Por Hugo Cox.- Una de las explicaciones históricas de la desigualdad está en que Chile nunca ha solucionado la pobreza originada en el campo, pobreza que se traslada a la cuidad (migración campo–ciudad), situación que se intentó resolver con una reforma de carácter estructural como fue la Reforma Agraria, proceso que quedó truncado con el golpe militar, provocando la expulsión desde el campo a los campesinos que llegaron a habitar los sectores marginales de la ciudad, engrosando las cifras de pobres en el país, país con fuerte rechazo a la pobreza en que sectores ven que pobreza es sinónimo de delincuencia (Aporofobia instalada, ver Adela Cortina).
Hoy los pobres son hijos o nietos de campesinos, son los mismos de antes, es el mismo origen. Sigue la deuda histórica con el mundo rural y se ha acentuado con el paso del tiempo.
La desigualdad debe ser parte de cualquier agenda política, ya que esta refleja en parte la angustia y la rabia contra un modelo que no da cuenta de la realidad, lo que se traduce en una falta de adhesión al sistema democrático.
Thomas Piketty sostiene que “en los últimos años, el rendimiento del capital ha sido mayor al crecimiento de la economía y, por tanto, quienes contaban inicialmente con ese capital –en forma de inmuebles, herencias y patrimonio– se benefician más del crecimiento que quienes dependen de su trabajo”. Aquí está la base de la desigualdad estructural del modelo.
Si a lo anterior se agregan las medidas de ajuste, recortes presupuestarios a los servicios básicos de Salud y Educación, en síntesis un manejo económico en función del gran capital financiero, disfrazado de múltiples formas, que ha torpedeado en forma sistemática a los sectores medios y con más fuerza a los sectores precarizados de la sociedad.
Hoy, producto de la crisis sanitaria y la no solución del conflicto base de la sociedad, esa desigualdad se manifiesta con mayor intensidad y se agudizará con la falta de ingresos o bajos ingresos y que será la herencia de la actual coyuntura pandémica, al igual que el endeudamiento de los sectores medios va a debilitar aún más la situación actual, ya que quienes entran endeudados a la crisis tienen menos posibilidades de salir bien. Por lo tanto, son esos sectores los que van a necesitar un alivio de sus deudas, en que los acreedores se deberán hacer de los activos a “precio de saldos”, sin una medida de esa características habrá una depresión prolongada y un empobrecimiento masivo de esos sectores.
Por otra parte en relación a los sectores socioeconómicos más bajos Joseph Stiglitz en su texto “El precio de la desigualdad” nos plantea con respecto a las crisis que “golpean a la parte baja de la escala socioeconómica que pierde sus trabajos de manera desproporcionada, se llevan lo peor”.
Tal como está la situación hoy el conflicto pobreza–desigualdad deberá resolverse con una mirada de largo plazo. La actual situación de crisis desatará en el campo de las ideas un debate que debe conducir a un pacto social duradero sobre nuevas bases sociales.
Adela Cortina escribía en el diario El País de España, a propósito de este debate que surgirá una vez controlado el COVID-19: “Dependerá en buena medida de cómo ejerzamos nuestra libertad, si desde un nosotros incluyente o desde una fragmentación de individuos”.
Este debate público sobre desigualdad puede llevar a un cambio de largo plazo en la orientación ideológica y en las políticas públicas. Este debate estará en oposición a la situación actual, y se puede transformar en un golpe a los mercados no regulados, sin una protección económica para los trabajadores. La actual crisis demostró los rasgos suicidas de políticas económicas basadas solo en el mercado y sobre la base de una ideología individualista.
Aquí se instala la discusión sobre una agenda progresista que considera la fiscalización a la gran riqueza, políticas que consideren una renta básica y, por qué no, una discusión sobre la nacionalización de sectores estratégicos.
En síntesis: la desigualdad seguirá presente en el país, y con mucha fuerza, y por lo tanto la discusión será muy compleja, porque lo viejo se niega a morir y a lo nuevo le cuesta florecer.