¿Puede una figura moderada representar a un partido que aún celebra modelos autoritarios? Jeannette Jara encarna la tensión entre socialdemocracia y marxismo-leninismo en el Chile contemporáneo, en un contexto donde las contradicciones ideológicas ya no se ocultan, sino que se administran.
Por Miguel Mendoza Jorquera.- A estas alturas, Jeannette Jara es algo así como la vocera oficial del socialismo en su versión 2.0: una mezcla de lenguaje tecnocrático, sonrisas de matinal y fidelidad ideológica cuidadosamente administrada. Dice, sin ruborizarse: “Soy militante del Partido Comunista y también socialdemócrata” (CNN Chile, marzo 2024). Una frase que haría escupir el vodka de Lenin.
Pero claro, esto es Chile. Aquí se puede decir cualquier cosa mientras se diga con tono amable y pretensión de moderación. Así que Jara hablaba de “diálogo social” en el mismo partido que calla cuando Daniel Ortega encarcela obispos, cuando Nicolás Maduro reprime estudiantes, o cuando el régimen iraní ahorca manifestantes adolescentes. ¿Contradicción? Para nada. Es simplemente la nueva estética de la contradicción performativa: se declama en democracia mientras se susurra comprensión a dictaduras amigas.
Si el sector de Jara condena —con toda razón— el genocidio en Gaza, uno esperaría la misma fuerza moral para denunciar a Irán, donde ahorcan jóvenes por protestar, relegan a las mujeres al último lugar y las golpean hasta morir sin condena, solo por ser mujer. Pero ahí, curiosamente, reina el silencio. En la lógica del Partido Comunista de Chile (PCCh), si el enemigo de mi enemigo es mi amigo… hasta una teocracia misógina puede pasar por aliada revolucionaria.
Y por supuesto, la crítica a Carolina Tohá fue legítima: Jara fue de las pocas que se atrevió a decir que el Ministerio del Interior había sido débil y más preocupado de la imagen que de la seguridad. Pero en un partido que aplaude los modelos cubano, norcoreano o chino, cuestionar el orden ajeno puede ser incómodo. Por ejemplo, en los países comunistas hay orden, claro que sí. Un orden que inquieta a la derecha chilena, porque descubre que ya no tiene el monopolio de la mano dura. Pero ese orden se impone con métodos que hacen que Carabineros el 18-O parezcan boy scouts: vigilancia total, toques de queda permanentes y disidencia silenciada por decreto. Orden, sí. Pero versión gulag.
Y Jara no está sola. Está acompañada por una cúpula que mantiene la línea ortodoxa del partido como si aún estuviéramos en 1983. Lautaro Carmona y Bárbara Figueroa representan esa vieja guardia que se emociona más con un discurso de Daniel Jadue que con cualquier intento de institucionalidad progresista. Porque para ellos, Jara es funcional: les da votos sin molestar mucho; una especie de embajadora moderada para un proyecto que, puertas adentro, sigue creyendo que la democracia liberal es una estación de paso.
En ese esquema, la “socialdemocracia” de Jara no es una herejía sino una herramienta. Mientras ella dialoga, la directiva guarda silencio ante los crímenes del chavismo, se abstiene de condenar a Nicaragua, y levanta la ceja cada vez que se menciona a Cuba. Es una socialdemocracia que cabe, siempre que no incomode demasiado al marxismo-leninismo oficial del partido.
El problema, sin embargo, no es solo del partido. También está en quienes la votan. Una generación entera que no vivió la Guerra Fría, que no recuerda el Muro de Berlín ni entiende qué fue realmente el Pacto de Varsovia. Jóvenes que creen que Bujarin es un reggaetonero ruso, sin saber que fue uno de los más brillantes teóricos marxistas, y que Stalin lo hizo ejecutar tras un juicio falso en 1938. Pero claro, en la memoria oficial de la izquierda chilena, el totalitarismo solo viene con bigote y lentes oscuros.
Porque hay una narrativa repetida hasta el cansancio —y muchas veces con justa razón— sobre la brutalidad de la dictadura de Augusto Pinochet. Fue, sin duda, la más cruenta de nuestra historia moderna: desapariciones, tortura, exilio, represión sistemática. Su lugar entre los fascismos del siglo XX —con Franco, Mussolini y Hitler— está bien ganado. Pero de ahí a instalar la idea de que esa fue “la única dictadura” digna de condena, hay un salto al negacionismo selectivo.
Porque si de crímenes se trata, el comunismo tampoco tiene mucho que celebrar. El régimen de Stalin mató o purgó a millones; Mao Zedong supera los 45 millones de muertos solo durante el «Gran Salto Adelante»; el Khmer Rouge de Pol Pot, otros dos millones. Y aun así, el PCCh sigue hablando de estos procesos con una ambigüedad doctrinaria que raya en la complicidad. Si el fascismo europeo fue un horror —y lo fue—, ¿por qué no usamos la misma vara para los gulags, los campos de reeducación o los fusilamientos masivos en nombre del proletariado?
Jeannette Jara, con su tono mesurado y su estética OCDE, parecía no encajar en ese catálogo. Pero encajaba. Porque, aunque decía que “la democracia es la mejor forma de avanzar en justicia social” (El Mostrador, noviembre 2022), su partido no cree en esa democracia liberal pluralista que permite diferencias. Cree, más bien, en una “democracia popular” que tiene poco de libre y mucho de centralismo.
Jara personificaba ese equilibrio imposible: exministra que hablaba como Michelle Bachelet, pero milita en un partido que celebra a Xi Jinping. Tal vez creía que podía modernizar al PC desde dentro, como quien quiere convertir un Lada soviético en un Tesla. Pero mientras abrazaba simbólicamente el marxismo-leninismo, y votaba junto a quienes jamás condenarán la dictadura cubana ni los campos de concentración norcoreanos, todo es más a cálculo que a convicción.
Quizás en otro país, o en otro partido, Jara sería simplemente una socialdemócrata más. Pero aquí, bajo el puño rojo del PCCh, su presencia sirve para lavar la cara a una estructura política que aún sueña con banderas que el resto del mundo ya guardó por vergüenza o cansancio.
Y aunque ella diga que se puede ser “comunista y socialdemócrata” a la vez, la historia —y las víctimas de uno y otro lado— saben que no es tan simple. Pero claro: para entender eso, primero hay que leer El Capital. Los tres tomos. Sin TikTok.
Miguel Mendoza Jorquera, Tecnólogo Médico, militante de Amarillos por Chile y conductor del programa Manos Libres en ElPensador.io