ElPensador.io.- La vida ya no será la misma desde esta semana en Chile y no sabemos cuál será el alcance de los cambios. Porque de un mundo en que la vida social era un requisito para el desarrollo personal, debemos reestructurar rápidamente nuestra existencia como país (y como planeta) para evitar el contagio de un virus que se propaga con rapidez y afecta mortalmente a los adultos mayores.
Las cosas empiezan a cambiar rápido.
Las empresas –especialmente las que tienen presencia internacional y protocolos mundiales- empiezan a tomar distancia del Estado. Varias sanitarias ya han anunciado un cambio arbitrario en el protocolo de relaciones con el gobierno como regulador (sin que éste último hay podido decir nada), terminando con las reuniones presenciales y prohibiendo la entrada a sus instalaciones de personas ajenas a la empresa, lo que en la práctica elimina la fiscalización de la infraestructura de servicios públicos. Eso, al menos, hasta que exista un protocolo sanitario claro. Eso se puede extender a cualquier otra instalación de servicios públicos, como las eléctricas.
Si ya se suspendieron eventos masivos como el festival Lollapalooza, eventos con más de 500 personas y el campeonato nacional de fútbol, bajo la misma lógica debieran ser suspendidas pronto otras instancias masivas. Incluso el plebiscito de abril está en riesgo, de acuerdo a las palabras del ministro de Salud Jaime Mañalich, y del subsecretario, que hoy ya empieza a hablar de la necesidad de un aislamiento social (imagínese el alcance de esa idea). El Presidente anunció que es inminente llegar a un contagio nivel 3 y 4.
Pronto las autoridades se darán cuenta de que la lógica del aislamiento es incompatible con andar en metro o en micro, donde no hay capacidad de controlar el contagio en caso que aparezcan casos autóctonos, o en los buses interprovinciales… El Congreso debería dejar de sesionar.
¿Qué va a pasar con los servicios públicos? ¿Con la atención de personas en los consultorios? ¿Con los colegios (se seguiría pagando la subvención)? ¿Acaso los padres estarán dispuestos a seguir enviando a sus hijos sin protocolos, mascarillas o alcohol para desinfectar? ¿Las iglesias y templos de todas las religiones deberían suspender sus cultos? ¿Qué va a pasar con los establecimientos educacionales donde se dan colaciones Junaeb y es la única comida del día para muchos niños y adolescentes?
Nadie está preparado y no hay protocolos suficientes para mantener la actividad productiva. ¿Qué mecanismos compensatorios habría para la caída de la actividad turística? ¿Qué pueden hacer hoteles, hosterías, restaurantes, discotheques y centros de eventos que no podrán abrir? ¿Y el supermercado?
Sin embargo, nadie ha hablado de la protección de la población más vulnerable en términos de mortalidad, es decir, los adultos mayores. Las visitas en hospitales y hogares de cuidado no han sido suspendidas, y su circulación en el transporte público tampoco. ¿No debería el Estado encontrarse ahora mismo repartiendo mascarillas entre los mayores de 60 años?
En medio de esta reacción caótica, más de alguno empieza a preguntarse si no se trata de una sobrerreacción o, al menos, de un grado de aprovechamiento de una situación que -aunque real- podrían ser controlada con otras medidas que no sean el “aislamiento social” (concepto que puede ser usado de manera muy amplia). Aquellos que entienden de comunicación y estrategia política entienden que, cuando menos, es una crisis que vino como anillo al dedo a un gobierno en las cuerdas, cuestionado por su incapacidad de mantener el control del orden público. Y frente a esta situación, bien cabe preguntarse: si el gobierno no pudo controlar la violencia desde el 18 de octubre del año pasado, ¿cómo podrá controlar el aislamiento necesario frente a una epidemia? ¿cómo podrá evitar que haya contactos de persona a persona a nivel nacional y garantizar una eventual cuarentena masiva sin paralizar la economía por completo, si no ha podido hacerlo en la zona de Plaza Italia (o de la Dignidad)?
Por lo pronto, proteger a nuestros ancianos y lavarse bien y frecuentemente las manos es lo único que se puede hacer.