Por Carlos Cantero.- El caso de la ex-alcaldesa de Antofagasta Karen Rojo es emblemático y desnuda una realidad nacional y transversal. He reflexionado sobre las causas que llevan a este derrotero, que en Chile afecta a no pocos líderes políticos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, de izquierda y derecha e independientes, algunos en los tribunales y otros que lo estarán. En los procesos judiciales no son todos los que están ni están todos los que son. Y las sentencias de la justicia (ciega) más bien muestran miopía y astigmatismo.
Karen es una mujer con gran sentido político, potente carisma, buena formación profesional, gran capacidad de trabajo, mucho compromiso social y un fuerte liderazgo femenino, joven, hermosa y talentosa. Dedicó una década al servicio público, constituyendo un gran proyecto político, que terminó arruinado, torpemente degradado. Pensó que había clavado la rueda de la fortuna, del éxito político, se sintió dueña de la verdad, se dejó llevar por el vértigo mediático que eleva y luego demuele. No valoró ni usó la experiencia ofrecida, le faltaron referentes éticos, escasos hoy en la política. No tuvo voluntad de escuchar, no supo distinguir la paja del grano, atender a la sana crítica y los múltiples consejos y llamados de atención que muchos le dimos oportuna y reiteradamente. Dilapidó su potencial político y ahora enfrenta su responsabilidad personal con una sentencia judicial (claramente desproporcionada), de la que termina fugándose.
Acceder a un puesto de poder implica eludir aduladores, aprovechadores y corruptores. Es evidente la falta de probidad en la gestión pública (aunque también en la privada), la escasa valoración del mérito, de las competencias, las habilidades, la experiencia y la trayectoria. La nueva generación se observa ensimismada, autoexpuesta, vulnerable en lo valórico. Pero, esos jóvenes no son de generación espontánea: son el reflejo de la generación anterior, de un ethos (público-privado) que deja mucho que desear, marcado por el materialismo, el consumismo y una corruptela hipócrita. Se impuso el modelo de ascenso fácil, la farándula y la figuración banal, la valoración de las personas por el adjetivo y no lo sustantivo, por lo que tienen y no por lo que son, por sus redes de apoyo más que por las capacidades profesionales. Se normalizó la mediocridad, el compadrazgo, el amiguismo, conductas transversales que cruzan el espectro social, político, económico, cultural, incluso el espiritual. Hay un mea culpa pendiente.
Vivimos en una sociedad con una profunda y grave crisis ética (pandemética), que no parece interesar ni siquiera a las instituciones éticas y filosóficas. En efecto, guardar silencio, dejar hacer y dejar pasar, actuar con permisividad y banalidad, es complicidad, es normalizar, lo que constituye la causa basal de la crisis política y, peor aún, lo que generó un abismo generacional. Ahora los jóvenes toman el liderazgo, promueven cambios, remueven valores, el compromiso social. El problema es que sienten que la historia comienza con ellos, no compatibilizan la energía y el compromiso, la prudencia y el buen criterio, los conocimientos con la experiencia. Todo ello en un ambiente de acelerado debilitamiento de los valores, la probidad y el mérito.
En ese abismo generacional, los mayores han sido incapaces de imponer, ni siquiera preservar, estándares mínimos en lo ético. Peor aún, se observa incoherencia e inconsecuencia. Los jóvenes no confían en la generación anterior, ni valoran su experiencia ni conocimiento. La política y el servicio público se descompone por liderazgos ensimismados, compulsión por proyectos personales, desapego de valores, respondiendo a una cultura de farándula, de gestión de redes y enfoque egótico.
La libertad sin límites degenera en libertinaje, la tolerancia impropia es funcional a la degradación social y cultural. La tensión entre el Cambio y Conservación en la sociedad es un desafío estructural y transversal. Todos debemos hacer nuestro mejor aporte. Hago votos por la recuperación valórica y ética, llamo para que cada cual suma su responsabilidad y rol, por un Chile mejor, en el que todos somos uno y uno somos todos. La juventud requiere experiencia, la energía de la prudencia, reconstruir confianzas, abrir diálogo intergeneracional, trabajar juntos para construir un destino común, con valores compartidos.