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Una teoría para tratar de entender el 30 de abril en Venezuela: ¿Fue una trampa de Maduro?

Por Simón Carreño Rodríguez.- La oposición venezolana tenía previsto movilizarse masivamente el miércoles 1 de mayo. ¿Por qué amaneció un día antes en la calle? ¿Cuál fue la razón estratégica para liberar al principal líder que se encontraba preso político del régimen de Nicolás Maduro? ¿Por qué tomarse una base militar sin armamento ni equipos?

Todo lo ocurrido el 30 de abril en Caracas parece haber sido una trampa muy bien urdida por parte del círculo de defensa del palacio de Miraflores, y es la clave del engaño la que permite entender mejor la cadena de acontecimientos confusos.

La jornada comenzó a primera hora de la madrugada, cuando Leopoldo López fue liberado por funcionarios de la policía política de Maduro, el SEBIN (Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional) las señales parecían promisorias. Daba la impresión de que por fin se generaba la esperada división de las Fuerzas Armadas.  La liberación de López fue el gatillante para adelantar un movimiento en la oposición, y en particular en el círculo del presidente encargado Juan Guaidó, en orden a que podrían tener el apoyo de militares. La señal del 23 de enero pasado, cuando funcionarios del SEBIN había secuestrado al mismo Guaidó, pero lo liberaron tras la reiteración de la promesa de que los uniformados que apoyaran la caída del dictador serían amnistiados.

Se les dio a entender que ese era el momento, esa era la jornada. La estrategia implicaba que grupos uniformados les darían acceso a la base militar de La Carlota, y que tenían el apoyo y la venia del Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, el general Adelino Ornelas, un rol clave que significaría la grieta definitiva y que la oposición esperaba.

Para Guaidó, esta podría ser la oportunidad. En poco tiempo se encontraba junto a Leopoldo López, con un grupo de soldados, y esperaba conseguir -ahora sí- la movilización popular que consiguiera desbordar al resto de las Fuerzas Armadas, la que se esperaba el pasado 23 de febrero, la misma estrategia que consiguió botar al dictador filipino Ferdinand Marcos en los 80, y hacer caer el muro de Berlín: la apuesta era que los militares no pudieran disparar a sus compatriotas y acogieran la transición a la democracia.

En el transcurso de las horas, el silencio de Maduro y su círculo hacía parecer que esta intentona estaba funcionando. La gente empezaba a agolparse en las calles y a concentrarse en las inmediaciones de la base La Carlota.

Pero a media mañana apareció el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, con el alto mando militar, y varios de los uniformados que estaban con listones azules en sus brazos se devolvieron diciendo que les habían “engañado” para apoyar la asonada (un argumento débil… ¿qué clase de “engaño” pudo ser? Nadie estaba en condiciones de ofrecerles más de lo que se les había ofrecido antes, es decir, una amnistía).

En las calles y en las redes sociales la consigna era que “es el momento”, “esta es la hora” de recuperar la democracia.

Cuando a media tarde debieron salir de la base, y Leopoldo López se refugió en el consulado chileno y luego en el español, la situación ya no parecía lo que se inició en la mañana.

Pero ahora, el régimen de Maduro puede acusar de intento de golpe, de ocupación ilegal de instalaciones militares. Hizo retornar a la SEBIN al general Gustavo González, y ya comenzó a anunciar (desde la Fiscalía Nacional) acusaciones contra los involucrados.

Si la tesis del engaño del régimen madurista resulta cierta, significa una falla de inteligencia en la estrategia opositora y, ciertamente, un error táctico relevante al adelantar un movimiento pacífico que iba a ser un día después. Y significa que se debe sacar de la ecuación de la posibilidad de una grieta importante en las Fuerzas Armadas.

La estrategia debe cambiar.