Por José María Vallejo.- El proyecto de instalar viviendas sociales en el corazón de Las Condes es una muestra doble de lo que subyace en el espíritu de este Chile que se dice tan solidario y unido después de los terremotos. Más allá del populismo de un alcalde que ya nos tiene acostumbrados a medidas efectistas (al menos rompe algunos paradigmas), la reacción de los vecinos da para un análisis.
Los chilenos nos divertimos con el Fritanga, pero no queremos al “roto” o al “flaite” cerca. No queremos que nuestros hijos se mezclen con otros que hablan distinto, nos da miedo que nuestras hijas pololeen con uno. Da miedo que se parezcan al Cizarro o al asaltante que nos muestran en la tele. Los más “progres” pueden decir que no, y se indignan ante las señoras que hacen cacerolazos en la rotonda Atenas y ante la señora “cuica” que se queja de que de las nanas caminan por sus calles en Chicureo.
Este fenómeno no es nuevo y no es exclusivo de Las Condes. Se ha vivido cada vez que se van a instalar nuevas “villas” (eufemismo de un nuevo Chile aspiracional que quiere olvidar las poblaciones) en diversas comunas como La Florida, Puente Alto o Maipú. Los ya instalados se quejan de los nuevos vecinos que les ponen al lado y en ocasiones ha habido intentos de levantar muros… el Trump que todos llevamos dentro.
Nos da miedo nuestra seguridad y cómo se va a afectar la plusvalía de nuestras propiedades. No nos quejamos cuando se instalan centros comerciales o supermercados al lado, pero sí cuando se trata del “otro”, de los otros.
¿Y no es natural? Si los mismos medios de comunicación que hacen arcadas con las reacciones de las vecinas de Las Condes son los que nos muestran hasta el cansancio al “roto” asaltante, el portonazo incesante, el alunizaje, las cámaras que captan a los monrreros y trepadores de edificios, los ecuatorianos que matan a palos a la señora en la calle… Y si los pillan, los pasean esposados ante las cámaras, ante las que muestran esa mirada impeninente y amenazante.
Pero al otro delincuente, el de cuello y corbata que sale libre por acuerdos con la Fiscalía, lo muestran pulcro y limpiecito, dispuesto a tomar clases. Y a los vecinos de Las Condes, Chicureo, La Florida y Puente Alto -apuesto lo que quieran- no les molestaría que se los instalaran al lado. No harían protestas y no pondrían rejas más altas.
Nuestra ambivalencia discriminadora es hija de la sociedad que hemos construido. No nos espantaría una villa social al lado de nuestra casa si nos hablaran más del esfuerzo de la señora, del joven que va al liceo y estudia sin recursos, del obrero o el funcionario que se manda dos horas en Transantiago para poder llegar a su casa y alcanzar a darle un beso a sus hijos… o el joven dirigente social que le armó una cancha a los niños para darles esperanza a través del deporte. Pero eso no se muestra. Nos muestran el miedo y después nos critican por sentirlo.