ElPensador.io.- Vivir un duelo de más de 40 años. Esa es una condena. No importa la causa. Ana González (93 años) falleció después de una larga vida pidiendo simplemente saber el destino de su esposo, dos hijos y una nuera embarazada que fueron detenidos y desaparecidos durante la dictadura.
Y pese a la condena de no saber qué les pasó y de, al mismo tiempo, saber que es imposible que estén vivos, Ana González vivió una vida de búsqueda y de ayudar a otros.
Más allá de su condición de activista de los derechos humanos, era una mujer valiente. Buscó respuestas en Chile, fundó la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, golpeó las puertas de las Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos, pidiendo respuestas por su familia detenida en abril de 1976. Se manifestó con energía en las calles cada vez que había una muestra pública. Nunca faltó ahí donde pudiera enarbolar su demanda.
Ana González era la encarnación de la madre doliente, del dolor que vivió Chile y de la lección posterior: que la vida puede ser posible a pesar del sufrimiento. A principios de este año declaró en un medio: “Tengo cuarenta mil hueás en qué pensar y voy a andar pensando en la muerte”.
“Dónde están”, es la pregunta que se hizo, que formuló en cuarteles y tribunales, que se convirtió en su motivo de vida. Había escrito un libro que quería titular “Resistiré”, porque esa palabra la retrataba en su totalidad. Una existencia dedicada a soportar el dolor y los embates, a una pertinaz voluntad frente a lo peor.
Más allá de su actividad política, hay que reconocerla como un ejemplo.