Por José María Vallejo.- La continua y pertinaz oposición de La Moneda a las movilizaciones convocadas para el Día de la Mujer tiene un fondo político. No es que la derecha que ostenta hoy el control del Ejecutivo no esté consciente de la importancia de relevar los derechos de las mujeres, más aún cuando se trata de una irreversible tendencia en el país y en el mundo.
La razón es política e ideológica, y ambos aspectos van de la mano. El auge del feminismo ha tomado tintes de revolución y una revolución está en las antípodas de la estabilidad que preconiza el neoliberalismo. El establishment defiende la claridad de roles y funciones en la sociedad y eso no puede estar bien para ellos. Es natural que se opongan a las demandas más básicas de la reivindicación femenina, pues trastoca no solo la economía, sino la sociedad tal como la conocíamos: igualdad de salarios (¡habrase visto!), posibilidad de decidir si continúan o no con un embarazo en su propio vientre (¡cómo es posible!), no discriminación en el sistema de salud (¡pero si son más caras!)…
La defensa de los derechos de las mujeres es un sismo en el sistema imperante y naturalmente un gobierno de conservador -marcado por una moral católica que históricamente ha reprimido y castigado a la mujer por ser tal- no puede estar de acuerdo.
Por lo mismo, la lucha ideológica respecto de la reivindicación de los derechos de la mujer no sólo no quisieron tomarla en la derecha, sino que la entregaron en bandeja a la izquierda, que la asume como una de sus banderas de lucha y su plataforma programática. Y si a eso se suma que la derecha no tiene capacidad de movilización en la calle, el día 8 de marzo significa una derrota político ideológica profunda para el gobierno. De hecho, el argumento que recorrió las declaraciones de diferentes personeros fue que los derechos de la mujer no había para qué defenderlos en la calle, con una huelga. Error.
Es un día, en definitiva, en que la administración Piñera no puede hacer o decir nada: no puede sacar a sus propias funcionarias y ministras a la calle (eso habría sido un acierto y habría mostrado pragmatismo) porque se opuso desde un principio por motivos ideológicos; no puede asumir ninguna de las banderas de lucha manifestadas, porque sonaría a hipocresía; no puede anunciar ningún proyecto de ley sobre reivindicaciones a la mujer, porque la noticia no estará ahí, sino en la calle.
No solo es una derrota, sino una muestra clara de que la capacidad que tuvo Piñera en su primer gobierno de quitarle al progresismo sus banderas de lucha, en esta segunda administración se ha perdido por completo.