Una nueva entrega de las Curiosidades de la Historia nos cuenta cómo operó un gobernador corrupto en Chile a principios del siglo XVIII. Francisco Ibáñez de Segovia pidió préstamos que nunca pagó, se adueñó de inmuebles, emprendió negocios y se quedó con el pago del ejército del rey.
Por Juan Medina Torres.- La corrupción en la historia de Chile tiene un claro ejemplo en Francisco Ibáñez de Segovia y Peralta quien, por influencias de su familia en la Corte de Carlos II, fue nombrado gobernador del Reino de Chile el 6 de marzo de 1698.
El nuevo gobernador llegó a Valparaíso el 9 de diciembre de 1700, y el 14 de diciembre fue recibido como presidente de la Real Audiencia.
Tomó posesión de su cargo el 23 de diciembre, negándose a prestar el juramento de estilo ante el Cabildo de Santiago, oponiéndose de esta forma a una ceremonia tradicional.
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Desde el inicio de su gobierno, Francisco Ibáñez comenzó a solicitar préstamos personales, entre los vecinos más acaudalados de la capital, dinero que nunca devolvió.
Pero como el dinero llama al dinero, inició una intensa actividad comercial, ajena al cargo de máxima autoridad. Así fue como abrió una carnicería en Santiago e implementó la venta de ropa utilizando para ello los servicios de los funcionarios públicos de su administración.
Además, adquirió propiedades que más tarde se negó a pagar, y vendió a mejor postor diversos cargos públicos, guardando para sí el dinero obtenido.
Un capítulo aparte en esta historia de corrupción lo constituye el reparto del Real Situado. Desde principios del siglo XVII, por orden real, el virreinato del Perú enviaba a Chile un cuantiosísimo aporte en dinero equivalente a unos 212.000 ducados anuales, con el nombre de “Real Situado”, para la mantención y financiamiento del ejército español en Chile.
En el reparto del Real Situado correspondiente al año 1694, que por diversos motivos llegó en 1702 desde Perú, el veedor general -que era como el Contralor actual- Juan Fermín Montero de Espinosa insinuó la existencia de irregularidades en el ajuste de las remuneraciones de la tropa, impagas por largo tiempo. Acusó de ellas al gobernador e impugnó algunas partidas. Esto motivó a Francisco Ibáñez de Segovia ordenar el arresto domiciliario del veedor general.
Los soldados al conocer esta noticia, se amotinaron en la plaza de Yumbel en diciembre de 1702 y al grito de “¡Viva el rey y muera el mal gobierno!” pedían la salida de Ibáñez de Peralta, quien logró imponer su autoridad. Pero el mismo día se inició otro movimiento en el tercio de Arauco.
A fines de febrero del año siguiente, se produjo un segundo movimiento subversivo en el tercio de Yumbel, el cual fue reprimido violentamente por Ibáñez de Peralta. En un principio ofreció por escrito indulto a los cabecillas, que se habían acogido a asilo en las iglesias, pero una vez entregados, traicionó lo pactado y los hizo matar mediante pena del garrote.
El veedor general Montero de Espinosa, a quien Ibáñez determinó procesar, logró huir y pasar secretamente a Lima. La conducta del gobernador en la represión contra los sublevados, en especial sus atentados contra la inmunidad eclesiástica, fue reprobada por Real Cédula de 30 de marzo de 1705. Nuevos informes negativos sobre Ibáñez de Peralta llevaron al dictado de otra Real Cédula, de 19 de marzo de 1709, que lo condenó a una multa de 4.000 pesos.
El gobernador Ibáñez de Peralta entregó el Gobierno de Chile a Juan Andrés de Ustariz el 27 de febrero de 1709.
A pesar de que su gobierno había terminado en la fecha indicada, Ibáñez de Peralta continuó en el país preocupado de incrementar su fortuna hasta que el nuevo Gobernador lo obligó a abandonar el reino el 25 de enero de 1712.
Francisco Ibáñez de Segovia y Peralta murió pocos meses después en Lima, en absoluta pobreza, desprestigiado y solo, vistiendo la sotana de la Compañía de Jesús.