Por Roberto Fernández.- En Francia, por tercera vez durante la Quinta República, los sectores progresistas tuvieron que enfrentar la disyuntiva del voto útil. Votar por la derecha para detener a la ultraderecha. Hoy creo que es válida la reflexión respecto a saber si este voto es realmente útil. La primera pregunta a hacerse es: ¿Útil para quién?
Macron representa el establishment y, durante los cinco años de su gobierno, aplicó -sobretodo en lo económico- una política favorable a las grandes empresas y los sectores privilegiados. No hay que olvidar a los chalecos amarillos, más allá de su heterogeneidad, y su lucha en la defensa de los sectores más pobres y desprotegidos de la sociedad francesa. Además, Macron representa el fortalecimiento de la Unión Europea y el euro, rechazada en mayor o menor medida, por la mayoría de los franceses.
El 62% de los votantes de la primera vuelta se inclinaron por candidatos que abiertamente (o no tanto), cuestionan la participación de Francia en ese acuerdo. También es cierto que Le Pen moderó considerablemente su posición al respecto, lo que lleva a otra reflexión, diría, universal: en la primera vuelta electoral se propone lo que se quiere hace y en la segunda, lo que se puede. El problema es que si se llega al poder y no se puede realizar lo que se quería, se termina administrando gran parte de lo que se criticaba.
Básicamente en Francia hoy tenemos una sociedad dividida políticamente en tres tercios: derecha, ultraderecha y un sector que representa a la izquierda tradicional, otra más moderna, ecologistas, y otros antisistema. Aunque cueste reconocerlo, Le Pen representa en la actualidad a los sectores populares de ese país. En algunos lugares, su voto es casi calcado del que tenía el Partido Comunista en sus tiempos de partido importante. Esto es abiertamente paradójico, pues se supone que son a esos sectores a los que debería representar la izquierda. Aquí hay que puntualizar que la crisis de los partidos tradicionales, incluidos los de derecha, es enorme, casi terminal. Hace unas algunas décadas representaban más del 60% de los votos, y ahora obtienen alrededor del 7%. El PS, que gobernó en varios períodos, llegó a menos del 2%.
¿Cómo se explica todo esto? Seguramente la crisis es multifactorial, reflejo de los cambios sociales y culturales profundos provocados por la revolución tecnológica, sobre todo en el campo de las comunicaciones, pero en lo esencial pienso que simplemente se debe al desencanto, desconfianza y rechazo de los sectores populares al incumplimiento de las promesas de solución a sus problemas hechas por la izquierda tradicional durante muchos años. Ven a la ultraderecha como una posibilidad de cambio dado que no la perciben como parte de la élite defendiendo sus intereses y privilegios.
La necesidad del progresismo de cambiar conceptos, métodos de análisis de la sociedad permitiendo una mirada más lúcida de la realidad; recuperar sobre todo los valores morales que impulsaban los cambios que se querían hacer para construir una sociedad más justa y, sobre todo, realizar una profunda auto crítica, son tareas pendientes y urgentes.
Volviendo a Francia, en junio próximo habrá una tercera vuelta electoral: la elección de la Cámara de Diputados. Para Macron será muy difícil obtener una mayoría que le permita gobernar con holgura. Aquí no habrá voto útil, por lo que seguramente tendrá que negociar apoyos y alianzas, en un contexto económico e internacional muy complejo, lo que no muestra un panorama muy alentador para su gobierno.