Por José María Vallejo.- El problema de Gabriel Boric no es que no entienda. Es que deliberadamente defiende a un asesino.
Al extrapolar las razones que dieron origen a los movimientos de resistencia violenta a la dictadura a los años posteriores de reconstrucción de la democracia, da cuenta de un dirigente político con una cuestionable visión histórica, y al mismo tiempo con una visión distorsionada de lo correcto y lo incorrecto.
Dice que en 1991 no estaban las condiciones para un juicio justo en Chile. ¿Sólo para el asesino de Jaime Guzmán y secuestrador de Cristián Edwards? ¿Sólo para Ricardo Palma Salamanca? ¿O todos los condenados en esos años deberían sentir que sus juicios no fueron justos? Boric está poniendo en duda todos los juicios de la época… ¿debieran los condenados de esos años pedir la revisión de sus juicios porque -como dice el joven diputado- “la composición de los tribunales era la misma que en dictadura”?
Con todos los problemas que quiera, en 1991 la democracia en Chile se estaba recuperando y el Frente Patriótico Manuel Rodríguez boicoteaba ese proceso. Un consenso social y político aceptó una transición pactada que dio estabilidad y paz, y que permitió caminar sin miedo. No estoy haciendo apología del ex senador de la UDI muerto a tiros frente al Campus Oriente de la UC, ni tampoco del hijo del patriarca de El Mercurio, Agustín Edwards. Estoy diciendo que Ricardo Palma Salamanca es un asesino condenado, fugado de la prisión (lo que constituye otro delito).
¿Qué puede justificar que se le defienda como una víctima de la justicia? Y, peor aún, visitarlo en su condición de prófugo, como si se visitara a un líder espiritual en el exilio, como al Dalai Lama o a Mandela.
Según un medio, fuentes de su círculo señalaron que Boric quería “conocer su historia”. Para eso está internet y suficiente literatura. Boric debe tener conciencia de que sus actos como líder de un sector político son actos simbólicos, todos significan algo. Y este hecho político significa mucho. Es el descrédito de una posición, la revelación de la ignorancia y la imprudencia política.
A eso se debe sumar el que lo hayan sorprendido infringiendo la ley, al conducir una motocicleta sin licencia.