Por Rodrigo Larraín.- Las primeras funas masivas en Chile se habrían efectuado a personajes que participaron en la dictadura militar (como autores y cómplices de violaciones a los DD.HH.) y que durante la transición a la democracia habrían pasado desapercibidos en la sociedad y que no recibieron condenas por sus actos. Se trataba de manifestaciones públicas, obviamente sin permiso y basada en carteles y afiches, con el objetivo de que los compañeros de trabajo y los vecinos se enteraran de quienes estaban a su lado.
Las funas comenzaron en los ochenta por grupos antidictadura vinculados a algunas parroquias, circula una versión apócrifa que ubica la primera funa en 1999 contra un médico de la CNI. La razón para funar era “Si no hay justicia, hay funa”. Equivale al escrache argentino. Funar en redes sociales se ha convertido en una especie de ciberactivismo que denuncia a quienes han cometido robos, estafas, abusos e injusticias, surge una pregunta fundamental: ¿Cuáles son los límites de esta actividad?
La funa por redes es, generalmente, ciberbulling. Requiere que el funado esté en las redes, que sea conocido, pues de lo contrario no se enterará ni él ni nadie. En general, hoy no tiene contenido político real como antes, predominan hoy denuncias sobre acoso sexual, despecho, problemas en el comercio, insultos y ofensas disfrazadas de opiniones políticas y, simplemente, mentiras. Las redes requieren saber leer, escribir y tener comprensión lecto-escrita, que generalmente los funeros de ahora no tienen. También las redes sociales refuerzan los prejuicios porque los mensajes son enviados y leídos por otros que tienen los mismos prejuicios.
También se ha masificado la cultura de la cancelación (dejar de seguir a dicha persona). Lo que no es una funa. Antes también operaba la “muerte simbólica” de personas. Hace muchos años hubo un senador que se trenzó en una riña con unos periodistas, nunca más salió en ninguna noticia. Ahora es más fácil suprimir a una persona del espacio comunicacional.
Últimamente se han visto funas violentas en manifestaciones físicas, tanto en los discursos y mensajes como sobre candidatos, lo cual deja de manifiesto que ya no son exactamente unas funas pues no hay vestigios de justicia. La línea que divide la funa de la violencia nunca ha sido tan delgada como ahora. La funa no nació violenta, eran hechas por grupos que practicaban la “no violencia activa”. Desmanes y agresiones no son funa, son delitos.
Ciertos sectores políticos condenan estas falsas funas según del lado en que se efectúen, ¿qué tan real es esto? Ninguna acción se modifica con una declaración condenatoria. Acciones efectivas serían el aislamiento de los violentos, su expulsión de sus movimientos y partidos, denunciar en los tribunales las ofensas con publicidad que denigren los derechos humanos.
Habría que funar a los funadores violentos, por falsos. Como en Chile sale gratis cometer acciones deshonestas disfrazadas de funas, hay que volver a los orígenes, si no hay justicia, hay funa. Muchos de nuestros pseudo funadores no lo son y exhiben más problemas de inmadurez individualista, mala fe o pura odiosidad. Destruir los bienes no es funar, es no entender la política. Además, que se “funa por siaca”, sin propósitos de justicia, sin sueños e ideales de un mundo mejor, y se consigue únicamente sabotear al pensamiento crítico. Las utopías no equivalen al puro refunfuño violento irracional.
Rodrigo Larraín es sociólogo y Maestro en Ciencias Sociales