Por Javier Maldonado.- Un grupo de expertos en aritméticas sociales de la Universidad Tom Jones (Turufquén) ha llevado a cabo un estudio en profundidad de las tendencias lógicas a cometer errores políticos de consideración de parte de las así llamadas autoridades de gobierno.
Un ejemplo de última generación es el diseño comunicacional que desarrolla para el señor Presidente de la República su equipo de asesores. Teniendo a la vista los resultados negativos de las encuestas semanales que buscan medir la popularidad del mandatario, sus consejeros domésticos decidieron crear una serie de conceptos motivacionales que el ejecutivo debía instalar en el inconsciente colectivo y que tenían como objetivo estratégico la superación moral de la nación, a fin de enfrentar y derrotar sicológicamente la pandemia que azota al país.
Haber fijado un plazo perentorio para que se produjera el tan ansiado peak, dando cuenta de la superioridad del equipo presidencial por sobre el COVID-19, apelativo clave para anunciar las maniobras militares que debían someter a este enemigo, era una demostración evidente de tener agarrado al toro por las astas.
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¿Fake cajas?
De aquello, los asistentes derivaban la noción de una nueva normalidad, que significaba que, parafraseando a Winston Churchill, este “no era el principio del fin, sino que el fin del principio”, pero que la población del país comprendería que el gobierno llevaba la delantera y faltaba ya poco para acotar definitivamente la amenaza.
Para consolidar la idea precedente, el Presidente sacó de la manga el as definitivo que tiró sobre la mesa: retorno seguro, se llamaba la segunda etapa y final. Pues bien, el virus no se dio por enterado y aprovechando el clima de optimismo instalado por el gobierno, expandió sus contagios ya no a los sujetos más expuestos, es decir, los adultos mayores, sino que haciendo el mal sin mirar a cual. El cuadro verde salubrista acumuló todo tipo de porcentajes, cifras que los aritméticos sociales sostienen que sólo sirven para embolar la perdiz e inventar falsas expectativas entre los ciudadanos más crédulos.
Atrapados sin salida por la dura realidad, los asesores concluyeron que, como lo incluye el grafismo chino para la expresión crisis, se presentaba una oportunidad que podía tener visos de espectacularidad y así recoger cañuela en los números de las encuestas. Esta operación involucraría directamente al primer mandatario y se presentaría como una idea de su creación. Tenía que ser un objeto material que se les pudiera entregar directamente a los ciudadanos, que en vista de las decisiones de someter a cuarentenas a las comunas de todo el país, de norte a sur y de mar a cordillera, estarían imposibilitados de salir al mercado –to go marketing– en la jerga técnica de los expertos en mercadeo, y por ello recibirían en sus casas este obsequio solidario de la presidencia de la nación, entregado por funcionarios municipales.
La discusión acerca de los contenidos de las cajas fue resuelto en breve por el presidente: se llamará canasta de alimentos, quizás recordando los tiempos en que iban a la feria con una canasta, antes de las bolsas de plástico. La ovación fue inmediata. La autoridad demostraba vívidamente quien tenía la sartén por el mango. Alguien, quizás una voz tímida susurró de entre la multitud de yes men que se mostraban tan felices: ¿y de cuántas canastas estaríamos hablando? Como es obvio en estos casos, todos se miraron, cada quien buscando una cantidad que insinuaría su vecino.
El presidente, iluminado aún por su brillante idea, soltó una cifra, un número, una cantidad que dejó turulatos a los expertos asesores: 2 y medio millones de canastas, es decir, dos millones quinientas mil canastas. Un ominoso silencio se dejó caer al centro de la mesa.
El mandatario habló en voz baja con uno de los asistentes, se levantó de la mesa y dijo que trabajaran en ello, que él haría el anuncio de inmediato. Tal cual. Los ujieres armaron el podio y el presidente le comunicó al país que se entregarían casa a casa dos millones y medio de canastas de alimentos a una semana plazo, entre el próximo viernes y el domingo siguiente. Volvió a la mesa sobándose las manos: ¡Listo! Dijo, ¡todo el mundo a trabajar!
Los expertos reunidos se dijeron unos a otros: ¡Y de dónde ch… vamos a sacar dos millones y medio de canastos! Ni siquiera en Chimbarongo. Hay que decirle al presidente que no pueden ser canastos pero que, quizás, tal vez podrían ser cajas. El único proveedor de cajas con esa capacidad es la Papelera. Bien, que alguien llame a Matte y le pida para pasado mañana esa cantidad de cajas. No creo que la Papelera se vaya a poner solidariamente con las cajas. Pero eso lo veremos llegado el momento.
Estudiemos los contenidos del obsequio. Alimentos básicos para cualquier despensa doméstica: arroz, azúcar, lentejas, porotos, garbanzos, aceite de cocina, atún en conserva, fideos, pasta, harina, leche, té, tal vez artículos de aseo personal como, por ejemplo, jabón, y detergente. ¿Algo más? Sí, ¿uno de cada uno o más de uno? Bueno, dijo la única mujer del grupo, dos pastas, qué sé yo, espirales, y dos tallarines, dos jabones, dos latas de atún o de jurel, en fin, calculando el gasto de una casa con cuatro personas promedio durante quince días. Llevaron el diseño al presidente. Éste lo aprobó de inmediato y dio la misma orden que daba Pablo Escobar: “¡Hágale!”.
Los expertos llamaron a los ministros de Hacienda y de Economía, quienes les contrapreguntaron de cuánto estaban pensando en plata. Hicieron números y concluyeron que para cumplir con el sentido solidario de la idea inicial, debían ser generosos con los proveedores. Los costos de logística serían, o debían ser, de cargo de las intendencias regionales, y las operaciones de armado y llenado de las cajas del voluntariado municipal, si es que eso existiese. Entonces apareció el presidente que entreabriendo la puerta dijo: 30 mil pesos; y se fue.
La maquinaria estaba funcionando. Llamaron a los proveedores quienes con el corazón en la mano les dijeron que muy bien, pero tenían que saber –y aprobar- que el costo de la caja sería de $19.000. El sobreprecio de $11.000 sería para ellos. Bueno dijeron los expertos asesores, es justo y no es especulativo. El asesor presidencial directo preguntó si acaso él podría ser proveedor. No hay problema, dijeron.
Los aritméticos sociales de la Universidad Tom Jones de Turufquén hicieron, de puro metetes, un cálculo simple pero de resultados sorprendentes: multiplicaron $11 mil por 2,5 millones y obtuvieron la suma de $27.500.000.000, es decir, veinte y siete mil quinientos millones de pesos, que es la ganancia solidaria que se repartirán los generosos proveedores de la cajita de la felicidad, pagados con fondos regionales.
También hicieron otro ejercicio conjetural: si a cada uno de los 17 millones de habitantes del país se les diese $300 mil mensuales durante tres meses, esa operación costaría más menos $17.000 millones, y aún así sobrarían muchos millones para repartir en los siguientes 3 meses. Así son las aritméticas sociales, subversivas y soñadoras.