Por Patricio Hales.- Llegó a mi casa clandestino, con su albino pelo teñido café, bigotito Clark Gable, jockey inglés, pipa y chaqueta de tweed pie de poule. La dictadura, que se ensañó en primer lugar y permanentemente contra los comunistas, lo buscaba porque rompió el exilio y organizaba la lucha. La muerte, la desaparición, los daños a nuestras familias, eran riesgos que podían superar la prisión o las torturas que habíamos sufrido muchos. Lucho se arriesgaba. Lo hicimos aparecer de sorpresa en una asamblea en Gran Avenida, llegaba a reuniones para ayudar a vencer el miedo. Pero, en paralelo, sumando a su cumplimiento contra la dictadura, al interior del PC, Lucho se arriesgaba liderando la renovación, la pelea interna contra la dirección del PC por su renovación política e ideológica.
-¿Cómo lo hacemos?- le pregunté. Y nos orientó a muchos. Tomamos diversos caminos y nos fuimos apenas concluyó formalmente el régimen. Fue muy duro. Habíamos arriesgado la vida en un partido que adorábamos y rechazábamos.
Escribí un libro del desgarro de todo ese proceso en el que Lucho – como Alberto Ríos, Antonio Leal, Florencio Valenzuela y tantos más- sufrimos en ese esfuerzo que culminó en nuestra renuncia a ese PC que aún en 1989 reconfirmó la política insurreccional demostrando total ceguera política que no anula su heroísmo contra Pinochet, pero prueba su equivocación. Escribí “Mi Encandilamiento Comunista”, a veces con lágrimas, porque “nos habíamos amado tanto”. Claro que no hay comparación en el dolor, porque Guastavino era comunista histórico y yo, para el PC, era solo un burguesito social demócrata que curaría las heridas de la dictadura y las del estalinismo en su familia.
Guastavino era un líder internacional. Cultivó en Europa ese compromezzo histórico con que Berlinguer intentó conducir al PC italiano a una alianza con el centro político, promoviendo una renovación ideológica para comprometer a la izquierda, sin complejos, para asumir los valores de la libertad individual y colectiva. Ser de izquierda, comprometidos con el derecho a la propiedad privada, al pluralismo cultural y político, buscando la igualdad de vida digna para todos, sin dictadura del proletariado ni de menos de derecha.
Lucho nos envalentonaba en la discusión interna por la renovación comunista. Contar con una figura como él remeció la conducta política de nuestra generación de comunistas. Nos estimuló la inquietud que teníamos a repudiar la certezas partidarias de ese PC de Chile que siempre ha puesto la unidad partidaria por sobre la ideas con monolitismo religioso partidario. Guastavino no creía en esa veneración a la dirección con que un compañero en Moscú respondió a mi preocupación por la democracia interna del PC. Repudió las prácticas estalinistas de los PC del mundo, incluido su propio partido. ¡Y qué difícil en plena dictadura, cuando nuestros compañeros estaban desparecidos, luchar contra la dirección política del partido más perseguido! En pleno régimen de Pinochet nos trataban de acallar afuera y adentro. Cada crítica interna era estigmatizada por la Dirección como debilidad ante el régimen victimario. Fue un honor compartir con Luis Guastavino esas tareas. Somos muchos los que recogemos su herencia comprometidos hoy día para cambiar Chile aprendiendo del pasado sin adorarlo, sin arrogancia de los que creen tener todas la respuestas en un país que requiere más preguntas. Recordamos a Guastavino cuando en Chile cuesta escuchar al otro, respetar a las personas en el debate de ideas. Me gusta recordar la capacidad de duda que nos transmitió Guastavino, sin dejar de luchar, sobre todo cuando hoy, por sobre la historia del PC, reaparecen, como tantas veces en la historia, otros iluminados, parecidos a como nos creíamos muchos en los 70, que se yerguen en conciencia histórica-política del resto, nuevos dueños de otra verdad en tantos ámbitos para repetir la tan poca novedosa consigna de un nuevo país y de un mundo nuevo sin entender que toda esta vida es un proceso en movimiento.
Ojalá recordar los ejercicios políticos de duda de Guastavino nos ayude a evitar las tentaciones maximalistas, para no caer en el redentorismo, el buenismo de los liderazgos, y podamos dudar de lo propio para construir un país común y no de algunos.