Por Hugo Cox.- “No hay nada más revolucionario que cuando el poder está en la calle” (Hannah Arendt).
Desde el 18 de Octubre de 2019 el poder, lentamente, se fue a la calle, y su máxima expresión estuvo en el acuerdo para construir una nueva Constitución que refleje las esperanzas y sueños de un Chile diferente.
En pocos días se eligen los constituyentes que darán paso a la elaboración de esta nueva Constitución, proceso que -a la luz de los actuales sucesos- se hace más imprescindible, para dar una salida política a la situación actual.
Hoy nos encontramos con un gobierno que no gobierna, con un decreto del Poder Ejecutivo que confundió las planillas Excel, con lo que es gobernar un país con las complejidades del nuestro.
Esto no es nuevo en la derecha chilena. El panorama no es tan distinto si nos remontamos al gobierno de Jorge Alessandri Rodríguez (1958-1964) cuando la derecha levantó el eslogan de que el país necesitaba un gerente para ordenar la casa (él era gerente en la Papelera) y terminó sus seis años con país que pedía cambios profundos y dejar atrás la sociedad basada en el latifundio.
Esa misma sociedad, en la actualidad, pide a gritos un nuevo trato; pide mayor dignidad y que las brechas de inequidad se estrechen; que la salud, la educación, la vivienda, la seguridad social y la seguridad pública sean un derecho social garantizado, y por lo tanto, la estructura económica, la estructura política deben ser coherentes con los derechos sociales.
En forma paradojal vemos dos procesos en marcha: por un lado, un proceso constituyente y, por otro, un proceso destituyente que en forma rápida se instala en amplios sectores de la ciudadanía.
El poder instituyente se manifiesta al principio como un poder no institucional, es decir, es una demanda cuya satisfacción misma exige la creación de instituciones de reemplazo a las existentes. Pero esto no sólo significa asumir la dimensión destituyente, sino que asumir un nuevo proceso político, que se traduce en tensiones, rivalidades, cambios, creación en términos de Nietzsche… el despliegue de las fuerzas creativas por oposición a las poderosas fuerzas conservadoras que estabilizan demandas de cambio con su poder y la inercia del sentido común como muro de resistencia frente a los procesos de ruptura.
Toda oposición contra-hegemónica debe ser conciente de los fenómenos antes enunciados y de los conflictos que esto genera en la sociedad.
Y en este andar se incorporan las distintas demandas de los sectores subalternos como por ejemplo pueblos originarios, mujeres, minorías sexuales, etc.
En paralelo a lo anterior y en forma coherente se instala al margen de institucionalidad vigente, un proceso de destitución del gobierno y que se personifica en Piñera y su orfandad política.
Este momento político surge cuando el pueblo siente el abandono en situaciones difíciles y complejas (crisis sanitaria y falta de ingresos) por parte del gobierno.
Estas dos situaciones actúan en paralelo generando un cuadro de alta inestabilidad social. Se percibe como la respuesta de María Antonieta, al pueblo de París ante la pregunta de por qué reclaman, y el diálogo “piden pan”, respuesta, “si no hay, pan denles tortas”… y todos sabemos dónde terminó María Antonieta.
En síntesis, estamos en un escenario muy volátil y explosivo y esto puede ir hacia cualquier lado.