Por Cristian Zamorano.- El escritor Salman Rushdie fue atacado y apuñalado hace poco, en Nueva York. Siendo niño, recuerdo cómo el nombre de ese autor irrumpió en mi vida, a finales de los 80, a través del noticiero de “Antenne 2”, un canal estatal francés, en su edición del medio día, exhibiendo imágenes de gente exaltada quemando libros y pegándole a maniquíes ahorcados por unas cuerdas. En efecto, en 1988, el ciudadano británico causó una polémica mundial publicando el libro que cambiaría su vida para siempre: «Los versos satánicos”. El ayatola Ruhollah Jomeini, en febrero de 1989, desde Irán, lanzará una “fatua” en su contra, o sea una persecución a muerte. El 12 de agosto de 2022, se ha intentado, una vez más, concretarla.
Frente a tales hechos, convendría preguntarse: ¿qué realmente se ha escrito de tan ofensivo, como para que, a los ojos de varios, el autor merezca la muerte? El título de su obra se refiere a un episodio del Corán, cuando el profeta Mahoma quiso convertir los habitantes de la Meca, en ese entonces politeístas, al Islam, religión monoteísta. Según Tabarî, un gran historiador musulmán, el verso 53:19 del Corán acababa de ser revelado cuando “Satanás puso en la lengua del Profeta lo que tenía en mente y que deseaba para su pueblo”. Siguieron dos versos de compromiso con los paganos politeístas, reconociéndole a las tres diosas de La Meca un cierto papel de intercesión con Dios. Más tarde, corregido por el arcángel Gabriel, el Profeta habría suprimido entonces los “versos satánicos”, logrando mantener el sentido estrictamente monoteísta de esa parte del libro sagrado. Así, según la tradición coránica dominante, la concesión (puntual) al politeísmo hubiese sido obra del Diablo y no de Mahoma, el profeta.
A través de una puesta en escena paródica, la novela picaresca de aventuras de Rushdie clama a los creyentes lo siguiente: “Abran bien los ojos que todo lo que les estoy describiendo, en tono paródico, demuestra que el Corán es un libro humano, que nace en realidad de la psicología de Mahoma”. Para el escritor, el profeta; al cual se hace referencia a través del personaje de Mahound; supo esencialmente adaptarse a las circunstancias. Nada de divino en aquello. Plantea la siguiente pregunta: ¿pueden los creyentes realmente abrir los ojos sobre sus creencias? ¿No estarían encerrados en una ceguera que quisieran conservar y que les complace?
En su obra tan vilipendiada, en uno de los últimos capítulos —no se explicita claramente si es un sueño o un recuerdo— el autor nos describe una comunidad musulmana en la India actual: ahí, una vidente conduce a un pueblo entero en una peregrinación desde la India hasta La Meca. ¡Esta última también reivindica haber recibido una revelación de un ángel! A pesar de todos los esfuerzos de los pocos libre pensadores de esa comunidad; quienes son llamados infieles e impíos; todo el pueblo, siguiendo a su líder, se arrojará al mar para emprender camino… y allí morirán. Lejos de vacilar en su fe, lo que lógicamente el lector esperaría, la multitud espectadora de tal escena, impresionada por ese gesto, va empezar a murmurar que Dios simplemente los ha transportado milagrosamente hasta La Meca. Para el escritor, la fe siempre se encierra en lo irracional y hasta utiliza sus fracasos para confirmarse y fortalecerse en sus dogmas.
En los más de 30 años que transcurrieron desde la fatua en su contra hasta la agresión con cuchillo del cual fue víctima pero tras la cual sobrevivió, a todas luces Salman Rushdie fue el anunciador de algo que se desarrolló y fortaleció en estas tres ultimas décadas: el fundamentalismo religioso. Y este no se puede simplemente circunscribir al fenómeno de los islamistas, sino que también a las diversas ramas de las otras religiones monoteístas que se han visto contagiadas por ese fenómeno. Y de hecho, está dinámica igualmente se ha traspasado a la política, a través de partidos declarados confesionales y/o a través del populismo autoritario que está conociendo un éxito indiscutible en el mundo; sin mencionar el auge de las esferas conspiracionistas. Asistimos, muchas veces, a una carrera hacia los extremos, en la búsqueda de la declaración más rupturista que la anterior. En una dinámica, en apariencia, totalmente opuesta, existe también el imperativo de producir discursos que no deben ofender a nadie pero que, sin duda alguna, pueden condicionar la palabra.
Se debe indicar que el libro-escándalo de Rushdie no es, en ningún momento, una contribución “seria”, científica, al debate que estas problemáticas podrían plantear. Es deliberadamente provocador, y bajo la risa se puede percibir un feroz resentimiento contra la religión de la infancia del autor y contra todas las religiones en general. Pero es solo su opinión, y no pretende ser nada más que un cuento satírico moderno. En un espacio secular y/o laico, eso no debería, en teoría, causar problema. Pero, hoy, en muchos lugares del mundo occidental, quizás el enfoque del debate se desplazó. ¿Es tan necesario recurrir a la provocación artística, periodística o/e intelectual en este tipo de materia? ¿Podemos burlarnos ácidamente de lo sagrado? ¿Ponerlo, de manera brusca, en tela de juicio?
En enero de 2015, estando en Chile, ya siendo adulto y revisando las noticias por internet, irrumpieron, en la pantalla de mi computador, las imágenes de los terroristas que mataron a los caricaturistas del diario satírico “Charlie Hebdo”, que se habían burlado del profeta Mahoma. Algo similar, pero en dimensiones dantescas, pasará meses después, en noviembre del mismo año, cuando fuimos testigos de las escenas horrorosas que se pudieron ver en París, tras los atentados en el la sala de concierto del Bataclan. Algunos autores tienen la virtud de ser profético con sus escritos, otras veces lo son con su propia trayectoria. Lo últimamente sucedido con Salman Rushdie, nos recuerda que en ningún momento hay que bajar la guardia frente al oscurantismo, porque este es feroz y decidido. Cual sea la ropa de la cual se viste.
Si no hay más escritores como él, si no existen o no se atreven más los dibujantes y caricaturistas más atrevidos e incisivos que tenemos, si no hay más prensa que molesta, algo profundamente humano podría desaparecer: la provocación, el derecho al cuestionamiento y a la insolencia. La libertad de expresión y la libertad de conciencia. Y en un siglo donde se están multiplicando las respuestas ya hechas, las soluciones a todo sin fundamentos serios y la llamada “cancel culture”, es un reflejo de sobreviviencia intelectual que cuestionarse. Por eso se debe aplaudir el gesto de 270 intelectuales, activistas y artistas iraníes, ciudadanos del mundo, que firmaron, hace muy pocos días, un manifiesto, publicado, en su primera versión en persa, en apoyo al autor agredido. La fuerza nefasta del oscurantismo ha impedido, por ejemplo, de destacar la calidad de escritor que puede reivindicar Salman Rushdie; ecléctico, profundamente humanista pero agudo, sarcástico, siempre en fase con la era que vive. Nos impide recordar que “Los versos satánicos”, más que un libro acerca de Mahoma y el Islam, es también una reflexión acerca del exilio, la identidad y el amor. Unas constantes de la obra, esencia y naturaleza humana. Lo de la clásica pregunta: ¿ser o no ser? Y de la respuesta siempre vigente: tal es nuestra cuestión.
Cristian Zamorano Guzmán es Dr. en Ciencias Políticas de la Universidad de Paris III.