Por Nicolás Gómez Núñez.- La llegada del COVID empalmó con el alzamiento popular de octubre de 2019. Entre ambos hubo menos de cinco meses de distancia. Estos fenómenos se unieron a la sequía que afecta los territorios desde hace diez años. La sequía, el proceso constituyente y la pandemia son objetos mundos que imponen sus tiempos y los contenidos de las relaciones, por lo cual, “alientan las cooperaciones competitivas”, diría Norbert Lechner, donde la experiencia individual es vivida en la obra colectiva, como situación sincrónica y reproducción práctica de la eficiencia.
Por esto el tiempo es insólito. Está en despliegue un estado de comunidad societaria que reúne la diversidad ideológica e idiosincrásica, existe una coordinación de prácticas entre individuos anónimos que se suponen contemporáneos en estos sucesos, asentando los hitos de rememoración de la experiencia individual como aporte al quehacer colectivo. Es fácil suponer que estos otros niveles donde se construye el sentido de pertenencia trasladan a Chile a un estadio sui generis de su historia.
Otra cualidad es que son objetos frontera porque abrieron la puerta del laboratorio o traspasaron el claustro de expertos y condicionaron las contiendas de intereses disimiles. Incomodidad, desesperación, abatimiento e incomprensión son posibles en el estado actual, sobre todo si se vive siendo el experto en uno de estos objetos frontera porque se cree tener la estrategia correcta para conducir la gestión. Es interesante este aspecto porque los objetos frontera inauguran lo político. En este momento tenemos tres tiempos-espacios políticos. Cada uno supone ejercer un grado de flexibilidad en la interpretación porque el concepto rígido no calza y se fractura, pero también sucede porque concurren miradas de intereses: comerciales, partidarios, religiosos, sanitarios, familiares o fraternales. Si Michel Callon o Bruno Latour estuvieran en este estadio de la trayectoria de Chile, serían cautos en asignar la palabra actor-red a uno de los fenómenos, lo único claro es que cada uno de ellos está alentando a las organizaciones a traducir lo que tiene a mano para construir la vida cotidiana.
Gracias a estos tres fenómenos, ha sucedido una consecuencia notable; las personas se han permitido evocar la comunidad, esta capacidad que también es una virtud cívica presente en las redes de organizaciones que producen una institución pública de singularización, según Igor Kopytoff, esta formación social impide que las estrategias pasen a la esfera del intercambio mercantil, así quedan excluidas de la especulación, el lucro y la usura.
Nicolás Gómez Núñez es Dr. en sociología