Dominio hegemónico, expansión territorial, búsqueda de conflictos y adoración al líder son algunas de las características de un imperio y su emperador.
Por Alvaro Medina Jara.- Aunque todos sabíamos que Estados Unidos es un imperio, podemos afirmar que Donald Trump es el primer Presidente contemporáneo de ese país que actúa como emperador propiamente tal.
Esta aseveración no es antojadiza, sino que busca explicar la conducta de la segunda presidencia del empresario, posicionada más allá de la moral y de la justicia.
Para entender la lógica de su pensamiento con pretensión omnímoda, se deben entender algunas características propias de un imperio y de quien lo conduce en esa lógica.
1) Dominio interno y parlamento
Un emperador actúa con pleno dominio (señorío). En Roma, el primero que tuvo esa calidad fue Octavio Augusto (aunque no con el título de emperador, sino de Princeps). Los ciudadanos pasan a ser súbditos y se requiere de ellos obediencia.
En esa lógica, el dominio personal se va extendiendo, intentando copar los espacios de poder. Así, los emperadores tienen creciente aversión por otras instancias de control del poder, como el parlamento.
Ver también:
El debate sobre sistemas de gobierno en el imperio persa
La conducta de Trump, gobernando con Órdenes Ejecutivas e intentando no pasar por el Senado o la Cámara de Representantes, se alinea con esa característica imperial.
2) Expansionismo y dominio internacional
El imperialismo tiende a la expansión territorial y al dominio más extenso posible. En el imperio moderno, eso no sólo se hace a través de la expansión cultural (que a través del consumo va logrando copar los espacios culturales globales), sino que es esencialmente físico.
Así, entonces, los imperios (y los emperadores) adquieren los territorios a través del lenguaje, por ejemplo. Un ejemplo histórico fueron los romanos, que llegaron a tomar como propio el Mar Mediterráneo y le llamaron “Mas Nuestro” (Mare Nostrum). Hoy, Trump renombra el Golfo de México como Golfo de América.
El expansionismo se viste de nacionalismo sólo para los ciudadanos del imperio. Los externos, los extranjeros (en Roma, los “bárbaros”) no tenían derechos. Y, por lo tanto, el imperio se sentía con la facultad de cargarlos con cadenas o con barreras, para “proteger” al imperio y sus habitantes legítimos.
La forma histórica tradicional era el colonialismo, la ocupación militar, la amenaza y los impuestos. Trump ha partido con los impuestos, alzando los aranceles a sus vecinos, Canadá y México y amenazando a otros países con lo mismo.
La amenaza se ha dado, por ejemplo, con la idea de anexionar Groenlandia y las amenazas a Panamá.
3) Nuevos conflictos
De la mano de lo anterior, una característica imperial típica a lo largo de la historia es la generación de nuevos conflictos, internos o externos, con múltiples objetivos: buscar recursos, crear enemigos y tener una excusa unificadora a nivel interno.
Los extranjeros son los primeros enemigos en esa lógica de conflictos permanentes. Trump, de hecho, ha seguido en ese sentido el manual de manera estricta. Así, las expulsiones y el retiro de la Visa Waiver son los pasos iniciales. Luego, serán externos que les afecten la política interna. La amenaza al narcotráfico es una buena excusa para la intervención fuera.
4) Estructura centralizada y hegemónica
En todos los tipos de imperio, la hegemonía del poder ha sido física e individual. Física, en el sentido de la hegemonía de una ciudad o país determinado (Atenas, como centro de la Liga Ateniense; Roma, en el Imperio Romano; y Washington-Nueva York como centro del imperio estadounidense).
En el caso de EEUU la centralización es más individual aún, pues se concentra en la figura del emperador Trump, como eje de la toma de decisiones. Así, entonces, da igual si está en la Casa Blanca o en Mar a Lago o en Camp David, será ahí donde esté la capital del imperio.
Los demás antiguos centros de poder (políticos, como el Parlamento; o físicos, como otras ciudades), se diluyen ante la importancia de seguir al tomador de decisiones que tiene Imperium (dominio).
5) Adoración al líder
Los imperios tienden a generar una dinámica de adoración al líder. En Roma, llegaba al punto de considerarlos divinos. En la actualidad, casi. La veneración que ha generado Trump en su público fanático, a partir de la red de desinformación o “información alternativa”, con desconfianza hacia todos los medios oficiales y sistema oficial.
Los emperadores generan un sistema donde buscan que toda la confianza pública pase por él. Trump, por ejemplo, ha ungido a algunos influencers, algunos medios específicos, pero sobre todo a algunas redes sociales a las que incluyó en su propio gobierno a través de sus dueños.
Así, entonces, el pensamiento crítico o libre no tienen cabida, y tampoco la información crítica o libre.
Finalmente, parte de la idea de la adoración al líder omnímodo implica definir la dinastía o sucesión. En este caso, el líder sabe que no es joven y que sus años al mando están contados. Pareciera que ya ha ungido a otro como él, con poder económico y mediático, y crecientemente fanático, capaz de seguir con la dinastía: Elon Musk.