Por José María Vallejo.- El ministro de Salud, Jaime Mañalich, quien fue instalado por el gobierno como el principal gestor y vocero frente a la pandemia de coronavirus, admitió que todos los modelos epidemiológicos que lo habían “seducido” en enero, se cayeron “como castillo de naipes”.
Esta admisión, aunque tímida, es profunda y significa el reconocimiento de que, estando al frente de una estrategia nacional para salvar las vidas de sus compatriotas (es, de hecho, ministro de Salud), no tenía los conocimientos ni herramientas. No sabía. Toda la arrogancia que diariamente espetaba en público, las imprecaciones contra periodistas, los neologismos y ataques contra el “viroterrorismo”, los llamados a la confianza y a tomar café en público, todo habría sido más -entonces- que una apuesta basada en modelos que lo “sedujeron”.
La palabra seducción es llamativa. Da la impresión de que alguien lo hubiera atraído con malas artes a tomar decisiones erradas y ahora ha abierto los ojos. Otra interpretación frente a la seducción es que la ola pandémica ha sido tal que ningún modelo epidemiológico la hubiera resistido. Como en una película de terror. Pero no es así. Uruguay es el cercano más evidente de que hay estrategias de control epidémico que funcionan.
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Pero, además, está el hecho de que el COVID-19 se esparció por Chile debido a decisiones fallidas: control fronterizo endeble, cuarentenas sectoriales débiles, mantenimiento del sistema económico que tuvo (y tiene) a un altísimo porcentaje de la población en la calle e intentando trabajar. Recordemos que Mañalich incluso amonestó a su par de Educación por haber suspendido las clases, cuestión con la cual él nunca estuvo de acuerdo.
¿Hay que creer que la culpa la tienen quienes lo sedujeron? Así parece.
El mensaje oficial ¡ahora! es que se endurecerían las medidas de restricción, mientras todavía no hay acciones de ayuda efectiva e inmediata a los millones de personas que no tienen más opción que tratar de ganarse el pan fuera de sus casas. Todos tienen que seguir pagando cuentas y deudas, sin ingresos, mientras el horizonte de la crisis se aleja inexorablemente, y la ola de la incertidumbre nos cubre como un implacable maremoto.
Pero, ¡tranquilos! Fue una simple equivocación producto de haber sido seducido.
En la contraparte, el mensaje de La Moneda es que la expansión de los contagios no ha sido producto de las malas decisiones, sino de una condición de estupidez idiosincrática de gente que no entiende que la enfermedad es grave y sigue saliendo a la calle, sin respetar la cuarentena. ¿Y cómo los uruguayos pudieron ser responsables solitos? ¡Ah! (Y ahí viene la respuesta tipo) Es que debe ser una cuestión cultural. Los chilenos somos tontos o porfiados, y eso ha de estar en nuestro ADN. ¿Querrán decirnos que los que mueran por esta “irresponsabilidad” se lo tenían merecido? ¿Será ese el mensaje? Los que argumentan esa falacia olvidan la falta de alternativa por necesidad y las declaraciones confiadas, arrogantes y triunfalistas de Mañalich y su equipo.
Esta parte de la estrategia es desesperada. Culpar a la población después de cómo se obró no tiene destino. En el peor de los casos demuestra una pasmosa debilidad organizacional al no poder mantener controlado a un rebaño “tan irresponsable”.
Por lo de la seducción, en definitiva, en cualquier parte del mundo un ministro así ya habría renunciado.