Es probable que este año volvamos a vivir los procesos de violencia que han caracterizado a la educación pública en los últimos años, advierte Ernesto Yáñez.
Por Ernesto Yáñez.- Un proverbio africano dice que “para educar a un niño hace falta una tribu entera”. Es decir, la educación de un niño exige la participación de toda la sociedad.
Según José Antonio Marina, filósofo, ensayista y pedagogo español, “educar es fundamentalmente socializar, es decir, desarrollar las capacidades, asimilar los valores, adquirir las destrezas que una sociedad considera imprescindibles no sólo para vivir, sino para el buen vivir”.
Lamentablemente, el juego de diversos intereses, ha conspirado para poner en práctica programas para mejorar la calidad educacional que permitan un desarrollo armónico de las inteligencias de nuestros educandos, considerando además las diversidades culturales, sociales, económicas de nuestro país.
Las urgencias de otros problemas -como la seguridad, la salud y la vivienda- han postergado el tratamiento de la crisis educacional por parte del Ejecutivo y el Poder Legislativo. Es probable que este año volvamos a vivir los procesos de violencia que han caracterizado a la educación pública en los últimos años.
Es cierto que nuestro país vive tiempos de desconcierto en materia educacional que hacen muy difícil discriminar entre lo correcto y lo incorrecto, lo cual provoca múltiples ensayos y excesos de errores.
Ejemplo de lo expresado es la instalación de los Servicios Locales de Educación Pública (SLEP), que se crearon en 2017, con el objetivo de desmunicipalizar la educación pública y, luego de siete años, no han podido ser implementados en su totalidad y los que se han implementado han sido objeto de diversas críticas.
Lo anterior se agudiza por los cambios políticos, sociales, económicos y tecnológicos experimentados por nuestra sociedad, los cuales influyen en nuestra forma de vida, organización familiar y en la educación.
Hoy vivimos apurados para adquirir los bienes materiales que la sociedad del consumismo nos exige, y las víctimas de este modo de vida son nuestros niños y jóvenes que, en muchos casos, carecen del apoyo familiar adecuado y prioritario que exige todo programa educacional y la responsabilidad de EDUCAR que como padres tenemos, la delegamos a la escuela, la televisión o al teléfono celular.
Así, el conocimiento adquirido es fragmentado, donde el saber no tiene cabida. Esto explica, en gran parte, los comportamientos de nuestros educandos carentes de hábitos y valores que les permitan pensar en interacciones para una convivencia sana, es decir, no le enseñamos los valores que una sociedad considera imprescindibles no sólo para vivir, sino para el buen vivir que nos habla José Antonio Marina.
Hace falta que nuestro sistema educacional promueva la reflexión y el autoconocimiento en profesores y alumnos. Es necesario que los docentes y la familia ayuden a los alumnos a comprender sus emociones, a ser resilientes ante el fracaso, y perseverar. Asimismo, es necesario que la escuela fomente la colaboración, proporcionando oportunidades para la realización de proyectos grupales, teniendo presente que el trabajo en equipo y la comunicación son indispensables para la vida.