Por Alexis González-G.- Para nadie es un misterio que el manejo, político y comunicacional del gobierno respecto a las crisis sociales -y ahora sanitaria- a las que se ha visto enfrentado el país es, por lo menos, cuestionable, principalmente en lo que respecta a la oportunidad de la información y la entrega de antecedentes claros y precisos respecto a la situación país, su contingencia y los efectos que ha tenido en la ciudadanía.
Es por ello que al analizar la realidad actual de Chile, se hace cada vez más necesario lograr entender, las estrategias del gobierno, muchas veces inexistentes, y la visión de éste, para enfrentar y planificar las medidas tomadas en el tenor de los acontecimientos que ocurrieron, ocurren y que, sin duda, continuarán sucediendo mientras sigan tomando decisiones parche para problemáticas serias y profundas.
En este escenario que enfrentamos desde octubre de 2019, con ciertos tintes de surrealismo en la puesta en escena de las autoridades de gobierno, como en los estilos dramatúrgicos, se pasa rápidamente de la comedia a la tragedia. Pero, por sobre ellas, últimamente ha tomado un lamentable protagonismo el drama, no como estilo teatral, sino como una cruda realidad, con la que, cada vez más, estamos tristemente familiarizados, en razón de los lamentables estragos que está causando la pandemia en nuestro país.
Es en esta analogía de nuestra realidad con la dramaturgia en que aparecen las propuestas que Erving Goffman planteadas en su obra “La Presentación de la Persona en la vida Cotidiana” (Goffman, 1981), con su mirada del día a día de las personas, indicando que éstas son como actores, que se esfuerzan permanentemente a lo largo de toda su vida social para transmitir una imagen convincente de sí mismos, frente a los diversos auditorios a los que se enfrentan (la familia, los amigos, la escuela, la oficina, etc.), agregando que no importa lo que uno sea realmente, sino lo que se logra parecer.
Es en este contexto, es donde la teoría de Goffman cobra especial sentido, sobre todo si la aplicamos a la puesta en escena que tiene el gobierno, al informar las medidas y acciones a tomar respecto al manejo de la pandemia, dando a entender en estas acciones que cumple un rol de liderazgo y representatividad, que muchas veces no es tal, y tampoco lo ha sido desde el estallido social.
La Legitimidad se debería ejercer en razón a la capacidad de convocar voluntades y formas de enfrentar un problema. En la práctica, ha quedado demostrado que las medidas tomadas solo han servido como estrategia político-mediática para enfrentar la contingencia, pero no necesariamente para crear las condiciones de participación de todos los sectores, para tratar esta problemática en conjunto y considerando una diversidad de miradas. Ejemplo claro de esto, es el conocido tira y afloja de las autoridades gubernamentales y puntualmente del Ministro de Salud al responder con evasivas los innumerables llamados del Colegio Médico para que se transparentara la información de las estadísticas de contagiados y la estrategia que han tomado para su calificación y monitoreo, situación a la que obstinadamente las autoridades de gobierno, se han negado a acceder, como tampoco a reconocer los aportes que pueden hacer otros expertos en esta materia.
Tal estrategia, puede ser bien o mal calificada, pero sin duda busca una meta, esta es demostrar el rol de liderazgo de la autoridad política en la toma de decisiones técnicas de salubridad, decisiones y acciones que en el fragor de la contingencia nacional y en relación a la falta de aprobación y deslegitimación de la clase política gobernante, se ha transformado en el único y fundamental bastión o pilar que sostiene una administración ya desgastada.
Podríamos decir entonces, que en esta contingencia nacional -por el hecho de ser tan transversal- todos adquirimos más de un rol en la escena país, y sin duda somos los protagonistas. Pero en razón de los acontecimientos, medidas y declaraciones desafortunadas, los gobernantes se han empeñado en autoconvencerse de la existencia de “enemigos poderosos” que, desde el antagonismo, les impiden ejercer su rol de liderazgo. Se han negado a a asumir, quizás, el rol que representan en escena. No es el asignado por el director de esta gran obra (en este caso la ciudadanía), sino uno que se sale del guión e improvisa un texto inexistente, sin sustento ni coherencia.
Goffman plantea que en nuestras relaciones personales del día a día solo podemos actuar. Lo que no podemos ser es simplemente hombres, ya que estamos constreñidos a actuar la Tragedia o Comedia de nuestra vida a tiempo completo. En su condición de actores, los individuos se preocupan por mantener la impresión que cumplen muchas reglas, las que incluso se les pueden aplicar para juzgarlos en caso de no cumplirlas, pero a un individuo, como actor, no le preocupa el problema moral de cumplir esas reglas, sino el problema amoral de fabricar una impresión convincente de que las estaría cumpliendo. Nuestra actividad se basa en gran medida en la moral, pero en realidad, como actores, no tenemos interés moral en ella, pudiendo definir que como actores de esta obra pasamos a ser mercaderes de la moralidad (Goffman, 1981).
En este sentido, la autoridad efectivamente presenta una careta que insiste en mostrar y tratar de convencer a los chilenos que son efectivamente la solución a los problemas, y aunque muchas veces sepan que no lo son, deben continuar con la obra fabricada, no importando si se hace lo correcto, sino lo que permita proyectar una imagen convincente de su labor y de la efectividad de la misma. En definitiva, montar un buen espectáculo, sin importar su audiencia, sino el show creado a medida, para ellos mismos intentar convencerse de lo que no son capaces de convencer a los demás.
En otro sentido, E. Goffman en su obra Internados plantea el concepto de “Instituciones Totales”, a partir del estudio de diversas instituciones que comparten una serie de características totalitarias, en las cuales los seres humanos comparten un espacio delimitado, bajo tiempos e interacciones controladas. Instituciones como cárceles, asilos, cuarteles, hospitales psiquiátricos, son ejemplos de instituciones totales. De este tipo de instituciones se logra articular dos grupos sociales en interacción dentro de la institución total: custodios e internos. De los internos, Goffman establece dos formas primordiales o ajustes a través de los cuales los internos se adaptan o adaptan su entorno: los primarios, cuando el interno se adapta a los reglamentos y estructuras institucionales; y los secundarios, cuando los individuos logran adaptar algunas características institucionales para su beneficio.
A partir de esto podemos entonces llegar a plantear que dentro de esta gran obra y/o puesta en escena del gobierno frente a la contingencia sanitaria, no solamente tenemos a los participantes de ella, sino que también el teatro donde se desarrollara esta función, vale decir, el gobierno, representado en el Estado el cual -si consideramos analógicamente la mirada de Goffman- se transformaría en una gran Institución Total que pretende hacernos sentir prácticamente como criaturas irresponsables, dignas de ser conducidas paternal y despóticamente por las autoridades “competentes” y, por supuesto, vulnerables y sometidos a la suspensión de nuestros derechos fundamentales e implícitos de la condición ciudadana.
Esta actitud de la autoridad política hace más sentido aún si se mencionan los cuatro atributos que sustentan al confinamiento en instituciones totales: el primero indica que “el ingreso de los internados no es voluntario”; el segundo “considera los primeros efectos de la institucionalización sobre las relaciones sociales que el individuo mantenía antes de convertirse en internado”; el tercero trata de “la adhesión que se espera que manifieste el internado hacia su celda, y en detalle a la forma en que los internados pueden establecer cierta distancia entre sí mismos y aquellas expectativas”; y un último acerca del “rol de la perspectiva médica en lo que refiere a dar a conocer al internado la realidad de su situación”. (Goffman, 2001) Esta última es la realidad que pretenden hacer entender a los confinados muchas veces a conveniencia del médico tratante o a las políticas que dicha institución impone, rol que en este caso representarían las autoridades que nos gobiernan, utilizando esta estrategia de confinamiento (obligado, forzoso, impuesto por su propia naturaleza), como la forma de manejar a la oposición política y el descontento ciudadano, tratando de convencernos de los motivos que nos llevaron a nuestra condición de internados o confinados.
Junto con imponer un confinamiento por razones sanitarias, el gobierno aprovechó de implementar un confinamiento a la crítica, a las manifestaciones por demandas sociales, un confinamiento al malestar de un país que ya se cansó de esperar y que, ahora, a pesar de las medidas restrictivas, está regresando a las calles, esta vez con más certezas que dudas en sus demandas, ya que esta pandemia dejó al descubierto las falencias sociales que muchos quisieron y quieren seguir ocultando. Hoy, con el presente escenario que nos toca vivir como país, estas certezas han confirmado, para los que aún tenían dudas, que el reclamo popular por los derechos fundamentales de los ciudadanos de este país no es una puesta en escena que proviene del imaginario colectivo, o de un sector político determinado, sino que una triste realidad, que se hizo carne en los hogares chilenos y que está afectando, como siempre, a los más vulnerables.
En lo mediático, queda cada vez más claro que la ideologización de la pandemia, que no es exclusivamente de derecha o izquierda, gobierno u oposición, es sin duda la otra plaga a la que tenemos que hacer frente. Con el actual escenario, y el avance del virus, no hay día que pase que unos y otros “personajes” políticos se paseen y hagan postas en los matinales, programas y medios de comunicación, entregando sus “desinteresados” aportes en poblaciones vulnerables, acompañados por un «ejército» de cámaras que se encargan de difundir la entrega de cajas con sus fotos impresas y pegadas en ellas, para así ganar un voto más en las próximas elecciones, dejando ver sin pudor el aprovechamiento de la contingencia sanitaria para hacer campaña o mostrar su gestión política a través de una forzada conciencia social. La diferencia entre unos y otros es que a algunos se les nota más, son más evidentes y torpes, y a otros se les nota menos, o al menos eso pretenden hacer creer.
Finalmente cuando esta difícil situación concluya, cuando se baje el telón de esta obra dramática y se logre controlar este virus y sus efectos en la población, ya sea a mediano o largo plazo, no será fácil ponerse de pie nuevamente y ordenar los destrozos que éste dejara en el sistema público de salud, en la política y en la economía nacional en general. Pero sin duda lo que será más costoso y llevara más trabajo será recuperar las confianzas en nuestras autoridades políticas, debido a una serie de bochornosos espectáculos ofrecidos por ministros y el gobierno en su conjunto, que en el manejo de las crisis han afectado al país, primero desde el estallido social y ahora con la pandemia, desconfianza que claramente fortaleció la crisis de representación política, que ya se venía presentando hace algunos años, junto a las propuestas mediáticas del gobierno, que como ha sido la tónica, se esmeran política, social y comunicacionalmente en enfrentar los síntomas, pero no la causas reales de la enfermedad, sin querer asumir que quizás… solo quizás… la enfermedad no es el COVID-19 y sus consecuencias, sino que el cáncer del populismo y la demagogia que se encuentra enquistados en la clase gobernante, que mantiene con deficiencia respiratoria y sin ventilador mecánico disponible, a la sociedad chilena en general y como ya es costumbre al sector más desposeído de nuestro país en particular.
Bibliografía
– Goffman, E. (1981). La Presentación de la Persona en la Vida Cotidiana. Buenos Aires: Amorrortu Ediciones.
– Goffman, E. (2001). Internados, ensayos sobre la situacion social de los enfermos mentales. Buenos Aires: Amorrortu Ediciones.