Por Rodrigo Larraín.- Con la muerte de Isabel Ubilla, una de las más importantes vedettes chilenas de mediados del siglo pasado, se va un período de la historia de Santiago y de Chile. Al igual que Maggie Lay o Wendy, representó la manida expresión de «representante de la belleza de la mujer chilena», sólo que en este caso se justifica plenamente.
Las compañías de revistas frívolas son originarias de Francia y un poco de EEUU; se basan en las tabernas o cabarets que tienen bar y a veces restaurant, un espectáculo a cargo de un cantante, algunos con pista de baile, un momento para chistes y algo de prestidigitación. Cuando se saca la bebida y la comida de las salas tenemos propiamente un teatro donde funciona la revista. Los franceses ocupan muchos términos para útiles diferencias en estos espectáculos, lo cierto es que derivan todos de la comedia. La revista es un espectáculo que tiene un carácter especial, baile, sobre todo femenino con un marcado carácter sensual y seductor; quizás el cancán y la música de Jacques Offenbach para Orfeo se venga al recuerdo, y también las coloridas imágenes de Henri de Tolouse Lautrec nos evoquen a vedettes y coristas emplumadas.
Estos espectáculos que tuvieron su boom desde mediados del siglo XIX en Europa y, especialmente, en París, aterrizaron en Chile. En Santiago hubo teatros con diversas clases de shows, algunos más vulgares y esperpénticos hasta llegar por arriba al Teatro Ópera y la Compañía de Revistas Bim Bam Bum, en nuestra europea -o bonaerense, al menos- calle Huérfanos. Nuestro propio Folies Bergère.
A Chile, las grandes artistas venían de Buenos Aires y de Europa, se decía, las chilenas tenían un rol segundón en las líneas de más atrás del coro o cuerpo de baile, Tati Segura fue la más destacada chilena -quizás la única- en ser solista antes de Isabel ‘Pitica’ Ubilla y alguna de sus hermanas. La vedette no sólo es bailarina, es actriz y también canta, puede intercalar algo de humor y de diálogo con el público, no es sólo una bailarina con poca ropa y plumas. Las compañías de revistas, al menos las de mejor nivel, eran espectáculos donde asistían las señoras de los caballeros habitués de estas representaciones a las que se asistía antes o después de comer. Eran del gusto de las clases medias que podían permitirse ir una vez al mes o cada cuarenta y cinco días.
Pitica es fue un orgullo nacional, un patrimonio que no debe olvidarse, junto a otras colegas suyas. Porque la vedette fue representación de la mujer que decidía qué hacer con su destino, que controlaba a los hombres mediante la seducción; así que considerar su trabajo como cercano a la prostitución es una ofensa inaceptable. Alguna vez usar bikini y plumas en una revista fue el sueño de valiosísimas mujeres, como Isabel Allende, nuestra laureada escritora. Y que coincidencia, Pitica se llamó Isabel Ubilla Allende.
Rodrigo Larraín es sociólogo y académico de la Universidad Central de Chile