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¿Quo Vadis PPD?

Por Antonio Leal.- Es simbólico que el debate sobre la identidad política y cultural del PPD se realice cuando se cumplen 50 años de la revolución de los jóvenes parisinos y europeos, del 68, la primera revolución postmoderna de la historia.
La revuelta que nace en Nanterres se extiende a toda Europa y marca la crisis de la sociedad patriarcal, el cuestionamiento a los tabús morales, y representa la emergencia de las mujeres y los jóvenes como grandes actores sociales.
Es una revolución lúdica, el “prohibir lo prohibido”, es el nacimiento del progresismo como ideología que ampliaba la política más allá de los confines de la lucha de clases y la colocaba en lo que Foucault llamó las luchas colaterales, las luchas por los derechos de género, las minorías sexuales, la ecología, los derechos civiles, es decir las claves, que junto a la reconquista y la instalación de la democracia y de las libertades, son aquellas que el PPD puso en órbita en la política chilena en plena transición, y que resultaban incomodas a los “guardianes” de la razón de estado, y con las cuales el PPD se transformó en un partido permanente en la política chilena.
El PPD no nació como un partido de izquierda. No nació representando específicamente a una clase. No nació ligado a las ideologías vigentes en la guerra fría. Nació como un partido que agrupó desde liberales democráticos a  ex comunistas para terminar con la dictadura, que posicionó el progresismo y la visión socialdemócrata como su ideología y con ello expresó a un mundo intelectual que vio en el PPD un espacio nuevo, de libertad de crítica, de radicalidad democrática, de fuerte compromiso con los derechos humanos, la justicia y la solidaridad como valores universales intransables que deben ser defendidos en todo el mundo. Esta distinción es importante porque a nivel mundial mientras en Europa occidental los aires de libertad se expresaban en los jóvenes del mayo parisino y en Chile en los estudiantes que impulsaban la democratización y las reforma de las universidades, al unísono, en Praga entraban los tanques soviéticos para aplastar la primavera de Praga de Dubcek y separaba aguas entre el progresismo y una izquierda que defendía un tipo de socialismo que  se derrumbaría, treinta años después, con la caída del muro de Berlín y arrastraba, con ello, la matriz ideológica que lo había sustentado.
Hoy está claro que uno de los elementos de la crisis del PPD es, en el tiempo, habernos avergonzado de ser progresistas, haber tomado banderas que no estaban en la historia del PPD y que mataban su originalidad, de haber colocado el símbolo de la izquierdización y por tanto de hacernos cargo de una historia que no era la nuestra, que ha restringido los espacios del PPD en la sociedad y ha destruido su novedad en la política chilena. Dejamos las banderas del progresismo para que otros las asumieran y abandonamos aquellas luchas que nos caracterizaron como un partido que motivaba el cambio cultural en la subjetividad de las personas como la base para un proyecto de hegemonía capaz de reunir y motivar a la mayoría el país.
Algunos, dentro del PPD, responden que la izquierdización fue apoyar a Bachelet y sus reformas. No, el PPD podía jugar un rol distinto dentro de un proceso de cambios como los impulsados por Bachelet en su segunda administración.
Un PPD progresista podría haber influido para que las reformas establecieran prioridades, ritmos y una capacidad de gestión de excelencia que las prestigiara ante la opinión pública y generara menos incertidumbre en amplios sectores de la sociedad. Un PPD progresista, con autonomía e iniciativa política, podría haber diferenciado claramente entre el esfuerzo por poner fin al peso del neoliberalismo en la economía y el valor de asegurar crecimiento económico, en el contexto de un mercado que había que regular para impedir los abusos, las colusiones, el exceso de utilidades obtenidas de manera indebida. Un PPD progresista y presente en la sociedad civil debería haber comprendido mejor las aspiraciones de una sociedad que queriendo cambios no quiere que se pongan en riesgo aquello que consideran sus logros propios en la movilidad social. Un PPD progresista podía influir para que las reformas de Bachelet se hicieran en la calle y con la calle, con participación real de la ciudadanía.
Permitimos que el estilo de gobierno de la Presidenta Bachelet, la distancia entre ella y los partidos que la respaldaban y el hecho de que ella nunca asumiera el liderazgo político de la coalición, contribuyera a la depreciación de la política y de los partidos y, cuando ello ocurre, es evidente que aumenta la desconfianza, el malestar, con la consecuencia de que un 50% de la población se abstuvo de votar en las últimas elecciones presidenciales, marcados por la indiferencia y el malestar con los partidos y los políticos sumidos, además, en acusaciones e investigaciones judiciales por el financiamiento indebido de la política, la relación incestuosa de ella con los negocios.
La izquierdización comportó una renuncia a una identidad distinta, culminó un proceso de tradicionalización del PPD, de homogenización con una Nueva Mayoría corroída por la burocratización y la falta de ideas, renunciamos a ser diferentes  a los demás y pagamos el mayor costo político electoral porque carecemos de una presencia histórica y del enraizamiento social de otros partidos para disputar un lugar en la izquierda tradicional.
Hoy, si queremos salir de una situación de intrascendencia política, debemos reescribir nuestra Identidad. Algunos, en el debate interno, han dicho que esto no es importante, que da lo mismo si se es rojo o blanco y que lo importante es que el PPD juegue un rol en dar solución a los problemas de los chilenos.
Es allí donde surge la necesidad de definir correctamente el tema de la identidad que es un proceso de construcción social y de cultura que diseña el espacio que una fuerza política juega en la sociedad y toda identificación comporta un proceso de diferenciación.
Nuestra identidad debe estar ligada a la movilidad de valores acorde a las exigencias de la sociedad del siglo XXI. Y la identidad es una construcción cultural de nosotros y de la propia ciudadanía que comprende no solo a los movimientos clásicos sino al feminismo de la diferencia, la diversidad sexual y étnica, la inmigración, la relación del modelo productivo y de la vida con la preservación del medio ambiente.
Por ello, debemos hoy definirnos como un partido progresista, democrático, feminista de la diferencia, ecológico, por los derechos de las minorías y de todos los seres vivos del planeta.
Se hace bien, en el debate del PPD, en colocar en el centro de nuestro progresismo la cultura de la democracia. Por cierto ella es un orden político. La democracia como tal se ha universalizado con reglas, valores y principios reconocidas universalmente y ello es una conquista importante de las fuerzas de cambio en la humanidad.
Pero como orden político es perentorio repensar la democracia en el siglo XXI ya que es evidente la estrechez de la democracia representativa, la necesidad de horizontalizar sus formas y de dotar de mayor densidad política sus propios contenidos ideales.  Las tecnologías digitales pueden contribuir a  que la extensión de la participación ciudadana en las decisiones trascendentes de la sociedad sea posible.
Sin embargo, el concepto de democracia para un progresista va más allá del orden político y se extiende a todas las manifestaciones de la sociedad y de la vida de las personas. Democracia social, democracia del medio ambiente, democracia de género, democracia en la vida de los partidos, democracia en la relación con otras especies. Reconocimiento pleno de la pluralidad de vidas que es mucho más sustantivo que el pluralismo del pluripartidismo.
No comparto la idea planteada por algunos de enclaustrar la democracia como una ideología. Las ideologías son un cuerpo de ideas que tiende a ser cerradas, unificadoras, destinadas a construir identidad fuerte frente a los otros. La democracia es un objetivo permanente, es una gran utopía en la medida que es inacabada, tiene un alcance mayor a las ideologías. Las ideologías operan sobre ellas y le dan una diversa connotación: democracia liberal, democracia socialista, democracia socialdemócrata.
La democracia no puede ser una ideología porque reúne en su seno una pluralidad infinita de valores y de ideas que no se cristalizan para siempre. Las ideologías tienden a establecer con las personas algún tipo de verdad y son excluyentes, pueden caminar al fundamentalismo. La democracia es abierta al cambio, es subversiva, define esencialmente una estrategia de ciudadanía frente al cambio.
Prefiero, entonces, hablar de la cultura democrática como inspiración fuerte.
Sin embargo, el tema de la construcción de la identidad progresista debe estar ligado a un fuerte compromiso con la ética. Es la ética en la política lo que debe establecer un elemento de diferenciación y, a la vez, la condición para que la población pueda volver a confiar en los partidos y en los políticos.
El PPD ha tenido una actitud débil respecto de la ética en el comportamiento de sus dirigentes y militantes y no se ha preocupado ni de crear una cultura  de la ética pública ni de abordar y castigar con rigor las violaciones a la ética que se han producido y que han dañado gravemente la imagen del PPD en su conjunto.
Es vox populi que un grupo de dirigentes encabezados por un ex Ministro de la Presidenta Bachelet habría suscrito un acuerdo/compromiso de apoyo mutuo con SQM. Si esto es veraz, hay alguien en el partido que indague esta gravísima conducta y que proponga, a los órganos correspondientes, sanciones ejemplificadoras a quienes hayan burlado de esta manera los principios esenciales de la ética partidaria.
Como ha dicho el ex Presidente uruguayo José Mujica “la política es una actividad noble, a ella se ingresa para a servir a la sociedad y no para servirse de ella para beneficios personales. Si alguien quiere hacer dinero que se dedique a otra cosa”.
Por cierto, el gran desafío del PPD es comprender la sociedad del siglo XXI y los arrolladores cambios que vivimos. Comprender que la crisis de la política tiene causas multiformes y que una de ellas, de carácter estructural, es que el espacio que ocupa en la vida de las personas se ha reducido: la política es débil frente al poder de la economía en el mundo global y las personas no sienten que la política pueda protegerlas y ofrecerles una alternativa mejor.
Comprender que los fenómenos científicos y tecnológicos que ya están en las puertas de nuestras casas, como son la robotización y la Inteligencia Artificial, significarán una extensión del capitalismo global, un nuevo cambio en la manera de vivir, de producir la riqueza, de reducir y generar empleos cada vez más sofisticado y, sin duda, generarán grandes beneficios en los más diversos planos de la vida de la humanidad. Pero, a la vez, conjuntamente a las oportunidades esta poderosa revolución tecnológica, que no solo crea más memoria para el uso de los seres humanos, como ocurre con la digital, sino que crea seres con capacidad de pensar y de abstraer y ello, también, riesgos existenciales importantes.
Si es verdad que somos las últimas generaciones donde las máquinas que producimos son menos inteligentes que nosotros, la pregunta es si está preparada la filosofía política, la política, los partidos, los Estados a dar una respuesta a la multiplicidad de preguntas que implica el ingreso, en verdad, a una nueva civilización. Colocar estos temas, como aquellos de los descubrimientos de la astronomía, nos sitúa en otra dimensión de la reflexión política enfocada en el futuro que se avecina y ello crea estímulos nuevos, sobre todo, en los jóvenes de estar en eventos refundacionales de la vida  de los seres humanos.
El PPD está hoy llamado a definir su rol opositor a un gobierno de derecha. Debe hacerlo pensando en el beneficio del país y apoyando lo positivo que surja del diálogo político fuera y dentro del parlamento. Debe ser un fuerte defensor del contenido de las reformas sociales y de mayores libertades impulsadas por la Presidenta Bachelet, pero pensando en un nuevo proyecto de futuro que reúna a la centroizquierda y amplíe sus confines hacia otras fuerzas progresistas ya que se requiere de una amplia alianza para derrotar a la derecha y volver a colocar un Programa socialdemócrata avanzado para Chile que termine con el actual dominio de las Isapres, de las AFP y en general de los sistemas surgidos dentro de las política neoliberales impulsadas por el régimen de Pinochet y  sostenidas hasta ahora por amplios sectores de la derecha.
Creo que si alzamos nuestra mirada a los grandes temas de hoy y del futuro, si terminamos con la imagen de un partido dominados por caudillos y generamos una relación democráticas entre las diversas visiones internas del PPD, si salimos de la autoreferencia de la política y volvemos a la sociedad, entonces podremos salir de la intrascendencia como amenaza.
Yo, francamente, creo que se puede.
Alvaro Medina

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