Por Mauricio Vargas.- Estoy en desacuerdo con la columna de Warnken en El Mercurio, en la que se queja de la “intolerancia”, aludiendo a la incapacidad de diálogo en algunos casos ejemplificados y referidos únicamente a la izquierda o a posiciones de reivindicación en la sociedad.
Estoy de acuerdo con él en que necesitamos dialogar para construir una sociedad mejor. Pero no comparto que la tolerancia sea una buena base para construir algo. Me explico:
1.- La tolerancia supone una escala de valores, desde la cual se estima lo tolerado como algo negativo. Esto, porque cuando se habla de “tolerar” algo, siempre se refiere a cosas o situaciones que consideramos males; nadie “tolera” la felicidad, la solidaridad, la generosidad, la belleza, la paz. En cambio, se tolera el dolor, la frustración, el egoísmo, etc. Es decir, se tolera aquello que no comparto. De hecho cuando tolero un bien, es porque suele haber egoísmo de por medio: si tolero tu felicidad, es porque no la deseo.
2.- Lo que estamos experimentando en la sociedad no es falta de tolerancia, sino falta de valoración por la diferencia, falta de respeto por las personas y sus opciones. Falta de empatía con el crecimiento y los errores de otros.
3.- Cuando denosto las luchas de otras personas, no es por intolerancia: es porque no quiero ceder en mi cosmovisión. Quienes no desean cambiar la estructura de roles definida según género, se molestan con los movimientos feministas. Cuando les molestan las acciones de los movimiento democráticos (pienso en realistas versus patriotas), no es porque no se tolere que se hable mal del Rey; es porque no soportan la idea de que la soberanía no esté en manos de dios y que la divinidad utilice a una familia de elegidos para ejercerla sobre el pueblo -les resulta inconcebible que un montón de «rotos», de «nadies», tengan derechos políticos para deliberar en torno al destino de la nación-.
4.- A lo que Warnken se refiere con intolerancia, expresado como un discurso violento, vociferante y delirante, es la falta de educación cívica. La falta de convicción en el valor de la diversidad. Es pobreza expresada en la incapacidad de diálogo. Le molesta que la gente sin su nivel de educación no pueda expresarse conforme a ciertos estándares cortesanos y palaciegos.
5.- Habla de un «como antes fue». ¿Antes cuándo?, ¿Cuando los pelucones aniquilaron a los pipiolos? ¿Cuando la elite se opuso a la educación general de la población? ¿Cuando se masacraron obreros? (basta revisar los discursos dados en el congreso en relación a matanzas como la del La Coruña o Santa María), ¿Cuando se invadió el territorio libre y soberano que el Rey y O’Higgins (como director supremo) reconocieron a los mapuche al sur del Biobío? Y así, podemos revisar década tras década, lustro tras lustro, en busca de la añorada tolerancia y no encontraremos nada, salvo menosprecio por la mayor parte del país.
6.- La única expresión de tolerancia que observamos en nuestra historia ha sido cuando sectores de la población han debido callar por miedo a los gobernantes. Eso no es tolerancia, mucho menos libertad de expresión. Eso, tan lindo, es precisamente lo contrario.
7.- El respeto y la valoración de la diversidad es otra cosa. Es el reconocimiento ecológico, ecosistémico, de que la vida sólo puede florecer, prosperar y sustentarse en base a la diversidad y el equilibrio de las partes. Lo demás es un monocultivo, una plantación. Y claro, en una plantación se toleran los plaguicidas en la medida que permitan el sano crecimiento de un producto exclusivo.