Por Roberto Fernández.- Dados los tiempos que atravesamos, creo que es válido hacerse la pregunta de que si en una sociedad estructurada sobre los principios del individualismo y la competencia, los que han llevado a la concentración irracional del poder y la riqueza prácticamente en todo el planeta, hay espacio para la solidaridad y la búsqueda del bien común.
Las respuestas a esta interrogante conllevan efectos prácticos muy concretos en la forma como desarrollamos nuestra convivencia social y el cuidado del planeta. Tal vez deberíamos situarla en un marco más amplio, intentando definir las características esenciales de lo que nos hace humanos. Creo que entre ellas se encuentran la curiosidad y el asombro respecto al mundo que nos rodea y el sentido de la existencia; la creatividad, que nos ha llevado imaginar y fabricar los instrumentos necesarios mejorar nuestra calidad de vida y la empatía, que nos ha permitido privilegiar la cooperación como base de nuestra evoluciona como seres humanos. Esto nos ha significado superar, hace mucho tiempo, la etapa evolutiva de las reacciones instintivas destinadas a asegurar la sobrevivencia y la reproducción.
Volviendo a la pregunta original y la realidad que estamos viviendo, que de alguna manera define las condiciones del debate político en el mundo, podemos constatar las evidentes ambigüedades y contradicciones entre la visión del mundo de la élite dominante y las condiciones cotidianas de vida de la mayoría de las personas.
Fundamentalmente esa ideología representa los intereses y privilegios de esa élite y la refleja como producto de “leyes naturales” y/o de la voluntad de la divinidad. Para ella cualquier cuestionamiento al orden establecido debe ser rechazado.
El pensamiento conservador, que solo es innovador cuando se trata de incrementar la conservación del poder y los beneficios de sus negocios, tiene ventajas indiscutibles sobre el pensamiento del cambio, lo que explica en parte importante su éxito. Al perecer los seres humanos en nuestra evolución como especie, llevamos en los genes el temor a lo desconocido, por los riesgos que eventualmente los cambios pueden implicar. Además el pensamiento conservador, por su naturaleza, no se ve constreñido a imaginar y menos implementar cambios importantes en el sistema. Estas características explican que, aunque objetivamente no representa los intereses de las mayorías, encuentra el apoyo de ellas.
Históricamente, en todas las democracias, la expresión política del cambio la han representado los partidos de izquierda, los que una vez llegados al poder no han realizado los cambios que prometieron. El fracaso de la Unión Soviética y sus aliados es la prueba evidente. Ofrecieron cambiar radicalmente el sistema capitalista y solo lograron consolidarlo.
Las razones del triunfo actual de la ideología dominante son variadas. A las más arriba mencionadas habría que agregar el control casi absoluto de los medios de comunicación por parte de la élite económica, ya sea directamente a través de la propiedad y/o por la publicidad. También de manera relevante, como decíamos más arriba, la incapacidad de los gobiernos de izquierda de concretar los cambios comprometidos una vez que llegan al gobierno.
Ahora bien, en Chile vivimos una situación en extremo paradojal, que es un reflejo de lo que aquí se plantea. La derrota contundente del Apruebo en el plebiscito de salida significó que todas las decisiones respecto a una nueva Constitución quedaron radicada en el parlamento, una de las instituciones que en todas las encuestas y desde hace años, está entre las más desprestigiadas y rechazadas por las chilenas y chilenos. Además, la mayoría de los parlamentarios representan a partidos políticos, que lo están aún más. En esto hay que reconocer la habilidad de la élite para manejar sus intereses. En los medios y en general en los debates ha sido permanente el desprestigio de la política y los políticos, pero en los hechos ejercen todo su poder también desde la política, ya sea cuando ganan el gobierno o desde el parlamento.
Las izquierdas y las centro izquierdas, prácticamente en todo el planeta, se encuentran objetivamente en crisis. No tienen proyectos claros y creíbles que ofrecer a las personas. Una consecuencia lateral es el auge creciente de la ultraderecha por todas partes. La primera definición que este sector debería hacer es si realmente va a proponer un cambio total del sistema o se van a limitar a reformarlo, con el objetivo de mejorar la calidad de vida de la mayoría y hasta donde sea posible.
Esta claro que no es una decisión fácil. Significa romper con una tradición enraizada en la historia, pero -a mi modo de ver- absolutamente necesaria si se quieren reconectar con la realidad y representar una alternativa clara y creíble de gobierno.
En el fondo, el dilema individualismo-competencia, bien común- solidaridad, es ético y tiene que ver con la idea que nos hacemos del sentido de nuestra existencia. Al respecto soy optimista. Creo que, más allá incluso de nuestras creencias religiosas, como humanidad podemos llegar a consensos que permitan mejorar la calidad de vida de la gente, sobre todo de los más necesitados y cuidar de mejor manera el planeta, que da muestras evidentes de estar atravesando por una crisis muy significativa. Mirado con perspectiva histórica ningún sistema económico ni régimen político permanece inalterable en el tiempo Esta reflexión no significa para nada que piense que el capitalismo es eterno. Seguramente en el largo plazo desaparecerá, pero -como dijo sabiamente alguien- en el largo plazo estaremos todos muertos.
La idea es cooperar a buscar ahora formas de enfrentar y resolver las crisis actuales. En ese sentido estoy convencido de que si una mayoría de seres humanos nos lo propusiéramos, seríamos capaces de lograrlo.