La cultura de alianza y convivencia se ha perdido, lo que se nota claramente en el Frente Amplio y el proceder del actual gobierno, afirma el académico Hugo Cox.
Por Hugo Cox.- Una de las características de la política actual es que ningún actor desea salir de su trinchera (signo de los tiempos actuales) y, por lo tanto, ningún sector político ofrece a la ciudadanía un proyecto país que aborde problemas concretos con soluciones reales y que den cuenta de al menos dos dimensiones: el desarrollo y crecimiento, por una parte; y el bienestar de las personas (tanto que exista como que sea percibido).
Para poder abordar ambas caras de la moneda, la historia reciente nos entrega datos relevantes que parecen olvidados por la clase política actual. Estos datos nos hablan de que los cambios y avances sociales no se imponen, sino que son producto de largos procesos históricos que se desarrollan a través de acuerdos.
Por ejemplo, la nacionalización del cobre no fue obra de un solo acto, sino que tuvo un antecedente previo que fue la chilenización del cobre; o la reforma agraria, que partió en predios de la Iglesia Católica en el Maule a fines de los 50 y principios de los 60, con el Obispo Larraín (jesuita), mucho antes de su desarrollo a gran escala en el gobierno de Frei Montalva.
Pero, para lograr los acuerdos, que ponen en marcha los procesos, es necesario ceder y conocerse. La oposición a la dictadura en los años 80 es un ejemplo claro.
El contexto histórico durante la dictadura militar de Augusto Pinochet llevó a la imperiosa necesidad de aglutinar a las fuerzas políticas opositoras, para lo cual se conformó la Alianza Democrática: una coalición de partidos de centro, centro izquierda e izquierda, incluyendo a la Democracia Cristiana, al Partido Radical y sectores del Partido Socialista.
Uno de sus objetivos era lograr la renuncia de Pinochet, establecer una nueva constitución vía asamblea constituyente y avanzar hacia una transición democrática.
Su estrategia estaba definida por buscar movilizar a la población a través de protestas y manifestaciones, para lograr establecer un dialogo con la dictadura, y buscar una salida negociada.
La Alianza Democrática se disuelve en 1987 sin lograr sus objetivos. Esta organización enfrentó la represión, pero las divisiones internas y falta de una estrategia común la llevaron a su fin.
Sin embargo, la importancia de este intento está en que permitió que en una misma mesa se sentaran personas que habían sido proclives al golpe y personas del derrocado gobierno de Allende.
Este hecho llevó a conversar y dialogar a que quienes habían sido adversarios (y hasta enemigos) políticos, se conocieran como personas con grandezas y debilidades, abiertos a la crítica mutua. Así, a pesar del aparente “fracaso” de este primer intento de coalición, sin ello no habría sido posible la conformación posterior de la Concertación de Partidos por la Democracia, una coalición formada por partidos de centro e izquierda, en que estaba la Democracia Cristiana, sectores provenientes del antiguo Partido Nacional (como Germán Riesco, Ricardo Jaramillo y otros), el Partido por la Democracia y Partido Socialista, entre otros.
El objetivo de la Concertación era asegurar el triunfo en el plebiscito, consolidar la democracia y gobernar el país.
La conformación de la Alianza Democrática y la Concertación de Partidos por la Democracia fueron hitos fundamentales en la historia política del país, ambos fueron clave en la recuperación de la democracia.
Las bases de la Concertación están en la Alianza, y esas bases permitieron gobernar al país durante décadas cultivando una política de alianzas y de convivencia.
En cambio hoy vemos que esa cultura de alianza y convivencia se ha perdido, lo que se nota claramente en el Frente Amplio y el proceder del actual gobierno.
Algunos ejemplos de esto los detalla muy bien Cristian Valdivieso en una reciente columna:
- Impusieron la gratuidad del sistema educacional, para satisfacer a sus electores y después abandonaron el gobierno.
- Impulsaron el sistema electoral proporcional para no ir en alianza con la Concertación.
- En las elecciones primarias de 2021 acorralaron al PS y marginaron al PPD, para llegar solos a enfrentar a Jadue.
- En la segunda vuelta recurrieron “a la vieja concertación” con el argumento de parar a la ultraderecha, y después relegaron al PS y PPD al “anillo periférico”.
“La historia se repite. En 2022, tras la derrota en el plebiscito constitucional, no tuvieron más opción que recurrir a sus antiguos adversarios y ponerlos al centro de la gestión gubernamental. Y este 2025, ante el riesgo de un desplome electoral, la estrategia parece ser la misma. De pronto, los líderes frenteamplistas se declaran fascinados con la idea de que Bachelet vuelva a ser candidata; no porque crean en un proyecto de la expresidenta, sino porque ven en ella la mejor opción de mejorar su desempeño electoral y de bloquear cualquier alternativa socialdemócrata que en unos años más les dispute la hegemonía de la izquierda.
El problema no es el FA ni menos Bachelet, sino la cobardía del PS y PPD, que, por negación de sí mismos y por miedo a enfrentar a sus hijos, prefieren presionar a la expresidenta que ha dicho repetidamente que no. Mejor harían en proponer una alternativa de futuro o, al menos, en dejar a Bachelet vivir su vida”, señala Valdivieso.
Estos párrafos reflejan que cuando se quieren imponer caminos abandonando la historia reciente que siempre ha sido de diálogo y alianzas -como fue la historia de la izquierda, con el Frente Popular, la Unidad Popular y, recientemente, la Concertación- se condena a la política al fracaso.
Es el momento de estudiar la historia política del país.