Por Uwe Rohwedder.- El Ministerio de Educación aseguró que se hará una inversión de más de 2.500 millones de pesos en 17 recintos educacionales públicos, entre ellos los liceos emblemáticos como el Internado Nacional Barros Arana (INBA), el Instituto Nacional y el Liceo de Aplicación, entre otros, según las necesidades o urgencias. Ello implica una suma de más de 150 millones por establecimiento.
Una muy buena noticia, muy esperada por las comunidades estudiantiles y docentes. El comunicado define la acción como “remodelar” y allí está el desafío. Más allá de lo urgente, llegó la hora de sentarse con la debida premura a evaluar no sólo el reparar, sino el cómo transformar las aulas tradicionales en espacios que fomenten la creatividad, el trabajo en equipo y permitan generar un sentido de pertenencia desde los estudiantes. Esto último es sumamente importante, porque genera estabilidad emocional en el lugar donde los jóvenes reciben gran parte de su enseñanza para la vida y adquieren los valores que los pueden transformar en ciudadanos felices.
Espero que este anuncio sea un gran impulso para reconstruir estas comunidades educativas en prestigio, en calidad educativa y sobre todo humanizar los procesos de aprendizaje. El tener una mala calidad de vida respecto al lugar donde uno habita, sumado a recintos educacionales que propician el “encierro”, influye en generar depresión, actitudes violentas y reprimen las capacidades de cada estudiante, generando cuadros de enfermedades mentales. Por ello, es el momento preciso para considerar lo anterior en los proyectos de “remodelación”.
Para enfrentar bien lo anterior necesitamos cambiar las normativas vigentes e incorporar nuevos conceptos como el equilibrio, la trasparencia y la incorporación de espacios naturales, ojalá flora y árboles nativos, construyendo paisajes culturales variables que contengan y sean también sanadores. Esto, incorporado al diseño con un adecuado manejo del color, la luz, los materiales, las texturas nos aseguran que las escuelas, en vez de claustros cerrados, se transformen en lugares de encuentro comunitario, ojalá pequeños parques educativos que tanta falta hacen en muchos lugares de nuestro querido Santiago. Que además de lugares para aprender y crecer, sean emblemas y símbolos para un mejor vivir.
Uwe Rohwedder es arquitecto y académico de la Universidad Central