Por Hernán García y José Orellana.- Max Weber nos recreó que existían legitimidades ganadas por carisma, tradición y legalidad. Tal aspecto se extrapoló a la idea de líder y de ahí a la de liderazgo. Por defecto entonces, se afirma que tendremos liderazgos por carisma, tradición y legalidad.
Usualmente, tal categoría se circunscribe a las referidas al ejercicio de la política o la cosa pública. Sin embargo, desde la teoría de las organizaciones la cuestión del liderazgo se transformó en un eje fundamental para que las mismas operen maximizando sus potencialidades de gestión y resultados positivos en orden al cumplimiento de metas, sean públicas o privadas. Ya en nuestros tiempos, la práctica del coaching y el marketing político, hacen del mismo un objeto de permanente preocupación.
Digámoslo así, el líder o la lideresa en el ejercicio de la política, no deben olvidar la razón por la cual adquirieron tal circunstancia, por ello nos encontraremos con liderazgos carismáticos, tradicionales o legales o una combinación de ellos, entendiéndoseles proactivos/as y capaces de adaptarse a los cambios vertiginosos que las sociedades experimentan en estos días. Liderazgos transformacionales se les han venido a denominar.
Los hechos acaecidos en octubre-18 del 2019, mostraron que la sociedad se movilizó sin liderazgos visibles. Podría hablarse de que hubo liderazgos colectivos, pues, los/as estudiantes secundarios/as y universitarios/as convocaron la evasión masiva de los accesos al metro de Santiago, pero luego la sociedad, no tan solo jóvenes, sino que también trabajadores/as, profesionales, adultos/as, etc., se congregaron en manifestaciones multitudinarias. Mientras el “líder” de gobierno -con esquivo carisma- hablaba de un: “enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie y que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite”. Por su parte los “líderes” legales, y a ratos carismáticos, desde el congreso nacional establecieron como proceso de salida a las movilizaciones, un acuerdo para redactar nuevas reglas sociopolíticas, socioeconómicas, socioespaciales y por defecto socioambientales sustentables, es decir una nueva Constitución.
Por su parte, los nuevos liderazgos políticos, surgidos desde las modificaciones al sistema electoral congresal (Ley 20.840, binominal al proporcional, aumentando el número de escaños), y que representaban la opción de cambio con rostros que venían a refrescar la política (estudiantiles, televisivos y de las artes inclusive), quedaron en entredicho cuando los propios movilizados renegaron de los mismos, siendo expulsados desde el epicentro de las movilizaciones. Ejemplos hay varios.
Luego, el devenir de los acuerdos entregó resultados históricos del plebiscito constitucional del reciente 25 de octubre del 2020, donde una amplia y contundente mayoría se inclinó por cambiar la constitución con un histórico e impensado 78,3% por la opción apruebo, y con un 79% para que una convención constitucional escriba la nueva carta fundamental. Estos números dan la impresión, que hubo un liderazgo colectivo que fue capaz de conducir la Geografía de la Multitud desplegada, o bien el estallido social. El tiempo dirá si fue un liderazgo de sentido común.
Es en este marco, que se avecinan dos subciclos electorales: el primero, ahora en abril del año 2021 con las elecciones de alcaldesas y alcaldes, concejalas y concejales, gobernador/a regional y la paritaria constituyente con representación de pueblos originarios y, el segundo, a fines de año para escoger consejeros/as regionales, congresales y presidente o presidenta de la república con las elecciones primarias, mediante.
¿Qué liderazgos son los idóneos para asumir estas coyunturas electorales? Pues, una vez iniciado el momento constituyente, con una creciente geografía de multitudes que se redibuja, expectante y vigilante para desplegarse por cada rincón de la patria ante el abuso o la injustica vigentes, precisa de hacerse la pregunta consignada. Las multitudes observan el comportamiento que tendrán los diversos procesos sociopolíticos y socioeconómicos, tanto respecto de la cesantía como de los efectos económicos de la pandemia; así como en el quehacer de los diferentes actores comprometidos, ya sean políticos de profesión y liderazgos sociales a multi e inter-escala.
Pareciera ser que se precisan liderazgos que tengan la capacidad de integrar ideas y lograr un sentido de horizonte transformador, más allá de un sector político, requiriéndose la capacidad de orientar la posta canalizadora no solo del descontento que genera el modelo neoliberal, a propósito de las desigualdades y abusos evidenciados, sino conducirlo democráticamente. Se precisa de un liderazgo que sea capaz de apropiarse de un ‘lenguaje veraz’, un lenguaje que convoque en verdad simple y de mayorías populares. Pierre Rosanvallón, historiador político francés, releva esta simpleza… que los políticos y las políticas se apropien de un ‘hablar veraz’ que contribuya a disminuir las desconfianzas y avanzar en la confianza.
Los resultados electorales de abril no lograrán dilucidar qué liderazgos se consolidarán mirando las elecciones nacionales. Las encuestas, deambulan con números que siguen respondiendo a momentos pasados y no proyecciones. Lo que sí es claro, es que el componente geográfico o territorial impone una ‘dialéctica circunstancia’, ya que entrega señales para concretar liderazgos empáticos, globales y funcionales a las tensiones socio territoriales vigentes, pero a su vez permite la fragmentación impidiendo la mirada estratégica. La desconfianza coadyuba en esta dialéctica territorial. Lo que se complementa con candidaturas que requieren un ‘hablar veraz’ a distintos sectores sociales, no solo a sus antiguos bastiones. La sociedad se ha ampliado y el potencial electorado, también. Están expectantes no solo los adultos mayores, sino también jóvenes que quieren ser parte del proyecto y que claramente desconfían -con argumentos- de las propuestas presentadas.
El proceso electoral presidencial sellará su destino en las primarias del 4 de julio de 2021. Pues la concurrencia masiva de los representantes de distintos sectores políticos marcará la impronta de la Unidad, en cada sector político. La ausencia de uno o varios, en cada sector, debilitará los liderazgos que aspiran a conducir el nuevo ciclo. Más aún sabiendo que el proceso electoral de abril es el resultado de muy pocos acuerdos de unidad y proyectos colectivos, provocando lo que tienen que provocar, como es la tensión y la competencia descontrolada que la ciudadanía mira con sospecha fortaleciendo la desconfianza vigente sobre políticos/as y sistema político en general.
Al proceso electoral que culmina el 21 de noviembre del 2021, debe sumarse lo vivido en un sistema político ajustado gracias a la modificación de la ley electoral, de partido político y descentralización ‘posibilitadoras todas’ de una nueva geografía electoral, más competitiva, demandante y -aspiramos- más representativa y participativa. Circunstancia situada en una geografía de desconfianza respecto de las instituciones, actuales liderazgos y al ethos que concretó la vigente constitución. En esta clave, no es casualidad que el “perro negro matapaco”, gradualmente se haya instalado en los imaginarios de las personas como una idea a seguir, evidenciando el vacío de liderazgos.
Lo que sí está claro, es que no bastará con un líder o lideresa que se exculpa desde las técnicas del marketing de la política, sino que deberá tener una mirada constructiva y positiva, no aceptándosele reeditar proyectos anteriores sino proponer un nuevo Chile, al amparo de una nueva constitución, donde la salud y la expectativa de eliminar las injusticias multivariadas serán ejes ineludibles de incorporar. Todo ello codificado en un ‘hablar veraz’.
No se requiere en este proceso que la candidatura presidencial disponga de un alto nivel de conocimiento, lo que se requiere es la Unidad de las fuerzas entorno a un proyecto, que será representado por uno nuevo líder o lideresa, que debe surgir del proceso de primarias. Ese momento histórico marcará el destino constituyente. Sellará los acuerdos de candidaturas al congreso y los gobiernos regionales (elección de consejeros regionales).
A partir de ese proyecto de unidad, el líder o lideresa deberá exhibir sus atributos sociales, políticos, mostrar consistencia argumentativa en ideas, conceptos, altos grados de credibilidad y coherencia con quienes conformarán el equipo en el congreso del próximo periodo, pues se requerirá coordinar el nuevo congreso con el momento constituyente que ofrecerá/demandará consultas a la ciudadanía entre abril y noviembre desde una perspectiva territorial. Complejizando la geografía política, el bisoño rol de las autoridades regionales, lo que no coincidirá con la geografía municipal, pues todos buscarán influir en el proceso y es ahí donde el liderazgo debe recurrir al carisma y cercanía por medio de un hablar veraz, a la valoración de la tradición cuando corresponda, pero con opción de renovación y el respeto a la legalidad, cuestionándola (la legalidad) con la fuerza de los argumentos cuando abale abusos o injusticias. El liderazgo entonces deberá adaptarse a la geografía territorial, proporcionando respuestas a demandas locales, regionales y nacionales.
Hernán García es magister© en Ingeniería Informática, licenciado en Educación en Matemática y Computación USACH
José Orellana Yáñez es Geógrafo, Cientista Político y Doctor en Estudios Americanos. Docente Escuela de Ciencia Política UAHC.