Por Manuel Férez.- «La libertad es una posibilidad que se actualiza cada vez que un hombre dice No al poder. La libertad no se define: se ejerce» Octavio Paz.
Durante algunos de sus conciertos en Buenos Aires, la banda de rock británica Coldplay invitó al escenario a la multipremiada actriz y cantante iraní-francesa Rahavard Farahani, mejor conocida por su nombre artístico Golshifteh Farahani.
Farahani, exiliada desde 2008 y quien saltaría a la fama por su participación en películas de renombre internacional como The Patience Stone y Boutique es especialmente reconocida por haber provocado la ira del régimen iraní al posar desnuda en 2012 para la revista francesa Le Figaro como protesta contra la represión de género que ejerce impunemente la élite fundamentalista iraní.
La participación de Farahani con Coldplay tuvo un elemento simbólico potente pues interpretó ante la audiencia argentina la canción “Barayeh” en homenaje a Shervin Hajipour, autor de la canción, himno de la resistencia y revolución cultural y política que los iraníes opuestos al gobierno islamista, misógino, homofóbico y represor han montado por ya más de dos meses. Esta revuelta se ha saldado, hasta el momento, con el asesinato de, al menos 400 iraníes, miles de heridos y una cifra indeterminada de detenidos y desaparecidos a manos de las fuerzas de seguridad del gobierno.
El mismo Shervin Hajipour experimentaría la censura y violencia gubernamental al ser arrestado el 29 de septiembre de 2022, dos días después de la publicación en redes sociales de su famosa canción. Hajipour tendría más suerte que otros ciudadanos iraníes que languidecen anónimamente en las prisiones del país pues sería puesto en libertad bajo fianza a inicios de octubre.
No es casualidad que Barayeh se haya vuelto el símbolo de la resistencia y aspiraciones de los iraníes pues su letra sintetiza muchas de las demandas sociales de mujeres, hombres, niños, homosexuales, iraníes comunes y corrientes, (como yo que escribo y usted que lee), y que les han sido negadas por la teocracia iraní. Esto ocurre desde que una élite de fundamentalistas religiosos secuestrara, con la complacencia de occidente, la revolución iraní de 1979, la islamizara y acaparara el poder político, económico y cultural.
Aquí tienen una traducción al español de la letra de Balaye.
Por bailar en los callejones
Por el miedo cuando nos besamos
Por mi hermana, tu hermana, nuestras hermanas
Para cambiar las mentes oxidadas
Por la vergüenza de la pobreza
Por la vergüenza de (querer) vivir una vida normal
Por los niños que buscan comida en contenedores de basura y sus deseos
Por esta economía dictatorial
Por este aire contaminado
Por Valiasr y sus árboles desgastados
Por Pirooz (famoso cachorro de cheetah asiático) y la posibilidad de su extinción
Para los inocentes perros callejeros prohibidos (que son sacrificados por órdenes de las autoridades)
Por nuestras lágrimas imparables
Para la escena de repetir este momento
Para las caras sonrientes
Para los estudiantes y su futuro
Por este paraíso forzado
Para los estudiantes de élite encarcelados
Para los niños (y niñas) afganos
Por todos estos «por» que están más allá de la repetición
Por todos esos eslóganes sin sentido
Por el colapso de edificios falsos (construcciones precarias y pobres que suelen derrumbarse)
Por la sensación de paz
Por el sol después de estas largas noches
Por la ansiedad y pastillas para dormir
Por los hombres, la patria, la prosperidad
Por la niña que deseaba ser un niño
Por las mujeres, la vida, la libertad
Por la libertad
Por la libertad
Las revoluciones culturales del Medio Oriente
Por más de una década en la mayoría de los países del Medio Oriente hay un claro enfrentamiento y lucha entre la cultura oficial y la cultura popular contestataria y revolucionaria que cuestiona y se cuestiona a sí misma los marcos de referencia sociales, históricos, políticos, identitarios y culturales desde los que analizamos y reflexionamos sobre lo que realmente sucede países de la zona más allá de la retórica oficialista.
Como señala Abeer Al-Najar en su artículo “Cultural Resistance in the Middle East”, la cultura del Medio Oriente es en gran parte colectiva, machista, jerárquica y patriarcal. Si a esto sumamos una tendencia asimilacionista y negadora de las identidades étnicas y religiosas diferentes a la etnia dominante en cada país (turca, árabe, persa) comprenderemos que en las actuales revoluciones culturales de la zona tanto las mujeres como las minorías sexuales y étnicas tengan el papel preponderante.
Si bien es cierto que el motor principal de las protestas sociales del Medio Oriente tiene un origen económico (pobreza, inflación y desempleo) y político (estructuras patriarcales y tribales antidemocráticas) es indudable que hay demandas sociales y culturales transversales. Desde la plaza Tahrir en Egipto, los recurrentes levantamientos kurdos, las intifadas palestinas, hasta la revuelta turca de Gezi somos testigos de diversas expresiones y acciones de resistencia política y cultural en las cuales las demandas de género (mujeres y homosexuales) que se intersectan con la de grupos étnicos y religiosos minoritarios, comunidades migrantes y sectores sociales empobrecidos y marginados y encuentran en el espacio público y las redes sociales un canal de comunicación y visibilización internacional alejados de la censura de sus gobiernos.
La cultura política oficial de Irán
Autodenominada una república islámica, el Estado fundado en 1979 bajo los principios político/religiosos del ayatolá Khomeini (conocidos como Velayat-E Faqih), se declara fuertemente antiimperialista y revolucionario, aunque en la práctica opera desde una lógica conservadora religiosa y es en sí misma una república imperialista.
Para 1982 las purgas de disidentes, iniciadas a los pocos meses de la República Islámica, se intensificaron y arrojaron al exilio a muchos intelectuales y opositores a Khomeini mientras se iba instalando y consolidando gradualmente al interior una cultural oficial centrada en la celebración del espíritu de sacrificio individual y un exacerbamiento del fervor revolucionario en el espacio público.
Por medio de herramientas de movilización política como la violencia en las calles, purgas continuas en el ejército, gobierno y universidades, juicios públicos, uso estratégico del terror, culto a la personalidad del líder supremo y una llamada a las solidaridad internacional y exportar la revolución islámica al mundo, el régimen iraní logró crear e instalar una cultura oficial omnipresente y asfixiante en la cual los valores islámicos, interpretados y custodiados por los ulemas y ayatolás, obligan a la comunidad política a acatarlos.
En una hábil decisión del régimen islámico se mantuvo el derecho a voto a las mujeres que había sido concedido por el Sha Reza Pahlavi en 1963. Esta decisión permitió encubrir y disimular de cara al mundo una segregación y discriminación de género que colocaba a las mujeres en un lugar de sumisión estructural y legal.
Durante cuatro décadas, el régimen iraní ha creado un aparato de propaganda interna y externa tan poderoso que le ha permitido la renovación constante de un falso sentimiento revolucionario que tiene en la retórica antioccidental (principalmente Estados Unidos e Israel) una herramienta de validación internacional a pesar de sus flagrantes violaciones a los derechos humanos.
La instalación y reproducción de esa cultura oficial no tiene lugar para contracultura política abierta, dialogante o tolerante por lo que las libertades civiles (incluidas la libertad de expresión, asociación, sexual e identitaria) son nulas. El caso del velo obligatorio es sólo un símbolo y ejemplo de esta cultura oficial asfixiante y estructuralmente limitadora de la voluntad individual.
En el mantenimiento, reproducción y comunicación intergeneracional de esta cultura oficial el espacio público, los medios de comunicación, la música ha estado controlada por el régimen y a eso apunta la contra revolución, a arrebatarle al régimen el monopolio de la producción cultural.
La contra revolución cultural iraní
Armin Arefi en su libro “Green Ribbons and Turbans. Young Iranians Against the Mullahs” hace una reflexión sobre la caducidad gradual del discurso revolucionario oficial iraní de cara a sus generaciones más jóvenes. Arefi apunta que, siendo la iraní una población muy joven y con altos niveles de educación en sus clases medias, se muestre interesada en el mundo y esté al tanto de los desarrollos intelectuales, identitarios y materiales de Europa, Estados Unidos e incluso de América Latina.
Estos sectores sociales iraníes suelen estar marginados por el régimen, mismo que controla la economía por medio de fundaciones e instituciones religiosas que controlan más del 30% de la economía nacional y dan cabida sólo a aquellos jóvenes iraníes dispuestos a replicar, justificar y blanquear la narrativa oficial del país. Hay que destacar que en este trabajo de propaganda también participan periodistas, académicos y políticos de otros países. En América Latina el caso del mexicano Alfredo Jalife y el chileno Pablo Jofré sólo son dos de los ejemplos más claros de voces dedicadas a promover la postura y narrativa oficial iraní.
En muchos sentidos la revolución iraní de 1979 fue una revolución secuestrada. De ser un movimiento masivo, horizontal y con voces diversas, se islamizó rápidamente bajo el liderazgo y represión del sistema teocrático instituido por el Ayatollah Ruhollah Musavi Khomeini.
Las mujeres, así como homosexuales, socialistas, comunistas y minorías étnicas y religiosas, fueron rápidamente puestos bajo control y vigilancia estatal creando rápidamente un ambiente cultural y legal discriminatorio hacia las mujeres que, sin embargo, han logrado algunos avances significativos en espacios profesionales y académicos iraníes.
El año 2009 señalaría un momento coyuntural no sólo en la lucha feminista iraní sino en todos los grupos críticos y opuestos al régimen. En las elecciones de ese año, y ante un fraude electoral que daba la victoria de nuevo a Ahmadinejad, explotó lo que se conocería como el “movimiento verde iraní” o “la primavera iraní” liderado por figuras como Mir-Hossein Mousavi, Zahra Rahnavard y Mehdi Karoub. A las acusaciones de fraude electoral se sumaron rápidamente críticas a la violación de derechos humanos, a la persecución de homosexuales, mujeres y disidentes políticos.
Las protestas escalaron en intensidad hasta ser las mayores vistas en Irán desde 1999. Los enfrentamientos entre los manifestantes, muchos de ellos estudiantes, y las fuerzas de seguridad se saldaron con varios muertos, cientos de detenidos y muchos ciudadanos y ciudadanas iraníes torturados. Entre las muertes destacó la de Neda Agha Soltan, una estudiante universitaria que sería asesinada por un francotirador con un tiro en la cabeza. La imagen, subida y distribuida por redes sociales, daría la vuelta al mundo.
Algunas cifras que nos ayudan a dimensionar la gravedad de la situación de género en Irán nos indican que desde la fundación de la República Islámica en 1979 entre 4 mil y 6 mil homosexuales han sido ejecutados. Sólo desde 2013 a 2022, 139 mujeres han sido ejecutadas legalmente en Irán mientras más de 180 esperan su ejecución en prisiones.
El mismo 2022 nos muestra el grado de violencia y represión a las mujeres. El 4 de enero Zara Mohammadi, una maestra de idioma kurdo fue detenida y encarcelada; el 27 de julio se ejecutó a Soheila Abedi y Faranak Behshti y el 8 de septiembre se sentenció a muerte a Zahra Seddiqi Hamedani y Elham Choubdar acusadas de “promover la homosexualidad”.
La contra revolución cultural iraní se manifiesta y resiste al régimen en los espacios públicos con grafitis, manifestaciones y huelgas, en el metro y otros medios de transporte público en donde civiles iraníes entonan las canciones prohibidas como Barayeh, con las mujeres quitándose el hijab en la vía pública, con deportistas, artistas e intelectuales que exhiben, arriesgando la vida, las injusticias y represión del régimen.
Es incierto si al final los iraníes lograrán derrotar a su régimen criminal y enviar al basurero de la historia a todos aquellos que los han sometido y violentado por décadas, incluidos aquellos latinoamericanos cómplices. Lo único seguro es que los y las iraníes que luchan por un futuro mejor han ganado, no importa lo que pase, ellos, por el sólo hecho de resistir y decirle “no” al abuso de poder, ya son libres.