Por Sergio Escobar.- La falta de educación cívica es una de las mayores críticas que hemos escuchado en el último tiempo, asociada precisamente a los bajos índices de participación electoral en Chile. El fenómeno vivido en el último plebiscito, donde sufragaron más de 13 millones de personas, nos demuestra la importancia e impacto que tiene en la democracia cuando la ciudadanía participa en masa y percibe que lo que está en juego es importante.
El voto voluntario debutó en Chile en 2012 (alcaldes y concejales), con una inmediata disminución en la participación de más de un millón de votos, versus el anterior proceso similar con voto obligatorio (2008), un efecto que se fue acrecentado cada vez más. Las presidenciales de 2009 contaron con casi 7 millones de votos (sistema obligatorio), mientras en 2013 dejaron de participar casi un millón de personas, pero con el atenuante de que la cifra disminuye a pesar de que aumenta de forma permanente el padrón. O sea, por más gente que esté habilitada para participar, votaban siempre los mismos, con tendencia a la baja.
Votos más o menos, una máxima irrefutable indica que una menor participación afecta a la democracia y su representación. Por otro lado, una elección es la principal instancia en la que la ciudadanía puede hacer valer su opinión, con efectos que son fundamentales para su presente y futuro.
Muchos podrán decir que son las instituciones las que deben motivar e incentivar a que los ciudadanos participen y no imponerles involucrarse en su destino, pero ¿no es lo mínimo que se le puede exigir, concurrir cada cuatro años a elegir a sus autoridades?
El volver a instaurar el voto obligatorio generará un efecto que buscará impulsar el hábito y compromiso, siempre y cuando se mantengan las sanciones para quienes incumplan con ello. El resultado del último plebiscito buscaba generar un cambio profundo en el país y nadie imaginó el resultado obtenido. Si bien las encuestas se inclinaron por una opción, ningún partido o sector imaginó un resultado tan contundente, que no dejó lugar a dudas sobre qué querían y qué no querían los chilenos. La población habló y lo hizo fuerte, algo que tuvo efectos inmediatos en el Ejecutivo, quizás ese efecto no se habría conseguido con un voto voluntario.
Pero lo anterior también presenta desafíos relevantes, principalmente para los partidos políticos. Primero, el voto obligatorio no es una medida que por arte de magia vaya a solucionar los problemas que tiene nuestro régimen político y por ello es fundamental que los partidos busquen conquistar a los electores y retomen su necesario lugar en la sociedad, como una institución primordial para el desarrollo de la democracia. Segundo, con un voto obligatorio automáticamente aumenta el padrón en 4 millones de personas aproximadamente, lo que lleva a los partidos a salir de su zona de confort, de contar siempre con un voto ideológicamente ya conquistado.
Esto requerirá que los partidos mejoren su “oferta” programática y de candidatos para conectar de mejor forma con las necesidades y demandas de la gente, algo para lo que por cierto tendrán más recursos, pues un incremento de votos va de la mano de un alza de lo anterior.
De lo contrario, comenzaremos a ver un crecimiento de votos nulos o blancos y quizás lo que es peor, un aumento de votación para candidaturas populistas, que en su mayoría capitalizan la frustración de una población insatisfecha o bien prometen aquello que la gente necesita escuchar sin ninguna responsabilidad.
Sergio Escobar Jofré es académico de la Escuela de Gobierno y Comunicaciones de la Universidad Central de Chile