Por María Irigoin.- En “Aprender a Ser. El futuro de la educación” leemos que “en Atenas…la educación constituía un fin en sí misma de la sociedad (y podían hacerlo gracias a la esclavitud). Pero las máquinas pueden hacer por el hombre actual lo que la esclavitud hacía en Atenas para algunos privilegiados”. La reflexión es de 1972, cuando se empezó a hablar, entre otros temas, del Aprendizaje a lo Largo de la Vida y de la introducción de las máquinas en la educación. Y se hablaba del destino del ser humano. Son temas poco tratados después, hasta que la pandemia los está recuperando. Vi en la web de la Universidad de Oxford que “los estudiantes de Educación Continua…tienen edades entre los 18 y más allá de los 90 años”. En Chile habrá también más desarrollo de la educación continua después de la pandemia, pero miremos primeramente a nuestros niños, niñas y adolescentes (NNA).
En demografía se habla del regalo demográfico cuando un país tiene más NNA que adultos mayores. En Chile no está sucediendo eso, pero esta es aún una mayor razón para considerar a los NNA como un regalo y preguntarnos: ¿Qué estamos haciendo con nuestro regalo demográfico?
Un experto de Singapur dijo, en visita a Chile, que su país carecía de los excelentes recursos naturales que tenemos y que se dieron cuenta de que su único recurso para construir futuro eran sus nuevas generaciones. Y así surgió la decisión de educar bien a sus NNA, lo que les ha permitido salir del subdesarrollo.
¿Y nosotros? ¿Más atención a los recursos naturales que a nuestra juventud? La respuesta se relaciona con muchos NNA en situación de vulneración de sus derechos bajo la protección del Estado, desertores de la educación secundaria y superior, precariedad en la salud, la educación, el trabajo y la vivienda.
Salud, educación, trabajo y vivienda se reconocieron a fines de los 90s (ONU) como los cuatro pilares del desarrollo humano. ¿Quién podría desarrollarse sin esto? Los determinantes sociales de la salud nos muestran que las personas más pobres, con menos educación, y con trabajo y vivienda precarios, o sin ellos, se enferman más y se mueren antes que los que tienen mejores condiciones. Así, la pregunta sobre el regalo demográfico también podría ser: Al ver lo que pasa con nuestra población más joven, ¿nos duele realmente el país?
No hemos llegado a los extremos de otros países con pandillas de jóvenes cuya esperanza de vida fluctúa entre 18 y 23 años, pero no deberíamos seguir negándonos a conectar esa realidad con jóvenes con hijos y sin apoyo para fortalecerse como familias, una educación pública y particular subvencionada poco atendida, una educación superior de calidad muy heterogénea, el riesgo social de la deserción, las adicciones; el narcotráfico, y un largo etcétera que todos conocemos.
Los Ministerios de la Soledad comienzan a aparecer para abordar la soledad de personas de todas las edades como un problema de salud pública. Y se piensa que la soledad va a seguir creciendo, debido a la soledad tecnológica, el teletrabajo, el uso de celulares… El Reino Unido creó su Ministerio de la Soledad en 2019 y Japón lo ha hecho en febrero de 2021.
La pandemia nos está mostrando en toda su crudeza la precariedad en que están los cuatro pilares del desarrollo humano, porque la educación no lo puede hacer todo. Pero la educación sí puede hacer más de lo que hace, en el sentido de impulsar más un esfuerzo sistémico de todos los sectores y, a modo de ejemplo en el ámbito de las instituciones educativas, tratar de comprender más el mundo y contribuir a su mejora, en lugar de seguir, en varios casos, preparando a los estudiantes para continuar dándole vuelta a la manivela.
Y los robots y la inteligencia artificial nos están desafiando. Los usamos de apoyo, trabajamos con ellos, e incluso algunos pesimistas piensan que podríamos terminar trabajando para ellos. Toca despabilarse La tecnología ha llegado a quedarse y conviene recordar aquí unos versos de Shakespeare: “La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de sonido y de furia, y sin significado”. Cuando se pone la tecnología antes que los significados, corremos el riesgo de ser fascinados por el sonido y la furia de los medios y de las grandes inversiones e intereses que no parten de los para qué y los por qué.
Después de la pandemia no deberíamos volver a más de lo mismo, pero tampoco debiera instalarse la Docencia Remota de Emergencia en forma permanente, como sucede con los campamentos después de los terremotos. Estamos al filo de la oportunidad para tratar de alzar más la mirada para abarcar el gran cuadro desde los fines más que desde los medios.
El Consejo de Europa sintetizaba años atrás su anhelo de contar con una población juvenil sana y educada. Pareciera conveniente definir qué sería en Chile una población sana y educada y actuar en consecuencia.
Como siempre, habría que revisar escritos orientadores del pasado y del futuro (UNESCO está aventurando miradas hasta el 2050). Y se podría pensar en un marco de lo que somos los seres humanos y de lo que es la educación y considerar a la educación abierta en términos de abierta a las ideas, a las personas (equitativa e inclusiva), a los métodos, a los prerrequisitos (reconocimiento de aprendizajes previos) y a las restricciones de tiempo y de espacio (educación a distancia). Este fue un sueño de los 60s que se convirtió en realidad en las universidades abiertas de los 70s.
El primer año de la educación superior debiera dejar de ser el quinto año de secundaria, lo que requiere un cambio radical a la educación general (básica y secundaria), y los primeros años de la educación superior debieran ser el pivote para el aprendizaje a lo largo de la vida, con ofertas de itinerarios para seguir aprendiendo a través de programas de larga duración e intervenciones de corta duración bien diseñadas y de calidad certificada. ¿Y las pedagogías? Requieren otro enfoque integral o cada vez habrá menos profesores.
Finalmente, la dimensión humana, la ética y la salud mental son conceptos que se repiten cada vez más en la literatura sobre la pandemia. Agrego, entre otros, la estética, el humor y la comunicación intergeneracional, que son necesarios en toda la vida Y como ha dicho más de algún académico, frente a la incertidumbre deberíamos jazzear, en el sentido de que el jazzista improvisa, pero sobre la base de sus conocimientos y capacidades que cultiva todo el tiempo.
Y para enfrentar las tareas, TS Eliot nos dice, desde “Tierra baldía”:
“¿Atrevernos a perturbar nuestro universo?
Vale la pena hincarle el diente al tema,
Pero siempre con una sonrisa”