Por Samuel Fernández.- Desde el 24 de febrero Rusia intenta conquistar Ucrania, invadiéndola y arrasando las ciudades. Todavía sin lograrlo, pese a su inmensa superioridad militar, la confrontación prosigue. El propósito final de Putin sólo puede especularse y, tal vez, ya no es el mismo, ante una resistencia inesperada y heroica. Toda guerra busca la victoria, pronta y definitiva del adversario. No ha ocurrido, se prolonga en territorio ajeno, hostil y decidido a impedirlo, metro a metro. Cunde la duda, la desmoralización, los gastos, las pérdidas de vidas y material, aunque las cifras se oculten, su población sea desinformada y reprimida toda oposición. Los éxitos militares se evidencian si suman territorios, riquezas, prestigio, poder y temor de cualquier oponente. Ha sido al revés.
Las zonas fronterizas ucranianas con Bielorrusia o Rusia, han sido ocupadas, pero no la capital ni las ciudades principales. Las dominadas han sido a costa de arrasarlas, sin importar su población civil, fuentes de producción, ni servicios básicos. Tampoco han designado autoridades ocupantes. Los ucranianos emigran por millones cuando pueden. No se respetan corredores humanitarios, ni hay pausa en las hostilidades. Una operación bélica anticuada, con pocas armas tecnológicamente avanzadas y precisas, y resultados inciertos. Crean dos repúblicas ficticias en el Donbass, que nadie reconocerá. No hay riquezas que aprovechar ante la devastación generaliza. Recuperarlas costará más que la misma guerra.
En comparación con el Presidente Zelensky, Putin ha perdido todo prestigio mundial, mientras mantenga el poder. Está aislado y no es confiable. La guerra por los medios, le es adversa. Sus vínculos con occidente se han deteriorado o roto, definitivamente, ni es interlocutor válido para acordar la paz. Sufre variadas sanciones progresivas y permanentes, lentas en implementar, pero difíciles de levantar. Eso sí, Rusia prevalecerá a Putin.
Le queda el poder armado, aunque no ha podido demostrarlo, salvo las amenazas nucleares que, si utiliza, implicaría su propia destrucción. Ha violado el derecho, el sistema internacional, y cometido crímenes de guerra y de lesa humanidad, que le pesarán mientras viva, sea o no juzgado. Puede que obtenga algunos objetivos militares, imponiendo condiciones ilegítimas por la fuerza. No obstante, aunque gane, finalmente perderá.
Samuel Fernández es analista internacional y académico de la Universidad Central