para construir una historia común con sus pares- encuentra terreno fértil en la desesperanza porque hay un vacío existencial previo que muy bien analiza el sociólogo francés Gilles Lipovetsky, señalando que el sujeto posmoderno al no saber hacia dónde encaminar su sentido, se ha vuelto hacia sí mismo, busca el goce inmediato en función de la actividad del momento y le cuesta proyectar a largo plazo. La pérdida de esa motivación, que puede ser incluso fugaz o hedonista, agudiza la desesperanza y el no sentido.

Influye también, como lo plantea el sociólogo inglés Anthony Giddens, el que la sociedad actual esté regida por una “pluralidad de sentidos”. Ya las opciones no se encuentran limitadas por las creencias y valores que ofrecían las grandes instituciones, que de alguna manera, ordenaban y brindaban los usos y costumbres sociales.

Justamente la ruptura de los parámetros de certidumbre y certeza dejan al individuo sin un asidero cultural bajo el cual dar respuesta a los dilemas existenciales y todo ello, en tiempos de pandemia, se agudiza porque se hace más difícil al sujeto identificar el camino, la perspectiva de su propia vida cuando todo aparece ensombrecido por los límites establecidos, incluso en la restricción de libertades de movimiento y de contactos, para disponer de la capacidad de raciocinio que implica la elección de un proyecto, de un propósito.

Nada estará donde lo dejamos. Sin embargo, a diferencia de Zizeck, creo que las pandemias no hacen revoluciones. ¿Sobrevendrá una primavera del amor después del coronavirus? ¿El mundo será más solidario, más empático,  y nosotros seremos los otros? No lo sabemos, pero lo claro es que estamos al final de un gran ciclo histórico, en una época de reconfiguración de lo social y de la vida humana misma, y donde las respuestas actuales del capitalismo neoliberal no logran resolver los grandes temas de la crisis social –con sociedades que saldrán fuertemente empobrecidas- de la crisis ambiental y de la crisis migratoria y ellos serán temas acuciosamente pendientes que globalmente se deberán enfrentar como parte de la “nueva normalidad”.

Antonio Leal, Sociólogo, Master y Doctor en Filosofía, Post Doctor en Filosofía del Pensamiento Complejo