Por Javier Maldonado.- Don Gabriel García Márquez me perdonará por haber tomado el título de uno de sus geniales relatos para utilizarlo como encabezado de esta crónica, cuyo personaje es un gallito de la pasión muy bien venido a menos y cuyo cacareo anuncia un espectacular vuelco político para ser consecuente con las inestabilidades éticas de su superior cantante del gallinero que ambos simulan abandonar.
Lo que nadie ha dicho es que la derecha neoconservadora está sufriendo un notorio descalabro ideológico que confunde a sus ejemplares políticos que ni en general ni en particular son políticos ejemplares. Vladimir Ilich, también conocido como Lenin insinuaba que la derecha no sería derrotada por la izquierda sino por el libre juego de sus contradicciones. El viejo coronel, o ex coronel, es también, según lo confirma de su puño y letra, un ex gremialista ex apolítico y un ex neoconservador al entrar mercurialmente al circo de las contiendas políticas abandonando con bombos y platillos las tesis de la inviolabilidad de su constitución para pasarse al bando contrario, al menos en las formas si no en los fondos.
Y en esto se pone a la altura de su ex gremialista y ex neoconservador camarada estrella del transformismo político que estirando el chicle a su máxima flexibilidad, no sólo renuncia a sus fervorosas creencias sino que, haciendo a un lado todos los formalismos, se reconoce, sin vergüenza alguna, activo motor de la muy antigua socialdemocracia, tendencia rupturista y revisionista en el campo del socialismo.
Quizás haya querido decir que sus nuevas convicciones lo derivan hacia el socialismo liberal, tendencia revisionista surgida en Italia del caletre de Carlo Rosselli hacia 1928. Para los que no saben de qué se trataba, que no son pocos, el ideólogo Rosselli propició un cambio de rumbo (tal como lo hace Lavín hoy día 90 años después) y que dice más o menos así:
“Entendido el socialismo como ideal, y en tal sentido, como objeto de compromiso ético, el problema de la relación entre socialismo y marxismo, por un lado, y entre socialismo y liberalismo, por otro, se plantea en estos términos: ¿cuál de las dos posiciones en conflicto, que mueven desde hace un siglo a las principales fuerzas sociales y políticas por la transformación de la sociedad, ofrece las mayores garantías, si no para alcanzar el ideal, al menos para favorecer un gradual acercamiento a éste? No el marxismo entendido como sistema orgánico, sino el liberalismo entendido como método que, entre otras cosas, no impide que los movimientos que se inspiran en el marxismo hagan valer sus razones en el respeto del método democrático, es decir, de las razones de los demás. El cambio de rumbo consiste en afirmar que el socialismo, considerado desde siempre inseparable del marxismo, es al fin incompatible con él y compatible, en cambio, con el liberalismo. Así, el socialismo, entendido como ideal de libertad para la mayoría y no para unos pocos, no sólo no es incompatible con el liberalismo, sino que resulta teóricamente su conclusión lógica, su continuación práctica e histórica”.
Alguien, quizás disidente de cualquier parte, habrá aconsejado, asesorado, al político Lavín para asimilarse a las ideas ya vetustas de Rosselli, pero que quizás pudiesen ser funcionales a las debilitadas convicciones del presente. Ese es su punto aparte. El otro gallo cloqueante, en cambio, no trae un cuchillito de este tamaño bajo el ala y, todo lo contrario, da cuenta de su voltereta volatinera en una pirueta circense que contradice notablemente la ley del gallinero, que todos los saben, es implacable con el que no alcanza el palo de más arriba.
Ya ha sido dicho hasta el cansancio que un gallinero no tolera dos gallos, tal como en una novia no se toleran dos novios, sobre todo si las gallinas también tienen pretensiones, que no sería raro dada su natural coquetería componedora, por una parte, y su superioridad de clase dominante, por otra. Es un criadero de excepciones en el que todos y cada uno se sienten con los derechos heredados del gallo fundador para aspirar a la representatividad gremial. Además, el trío puede exhibir con soltura habilidades profesionales ya probadas. Lo que no se sabe a ciencia cierta es la aceptación que esta anomalía tiene en los demás residentes del gallinero. Cacareos más, cacareos menos, lo que se hace visible es la perplejidad que esta competencia virtual genera en todos los demás.
Ahora bien, quitadas las caretas y máscaras carnavalescas, el trío queda expuesto a las miradas indiferentes de unos y decididamente torvas de otros, y eso porque los socios de la empresa creen que si uno suma, los otros dos restan, sin identificar nítidamente cuál es cuál, aunque los transeúntes tenga ya una opinión formada. Dicen los susurrantes que el coronel, que no es gallo de corral ajeno, ha sido de algún modo desvalorizado por haber sido sorprendido alimentándose de harina de pescado, sustituto comercial al alimento natural que es el alpiste, el grano y el pastito tierno. De algún modo rompió el principio de sobriedad que exhibía ese colectivo.
Y es que el nivel más sofisticado del gallinero sostiene que ese alimento sustituto pone la voz oscura, de barrio plateado por la luna, y que allí, en ese campo de Marte gallináceo no podrá con el cacareo culto de la gallina francolina y la clarinada brillante del gallo revisionista. Si bien es cierto que los tres provienen del mismo huevo, no son, por así decirlo, gemelos. Además, los mal pensados, que nunca faltan, sospechan que el huevo ese era el de la serpiente, aunque esa atribución no sea muy feliz. Los tres exponen su autoritarismo tendencioso sin ocultamientos tímidos, pero en tanto nietos, o bisnietos, de la serpiente no pueden atribuirse tamaña responsabilidad. Sí les pesa un común pasado filo-castrense, del cual nadie quiere acordarse y que es imposible borrar. Lo que no pueden negar es que fueron a esa escuela y son discípulos, los tres ejemplares, de aquellos gallos de pelea.
Por otra parte, los observadores políticos, expertos en la contingencia, afirman que la carrera será mixta, es decir, entre la una y el uno, quedando naturalmente afuera el otro, y que éste será el ex coronel, tanto por sus desvaríos documentados, sus cuentas con la justicia, su relativismo ético y, sobre todo, por su carencia en lo absoluto de carisma, detalle indispensable para aspirar a lo que quieren aspirar. Así la cosas, el gallo-coronel insólito no tiene quien le escriba y por ello perderá su lugar en el gallinero, aún cuando se haya dado vuelta la chaqueta una vez más. Para sobrevivir, claro está.