Por Nelson Arellano.- En las conversaciones del conocimiento de sentido común popular se ha divulgado una idea equívoca: que la tecnología es capaz de resolver todos los problemas o, lo que es igual, que para cada problema siempre hay una ¿aplicación? capaz de resolverlo. Antes se decía y pensaba en una herramienta, luego en una tecnología y en la era digital, se le homologa a una aplicación.
Estas ideas tienen su propia historia. Entre varias posibilidades podríamos situarla en los Estados Unidos de América a inicios del siglo XX. Alvin Weinberg impulsó una ferviente campaña de lo que se conoce como el Technological Fix, la solución tecnológica, de lo que se derivó la propuesta Tecnocracia. Aquí se ensamblan partes y piezas que irán cimentando un viejo mito que se alimenta de las fantasías tecnológicas. Se dirá, por ejemplo, que la ingeniería puede resolver los desafíos que ni la política, la religión, la economía o el derecho fueron capaces de solucionar.
Eso nos llevará todavía más atrás. En tiempo medieval diversos tratados ofrecían diseños de, por ejemplo, máquinas de movimiento perpetuo. Era posible creer en ello porque la física aún no existía como un cuerpo de conocimiento que hubiese sido capaz de conceptualizar el roce. Sin embargo, no porque aparezca un conocimiento o una información nuevo esto implica que las creencias anteriores desaparezcan.
La historia de la tecnología nos ofrece un amplio espectro de posibilidades para entender la trayectoria de las técnicas y los objetos que se vinculan a ellas. Las mecanicistas elaboran un relato en donde el progreso consiste en ir perfeccionando sucesivamente el objeto. Así, emerge una idea totalmente errada de un camino lineal entre el uso de la piedra y la invención del martillo neumático. Los hechos demuestran que ese proceso nunca fue lineal.
George Basalla, desde Estados Unidos, propuso en la década de 1980 una teoría de la evolución de la tecnología donde se pueden apreciar la extrema variabilidad de posibilidades donde la analogía con la evolución biológica no es más que una metáfora. A diferencia de la naturaleza donde especies completas de formas de vida simplemente desaparecieron y, hasta donde se conoce, su reaparición es completamente excepcional (por ejemplo, vía criogénesis) en la historia tecnológica los objetos son materia de descarte artefactual y, con frecuencia, de duración intermitente. Dicho de otro modo: hace miles de años -y también hace solo unos cientos- la rueda se inventó 3 veces en 3 continentes diferentes y con resultados muy diversos.
Esta situación se conecta muy fluidamente con la propuesta de David Edgerton donde destaca el papel fundamental de las viejas invenciones en el tiempo presente. La innovación nunca elimina las tecnologías anteriores. Un ejemplo significativo en su libro de Innovación y tradición es el cálculo militar del ejército que habría utilizado el mayor número de caballos; el relato contemporáneo nos invita a imaginar que pudo haber sido el Gengis Kan, Napoleón u algún emperador hasta el siglo XIX. La contabilidad dice otra cosa: el Tercer Reich, en el siglo XX, parece haber sido el régimen cuyo ejército utilizó el número de caballos más grande de la historia hasta ahora. Esta imagen no se corresponde las portadas que representan tanques, aviones, submarinos o el misil balístico Vergeltungswaffe 2: el cohete V2.
Constatamos así que tenemos un problema de representación social de la tecnología. Comprobamos que los mitos nos distorsionan la realidad. Podemos apreciar, entonces, que necesitamos interrogar a aquello que llamamos «tecnología» y que, claramente, es un campo de estudio muy superior a los meros artefactos digitales y su reciente aparición en la escena mundial.
Parte de la construcción de esos mitos se la podemos atribuir a una forma de entender la historia en que pareciera que las industrias sencillamente desaparecen. Así se formuló la narrativa de la industria salitrera que se constituye en un arquetipo de la oportunidad perdida. No obstante ello, la que fuera la Compañía de Salitres de Antofagasta, luego Compañía Anglo Chilena, luego Anglo Lautaro, posteriormente Sociedad Química de Chile (Soquimich), llega hasta el siglo XXI como SQM. Son cerca de 150 años de historia de cosecha de sales en el desierto de Atacama con importantes cambios tecnológicos de sus procesos productivos para la explotación del nitrato y los subproductos del salitre y su exportación a un gran número de países de los 5 continentes.
Esta mirada también debemos volcarla hacia los diferentes artefactos y elementos con que se desarrolla la vida cotidiana. Un aspecto consistentemente descuidado, por ejemplo, es el de la mantención. Esta área de la tecnología ha sido materia de interés para Guillermo Guajardo, historiador chileno radicado en México, que ha estudiado los Ferrocarriles y su devenir desde el siglo XIX.
Un recorrido de este tipo, donde se amplía el foco de las posibilidades y se empieza a recalibrar la historia de la tecnología en Chile nos abre también un serie de preguntas acerca de la prospectiva, es decir, el futuro y el tiempo que estamos construyendo para el devenir.
La era digital, como proyecto del capitalismo electrónico, está plagado de contradicciones, contraindicaciones e incertidumbres. Así como las máquinas a vapor del siglo XIX cobraron un enorme número de víctimas fatales y mutilados, al igual que el incremento de la letalidad de las armas de guerra, comienzan a aparecer los efectos adversos del sobreuso de las pantallas en los cuerpos y en la psiquis individual y colectiva de personas y comunidades. Como toda tecnología, también son una herramienta de creación, colaboración y cooperación que ofrecen esperanza y bienestar. Nada está zanjado, por ahora.
Pero el punto de resignificación al que nos invita una historia de la tecnología que se combina con la historia económica y la historia ambiental con la filosofía de la tecnología es redimensionar los alcances que se le atribuyen a los procesos de transformación que le atribuimos a los objetos. Es cierto que aquel milenario deseo humano de constituir vida está encontrando su ¿premio? en la expansión de las Inteligencias Artificiales; también es cierto que sus atributos parecen promisorios e inquietantes a juzgar por las historias que nos cuentan documentales como Los robots están saliendo de las fábricas, ¿estaremos preparados?
Este terreno que conecta el mundo de lo artificial con el naturfacto, instala el problema del momento de urgencias planetarias que vivimos: la era del antropoceno. Aún cuando todavía se discute si la humanidad podría ser una fuerza que esté alterando la historia geológica del planeta, si se ha constatado, siguiendo a Julia Thomas, que las emisiones de dióxido de carbono han alcanzado niveles que no se habían registrado en la Tierra en los últimos 15 millones de años.
En principio, pareciera que Tecnología y crisis ambiental tendrían una relación causal reversible. O sea, que el cambio tecnológico podría ser la solución del problema. Y con ello nos quedamos en el punto de inicio: la solución tecnológica. Esa ruta, en realidad, sigue alimentando la crisis ambiental.
Entonces ¿cómo afrontar el futuro? Yuk Hui recientemente ha incursionado en la escena aportando un tesis que debe ser estudiada: la tecnodiversidad. Un estudio acerca de la ecología de las máquinas pone en el centro justamente aquello que la historia de la tecnología ha venido explorando por décadas: la gran variedad de soluciones técnicas para los mismos problemas que enfrentaban los homínidos que le abrieron paso al Homo Sapiens y la activación neuronal del Homo Faber.
La tecnodiversidad nos habla de imaginación, creatividad, variedad, pero también una relectura de la relación que tenemos con los objetos. Un rediseño de la escala de valores sociales que conducen la historia de la tecnología. En este sentido, este es el momento preciso de iniciar una conversación extensa e intensa acerca del tipo de sociedad que queremos y podemos construir para las generaciones futuras.
Nelson Arellano Escudero es Doctor en Sustentablidad, Tecnología y Humanismo por la Universidad Politécnica de Cataluña, Profesor titular Universidad Academia de Humanismo Cristiano.