Por Iván Witker.- El domingo 14 de noviembre se celebran elecciones legislativas en Argentina. En lo formal, se disputan 127 de 257 escaños en la Cámara de Diputados y 24 de los 72 escaños del Senado, ambos en poder del Frente de Todos, una coalición de gobierno integrada por varios grupos peronistas, pero dominada por las corrientes cercanas a la familia Kirchner.
Las primarias de agosto, llamadas PASO, significaron una contundente derrota para el oficialismo, que perdió de manera abrumadora en provincias históricamente peronistas, como Buenos Aires, Tierra del Fuego, La Pampa e incluso Santa Cruz, terruño de los Kirchner. Lo más llamativo de cara al futuro fue su impresionante derrota en la Ciudad de Buenos Aires, refractaria a los herederos de Perón, pero con un gran elemento de novedad, cual es el surgimiento (separado de la oposición macrista) de una agrupación de tinte neoliberal.
Tras las PASO, Argentina se hundió en una profunda crisis oficialista, pero también surgió gran expectación opositora. El Ejecutivo se trasladó por completo a manos de la Vicepresidenta y salió de las del Jefe de Estado. Sobrevino un vasto ajuste ministerial, con el abandono de sus cargos de los ministros más cercanos al Presidente, A. Fernández, reemplazados por figuras del entorno de Cristina Fernández. La muy probable victoria opositora tendrá impacto de dos tipos, bilateral y multilateral.
Las relaciones con Chile no pasan por buen momento. Un sorpresivo ruido por 5500 kms 2 de la plataforma marina austral y la imposibilidad de abordar de manera conjunta un foco insurreccional supuestamente étnico, son el mejor ejemplo. La derrota K producirá la renovación de la Cámara Alta y cambiarán los representantes de varias provincias limítrofes con Chile, muy dependientes del intenso comercio bilateral.
Por otro lado, al perder la mayoría la bancada oficialista, asistiremos a una colisión entre el Parlamento y el Ejecutivo en varias materias, incluyendo la política exterior. Se atenuará el interés K por Venezuela, Bolivia y Perú, pero un gran signo de interrogación se alzará en la relación con Uruguay y Brasil. Estos dos últimos promueven la apertura de Mercosur lo que provoca malestar entre los K, poco dados a la competencia económica internacional. Además, hacia Uruguay han emigrado miles de ciudadanos argentinos molestos con los Kirchner. Los bancos uruguayos son el refugio de capitales argentinos que operan en dólares.
También se calmarán los ímpetus K por obtener cargos en algunos organismos internacionales, como han intentado infructuosamente estos últimos años.
Si la derrota del oficialismo es contundente, se avizora el síndrome de gobierno vacío, con posibilidades de cambios drásticos, partiendo incluso por la eventualidad de una abdicación presidencial, lo que estaría en consonancia con la renuncia de sus ministros más afines. En cambio, si el triunfo opositor fuera por escaso margen, los cambios serán menos drásticos, pero se dará luz verde una disputa por el liderazgo entre las figuras de recambio generacional tanto en el oficialismo como en la oposición.
Iván Witker es doctor en filosofía y académico Escuela de Gobierno y Comunicaciones UCEN