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Joaquín Lavín contra una nueva realidad

Por Carlos Pontigo.- La derecha más tradicional ha dado mil explicaciones del por qué, nuevamente, han ungido a Joaquín Lavín Infante como carta presidencial. Si bien las últimas semanas de contingencia política ha sumado teorías y capítulos para un nuevo libro de jugadas, mi apreciación sobre la razón que lleva al alcalde de Las Condes a la carrera por la piocha de O’Higgins es mucho más simple: es lo que hay. Descrito en su sector como la carta que “mejor interpreta las necesidades y anhelos de los chilenos”, Lavín Infante competirá en las primarias de su sector por la presidencia luego de ser proclamado por unanimidad por el Consejo General del partido y dejar en el camino a Evelyn Matthei. El tercer intento del economista en 22 años: pero su primera primaria en un territorio desconocido para todos los analistas luego del descalabro de los partidos ante la emergencia de los independientes en las elecciones de mayo.

Con tres contendores en la primaria (unos más desconocidos que otros) y la sombra de José Antonio Kast atomizando los votos de la primera vuelta, la aventura de Lavín Infante se ve como un ticket para abordar el Titanic. Los icebergs que flotan en esta ruta marítima son las alcaldías perdidas por la derecha en Santiago, Maipú, Estación Central, Ñuñoa y otras comunas emblemáticas para el gremialismo. Siguiendo con la metáfora pop, podemos proyectar que Lavín Infante nos quiere hacer creer que ver la misma película por tercera vez, nos permitirá asistir a un final diferente.

En mi opinión, Lavín Infante sigue rodeándose de ese séquito de asesores desconectados de la realidad social que le interpreta al oído “las necesidades y anhelos de los chilenos” y que se sirve de su carisma e influencia para instalar una narrativa que suena a la canción del verano: repetida ad infinitum sin ningún asco ni expresión de vergüenza detrás de la careta sonriente. En portadas de diarios, noticieros, programas de servicios, la frecuencia modulada, despachos en vivo, el programa de conversación política de la mañana del domingo, del domingo en la noche y -madrugador como el buen religioso- en el matinal del lunes siguiente. Esa voluntad encomiable es su mayor mérito, probablemente, creen sus allegados.

Estos cercanos me lo presentaron y me reconocieron alguna vez que “muy poca gente ha podido arrebatarle una hora y media de agenda al eterno candidato”. En mi caso, ya lo he contado antes, la vida comunitaria me instaló como improvisado recaudador de las platas necesarias para blindar la campaña de su esposa como concejala de la Municipalidad de Santiago en 2004, la que consiguió como primera mayoría nacional. Un poco antes, el influyente Patricio Cordero (QEPD), mano derecha de Lavín Infante, concertó la cita en que Lavín Infante, una decena de taiwaneses y yo nos reunimos en el restaurant “El Danubio Azul”, de barrio El Golf, para entregarle los recursos necesarios para la discreta aventura política de su mujer. En palabras del propio Cordero, el alcalde “estaba corto de dinero” y, la falta de experiencia política de la improvisada candidata, había impedido que el partido financiara esta campaña.

Si bien no me considero una persona que tropiece dos veces con la misma piedra, no soy rencoroso, pese a que en este mismo período, el alcalde me pidió bajar mi candidatura a concejal por Santiago para privilegiar la de su esposa. Golpeado y arrasado, me puse a completa disposición del triunfo de quienes me arrebataron un genuino proyecto político y comunitario. Mi contacto comercial de años con la comunidad china y taiwanesa me permitió reunir la respetable suma de $50 mil dólares entre una decena de empresarios, cuya única condición para este préstamo, fue conocer en persona al alcalde y presentarle sus inquietudes como ciudadanos de un país que los abrigaba a 20 mil kilómetros de su historia.

De vuelta a “El Danubio Azul”, el día de la cita crucial, expliqué a Lavín Infante cómo este compromiso de la comunidad taiwanesa se basaba en la admiración, la confianza y la filosofía comunitaria de esta cultura. Por su parte, los financistas plantearon su buena fe de que el alcalde valorase “este aporte cariñoso y de alta estima”. Finalizada la cena, acompañé a Joaquín Lavín a su auto. Saliendo a través de sus guardaespaldas (Ricardo y “El Pollo”), el agasajado me tomó del brazo y, desde lo más sincero de su fuero político, me dijo: “¡Carlos, te pasaste te debo una.!! Muchas gracias”.

Si esto hubiese sido “El Padrino”, de Francis Ford Coppola, probablemente este favor, esta deuda de honor, se hubiese traducido (mínimo) en un café de vuelta, pero la única manera de llamar la atención del alcalde, senador y candidato presidencial a partir de entonces, ha sido anticiparme a la compra de sus dominios de internet: LavinPresidente.cl o Lavin2022.cl entre otros.

Me pregunto a partir de entonces, ¿cuánto debe valer la lealtad, la palabra o el honor de un estadista?. Más que su Patria, probablemente, como diría Vito Corleone,para cerrar esta figura. No mucho después de esta cita con los financistas taiwaneses, le oía al mismo Lavín Infante relativizar la economía y aporte de esta comunidad en Chile: “Hay que dejar de lado a los chinos”, decía como parche revitalizador de la industria chilena. Me sentí defraudado como persona y también como representante de estos financistas.

¿Quién podría dudar de los talentos de un eterno candidato que dice sí sonriendo a todo?, ¿de un devoto numeral Opus Dei fiel a esas convicciones, pero también a oscuros patrones como el Choclo Délano?. Cuando me sacaron del tablero edilicio de Santiago, mi puesto lo ganó un prometedor Felipe Alessandri a quien el tiempo le dio su oportunidad, pero también le dio su justo pago recientemente. Es lo que ocurre cuando las decisiones las toma un conjunto de personas alejado del pulso real y ciudadano: dejas contentas a 50 personas, pero a 500 mil desconcertadas.

Quizás conquistemos una vez más la cima del viejo refrán: las sociedades tienen las autoridades que merecen. Por algo venimos saliendo de un segundo mandato legítimo y democrático del peor presidente que la memoria recuerde. Tener a Lavín Infante en La Moneda puede ser la guinda de la torta para una temporada digna del olvido: estallido social local, pandemia global y el retorno de los fundamentalismos como en Brasil y Bolsonaro, como ocurre cuando los organismos tienen bajas sus defensas bajas y se dejan doblegar por un virus disfrazado de proteína, como el Covid-19.

Actualmente, el mapa de las candidaturas confirmadas y posibles para este 2021 es terreno irregular para Lavín Infante. Mucho “fuego amigo” representado por los incipientes nombres de Ignacio Briones, Mario Desbordes, Sebastián Sichel y sobre todo el efecto disgregador de José Antonio Kast. Por otro lado, el “fuego cruzado” va desde la metralla que significan Yasna Provoste y Paula Narváez hasta la artillería pesada de Gabriel Boric y Daniel Jadue. ¿Carlos Maldonado?… dicen que fuma.

Si Lavín Infante no gana los comicios, puede seguir intentándolo. Tiene la juventud de su parte, la tozudez de quienes gustan engañarse a sí mismos. Mal que mal, Joe Biden lo logró a los 80 años. Quizás si deja la sonrisa de lado, podamos ver al fin un verdadero proyecto político y social. Cada vez que oigo que Joaquín Lavín Infante se levanta para una nueva campaña presidencial, aplaudo su perseverancia, pero el sentido común menea la cabeza. Es imposible que Lavín Infante sea presidente de Chile. “Primero llegan los comunistas al poder”, habría dicho alguien en broma antes de ponerse pálido.

Carlos Pontigo es Presidente asociación Técnicos Jurídicos y Afines de Chile