Por Carlos Zanzi González.- Observar las imágenes de cercanía y simpatía del presidente Gabriel Boric en su relación con los habitantes de nuestro largo y angosto país resulta reconfortarte, sobre todo si se comparan con las opiniones, transformadas en campañas, de antipatía y odio hacia su persona.
Sin duda que el primer año de gobierno ha sido complejo al acumularse una serie de razones objetivas y subjetivas que así lo explican. El cambio de gobierno en sí puede graficarse señalando que, por primera vez en más de 30 años, el pueblo eligió un Presidente que no significaba continuidad de un gobierno de continuidad mal copiada de periodo anterior, ni tampoco la versión más radical de una nacionalismo conservador que sólo ofrecía mano dura en sus distintas variantes contra la ineficacia, cansancio e incredulidad a las fórmulas politicas de una derecha carente de alternativas en tiempos en los cuales la ciudadanía inorgánica habia expresado su repudio al carácter gerencial de Piñera.
Tampoco esa elección significó que parte de la oposición a ese último gobierno, representada por partidos que sustentaron a varios gobiernos conductores de la llamada -bien o mal, no es tema de esta nota- transición democrática de la dictadura a un nuevo régimen político controlado por dirigentes civiles, fuese alternativa creíble y viable para la continuidad del mandato político que es definido cada cuatro años en elecciones presidenciales y parlamentarias.
Qué duda cabe que al momento de la elección presidencial y parlamentaria de 2021 ambas alternativas estaban siendo superadas, en el marco de las consecuencias aún desconocidas en sus efectos y significados de la revuelta surgida en octubre de 2019. La promesa de amplias y sentidas transformaciones caló hondo en los votantes voluntarios. La alternativa nacionalista conservadora mostró que un sector importante del electorado de derecha se oponía drásticamente a la alternativa representada por el candidato Gabriel Boric. Los días posteriores a la instalación del nuevo gobierno demostraron la veracidad y fuerza de esta oposición a todo evento, a no solo no otorgarle la sal y el agua a un gobierno inexperto pero convencido del mandato que le fue entregado, sino también empecinados en lanzar proyectiles políticos destinados a alcanzar la línea de flotación del nuevo gobierno.
En parte lo lograron. Los resultados acogiendo el rechazo del plebiscito de mayo de 2022 parecían darle la razón. Porque el rotundo 78% que votó favorablemente por una nueva constitucion y por una convención plenamente elegida por el pueblo son hechos de la causa indesmentibles, como tambien lo es el 62% que rechazó la detallada propuesta de esa convención constitucional. Lo difícil para ambos casos han sido las lecturas del nivel de profundización, actualidad y oportunidad de las simpatías o antipatías de los y las votantes.
Chile quería cambios, pero ellos no significaban necesariamente un proceso refundacional. Un país, sus gentes, estaban profundamente involucrados en sus conductas y aspiraciones con un modelo político y económico que era criticado por lo poco representativo por un lado y por la creciente frustración que las ventajas del modelo neoliberal no llegaban con la profundidad deseada. Chile, país relevante en las estadísticas y en la realidad, destaca en materia de desigualdades. Desigualdad creciente en tiempos que, paradoja inherente de las sociedades postmodernas neoliberales, el combate a la pobreza ha logrado éxitos compartidos por los actores políticos y económicos.
País destacado por sus resultados negativos en los índices mundiales que miden las diversas variables de confianza entre las personas. Desconfianza que se traslada y consolida respecto a las instituciones públicas y frente a las alternativas politicas, sociales, económicas y culturales vigentes. Desconfianza frente a la desigualdad de quienes, estudiando, trabajando duramente, observan que la promesa de una vida mejor, alejada de las vicisitudes y pellejerías de sus antepasados, no se cumplieron.
Son estos marginados y marginadas lo que votaron por algo distinto, algo que mostraba cercanía y entendimiento frente a los problemas, tensiones y disgustos del consolidado modelo. Una nueva expresión política que al igual a muchos votantes carecía de poder político y económico, estaba socialmente aislado, no por voluntad así expresada, sino por falta de densidad histórica, escasa interacción social con los frustrados actores transformados en votantes permanentes, correctamente identificados, políticamente alejados del poder delegado en la presidencia.
Un primer paso para destrabar esta distancia entre mandantes y mandatados comenzó cuando el gobierno correctamente decide ampliar su base política, incluyendo a aquellos sectores que después de 30 años de la timidez de la “medida de lo posible” entienden que es el momento de intentar lo que no quisieron, no pudieron, no alcanzaron a hacer durante esas décadas. La alianza política está presente, la misma está permitiendo una recuperación en la confianza de que este gobierno de jóvenes competentes y entusiastas puede y debe tener la posiblidad de mostrar para dónde y cómo quiere avanzar en la construcción de un mejor país.
Si a ello agregamos mejoras indiscutibles en la gestión, en el manejo de la macroeconomía, pese a los retos de la inflación y una desaceleración económica amenazante, solo resta saber que va a hacer el gobierno y los partidos que constituyen la espina dorsal de su gestión respecto de esa ciudadanía desesperanzada, frustrada, enojada con la falta de soluciones a sus problemas objetivos y subjetivos. Porque la línea de amplios acuerdos, de defensa del sistema democrático y los Derechos Humanos, de respeto por la institucionalidad vigente y la que salga del proceso constituyente elitista, pueden ser un paso táctico que detenga el desangramiento, pero que no asegure la vigencia y, sobre todo, la continuidad de un proceso de transformaciones que le haga sentido a la silenciosa mayoría que espera soluciones y se guarda bajo la manga la posibilidad de nuevos estallidos incontrolables.
Porque no basta con acciones que demuestran simpatía, empatía, cercanía y cuanta palabra explique, demuestre y haga evidente el interés del gobierno en su conjunto por escuchar, estar cerca, querer poner los problemas, ansiedades y exigencias ciudadanas en lo más alto de su agenda de gestión. Ciertamente no hay contradicción con el programa de gobierno, el cual puede y debe ajustarse a las coyunturas imprevisibles, aunque esperadas y anunciadas, llámense incendios, sequías, en el contexto de un cambio climático avalado por la ciencia y negado por las mentes estrechas que no quieren entender la íntima relación de la especie humana con su entorno ecológico. El cumplimiento de ese programa moderno y necesario para revertir la carga social y psicológica acumulada necesita de un apoyo ciudadano que no sólo debe manifestarse, como el 55% lo expresó, en su eleccion, sino en el diario convivir con las propuestas, soluciones e implementaciones de las políticas públicas que determinan el sello y el futuro del proceso transformador.
Afirmo: no basta con la simpatía, empatía y cercanía del momento. Las emociones que allí están presentes son relevantes y constituyen el mejor ejemplo de que debe darse el siguiente paso para hacer de ese momento también una estrategia en la conformación de las políticas públicas.
Insisto. El gobierno debe a la brevedad indicarnos qué piensa hacer para que la ciudadanía incida en sus planes de gobierno. Para que a continuación del abrazo, la sonrisa y la genuina empatía conozcamos los momentos, las modalidades, instrumentos, mecanismos, atribuciones y exigencias que se planteen con una agenda de participacion ciudadana que fortalezca la gestión gubernamental.
Lo que hasta ahora hemos visto es la existencia de un instructivo presidencial y el cumplimiento formal de algunas de los planteamientos presentes en la ley 20.500 sobre Asociaciones y Participación Ciudadana en la Gestión Pública, ley que debe ser reformada estableciendo, entre otras materias, la obligatoriedad de la participación en la gestión pública. Frente a las complicaciones de una relacion muchas veces distorsionada con el poder legislativo, es el momento de que la ciudadanía, constituida en el poder soberano que elige y distribuye el poder político, no se conforme con las convocatorias electorales de cada cuatro años, sino que incida colaborativamente con sus representantes, en todas las instancias públicas nacionales, regionales y comunales.
Para ello, el país requiere de una nueva aproximación a la educación. Durante décadas el modelo nos ha impuesto una modalidad de educación que está referida al individuo, al desarrollo de habilidades relacionadas con el futuro y siempre incierto mercado laboral. La magnitud de Universidades desplegadas en todo el país, la mayoría sin otro objetivo que lucrar con la educación y de pasada generar profesionales mal remunerados y con escasas seguridades de poder desarrollar sus habilidades, nos debe hacer reflexionar que un país no sólo se desarrolla desde la educación formal, en todos sus estamentos, sino que fundamentalmente en la capacidad de educar a sus habitantes en el uso del derecho ciudadano de opinar, organizarse, elegir sus autoridades y todos aquellos derechos civiles reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Ese es uno de los pilares históricos del estado de Estado de Bienestar alcanzado en pocos países, y al cual la mayoría parece aspirar, como modelo político y económico. Un país debe remecer sus estructuras buscando la plena identificación de la ciudadanía en la promesa democrática de construir un país digno para todos y todas. Un país ciudadanamente educado será un país que abra la posibilidad de derrotar la desigualdad injusta y discriminadora y haga posible la vuelta de la confianza quizas perdida en algún momento de la historia.
Frente a la amenaza populista que esgrime la mentira y el descrédito como arma principal para sus objetivos políticos, lo que incluso puede llegar a la desestabilización política histórica que antes han utilizado, es imperativa la alianza gobierno–ciudadanía que viabilice las alianzas políticas, asegurando el cumplimiento democrático de las transformaciones anunciadas, votadas y que requerirán de un largo proceso de unidad social y política.
Que la simpatía se transforme en participacion ciudadana estratégica y en educación ciudadana debe ser la orden del día, la que junto al liderazgo presidencial asegurará un proceso de transformaciones deseadas y avaladas por una ciudadanía sintonizada con los actores políticos progresistas.