El cientista político Max Oñate entrega un análisis del comportamiento de los votantes y su diferenciación entre los votantes tradicionales y los automarginados. El voto, dice, se mueve en función de la inversión publicitaria y de la aversión a los partidos políticos.
Por Max Oñate Brandstetter[1].- «En Italia (y también en otros países) los líderes socialistas han proclamado siempre que la burguesía y el gobierno les deben mucho por haber mantenido en jaque a las masas, y por haber actuado como moderadores de la turba impulsiva. Esto es tanto como decir que los líderes socialistas reclaman el mérito -y, en consecuencia, el poder- de evitar la revolución social, la cual, según ellos mismos, habría tenido lugar hace tiempo, si no fuera por su intervención». Robert Michels.
El desarrollo de la composición política electoral y sus eventuales modificaciones, producen a priori, distintos resultados, que de todos modos llamamos democráticos y legítimos.
Desde que inició el proceso constitucional se aplicaron diversas formas, alterando de ese modo, posibles resultados.
En una primera etapa, se plebiscitó la posibilidad de cambio constitucional al mismo tiempo que el órgano redactor que ejecutaría dicho mandato.
La fragmentación de la derecha, en términos de abanderar posiciones ante el plebiscito, determinó –junto a los votantes fijos de la centro izquierda- que la opción apruebo obtuvo un total de 5.892.832 votos de respaldo electoral, sobre los 1.635.164 votos obtenidos por la opción rechazo.
Ver también:
A partir de este punto, el proceso de cambio constitucional debía superar un obstáculo, en el que la derecha manejara 1/3 de las bancas representativas y que con ellas realizara su poder de veto, dejando sin efecto las transformaciones planteadas o deseadas. A pesar de ser en este espacio una minoría representativa, tendría un fuerte poder restrictivo en relación al cambio constitucional, a pesar de los resultados electorales.
De esta manera se emplearon dos elementos determinantes en el desarrollo del proceso. Por una parte, se incluyeron 17 escaños reservados para los pueblos originarios, que para incorporarlos al debate constituyente cercenaron el tamaño –cantidad de escaños- de 17 distritos, aunque constituían 17 bancas por fuera del alcance del sistema de partidos tradicional, en una magnitud de 10,7% del total de la convención, que ni la derecha ni la concertación deberían alcanzar.
Por otro lado, se incorporaría la obligatoriedad, que nos obliga a pensar: ¿por qué tener dos mecanismos diferentes de participación electoral para un mismo proceso constituyente? Ambas transformaciones surgieron como propuestas de la derecha, que histórica y hábilmente jamás entrega concesiones que no puede controlar.
Si durante el plebiscito de entrada hubiera triunfado la opción rechazo, se acababa el proceso constituyente en ese momento, si la mayoría por los cambios no obtenía –en sus diversidades- más de los 2/3, el proceso constituyente terminaba ahí, con una propuesta que apenas sobreviviera escasamente al poder de veto, que luego tendría que enfrentar una elección ratificatoria, ante un público con mecanismo distinto al que inició todo ese proceso.
Desde la década de los 90, el formato de inscripción en el servicio electoral era de carácter voluntario y, una vez inscrito, el voto pasa a ser obligatorio. Se podría sostener parcialmente que quienes participaban de los procesos electorales lo hacían por propia voluntad y convicción democrática.
En 1997 se desarrolla una elección parlamentaria que derivó en alrededor de 1,5 millones de votos nulos y blancos que, al transitar el sistema a voto voluntario, se restan y automarginan de la participación electoral. Esto podría suponer –paradójicamente- que una porción considerable del padrón electoral que se inscribió voluntariamente en el servicio electoral, ya no deseaba seguir participando, quizás porque la oferta de partidos no satisfacía la demanda de participación política y transformación social.
El fenómeno de 1997 marca la relevancia comunicacional del “no están ni ahí”, automarginados sin interés en el sistema de partidos y la representación política que, por diversas razones, les produce irrelevancia en gesto de validar la estructura del poder público.
Los antecedentes nos indican que se construyeron bloques de adhesión electoral más o menos fijos, en manos de los electores fijos, por tanto, con resultados tradicionalmente similares.
Al transformar el régimen de inscripción automática y voto voluntario, se modifica el comportamiento electoral de segunda vuelta. Como ejemplo, cuando se desarrolló la disputa electoral entre Guillier y Piñera, las encuestas señalaban que Piñera sería el nuevo presidente de la República, lo que entrega antecedentes interesantes que analizar.
A menudo, tras los resultados electorales, algunos medios actúan como comentaristas deportivos, sentando en el sillón de paciente aquella abstracción que llamamos pueblo, consultando sobre su estado anímico frente al proceso, y la tradición de lo que “se ha hecho”-entonces un triunfo electoral “Z” significaría hastío, mientras un resultado electoral “Y” significaría conformidad– y su consecuente continuidad tradicional se aplaude al vencedor, se abuchea al perdedor, sin identificar que es un comportamiento filtrado por una pequeña caja, sobre el estrecho margen de las opciones disponibles y presentadas desde arriba.
Volviendo sobre el caso Guillier-Piñera: las encuestas entregaban una publicidad constante del triunfo del segundo candidato, pero cabría señalar, ¿Piñera eventualmente ganaría las elecciones presidenciales, independientemente de cuantas personas participaran en el proceso electoral? Esto supondría sostener que:
- Las encuestas pudieran identificar que dentro de un número finito de votantes fijos –que tiende a disminuir su participación electoral en segundas vueltas- habría una porción significativa de electores tradicionalmente de centro-izquierda que respaldaría decisivamente con su voto la campaña electoral de Sebastián Piñera, confirmando la predicción.
- Las encuestadoras asumen previamente que habrá un aumento en la participación electoral –como la lógica señala- y en la medida que la participación electoral aumenta, lo hace en directa proporción de aquella candidatura que realice mayor gasto electoral en el proceso, por la sencilla razón –entre otras menos importantes- de que su publicidad aparece más veces.
En este evento electoral, ocurrió que el resultado no se definió entre los votantes fijos, sino que aumentó la participación electoral, en proporción y concentración que ya señalamos.
Lo importante para entender ciertos procesos electorales es ver el comportamiento electoral que se desenvuelve. Esto ocurrió en Argentina recientemente, donde la tendencia de la participación electoral era a la baja (entre otros factores, porque la multa por no votar es cercana a los $500 pesos chilenos), y la participación aumentó en la misma dirección, convirtiendo a Javier Milei como Presidente electo de la República.
En el caso de España ocurrió justo de la manera contraria: se proyectaba un aumento en la participación electoral, donde Vox ganaría una notable mayoría (a partir del respaldo electoral de nuevos electores, no porque resten capital electoral a los bloques tradicionales). Pero el proceso electoral se desarrolló en medio de una gran ola de calor, por lo que disminuyó la participación electoral, quedando el resultado en manos de los votantes fijos. Esto se tradujo en una derrota electoral de las derechas, sin tener posibilidad de armar gobierno, por lo que el PSOE obtuvo la conducción del Estado.
En Chile, durante el año 2022 se realizó el plebiscito ratificatorio de salida, cambiando el mecanismo de participación de voluntario a obligatorio.
La derecha, dividida durante el plebiscito de entrada y sin tener el poder de veto contra el cambio, fue aunando posiciones desde la instalación de la convención hasta el plebiscito por obvias razones, razón para afirmar que los votos obtenidos por la opción apruebo anteriormente se restarían durante el nuevo plebiscito, al unificar las posiciones de la derecha.
Apruebo 5.892.832 / Rechazo 1.635.164. En un universo de 7.527.996 votos válidamente emitidos.
Para el plebiscito de salida:
Apruebo 4.859.103 / Rechazo 7.891.415. En un universo de 12.750.518 votos válidamente emitidos.
En esta última instancia, el respaldo electoral de la opción Apruebo es mayor que la recibida por el presidente electo por mayor cantidad nominal de votos en la historia de Chile –G. Boric- y que el respaldo electoral de la centro izquierda (o el centro y la izquierda) en las elecciones parlamentarias en toda la historia republicana.
¿Qué fue lo que ocurrió entonces? Que la democracia representativa en Chile, funciona de la misma manera que en el resto del mundo –diremos a priori- en cuanto que cuando la participación electoral aumenta, lo hace en directa proporción que aquellas candidaturas que realizan mayor gasto electoral. La opción rechazo realizó un gasto electoral por sobre el 80% del total de la campaña, que abarca ambas opciones.
El problema de este fenómeno es que las variables restantes se hacen imposibles de analizar en este contexto. ¿Cuántas personas habrán votado rechazo por miedo a perder su casa? ¿Cuántas personas votaron rechazo a partir de su adhesión a un factor estrictamente anticomunista? ¿Cuántas personas votaron rechazo sólo por el hecho de que la campaña del Apruebo se sustentó bajo los partidos tradicionales, so pretexto de la “estrategia comunicacional” de “moderados” y convocantes? ¿Cuántas personas de los históricamente automarginados, votaron Rechazo pues rechaza cualquier propuesta que se realiza desde el sistema de representación de partidos, independientemente de su contenido, más en un contexto de obligatoriedad? Y, más importante aún: ¿Cuántas personas hubieren dejado de participar en este plebiscito si se hubiera mantenido el sistema del voto voluntario? El resultado impide separar porciones demográficas de respaldo por diversas razones.
Sospecho que el resultado electoral de este Domingo 17 de Diciembre, permitirá responder estas preguntas y separar los indicadores de participación.
El peso de los factores
1) El bloque electoral de la abstención, registrado automáticamente en el padrón electoral, pero con la garantía voluntaria de participación, no tiene interés alguno en la participación en el sistema representativo de partidos. Por tanto y en consideración a que es el bloque nominalmente más grande, rechaza por sí solo cualquier propuesta constitucional. No quiso ni quiere participar en elecciones ordinarias, eventos plebiscitarios ni nada en lo que respecta del sistema de partidos, pues hace más de 30 años decidió automarginarse.
Como la participación aumenta en directa proporción al apoyo de quien realiza más gasto electoral, deberíamos definir solo por el volumen de gasto a la opción ganadora. Sin embargo, en esta oportunidad la opción rechazo no tendrá el soporte financiero que el plebiscito anterior, tras la fragmentación de las derechas, de un modo similar al plebiscito de entrada.
2) El anticomunismo como factor electoral: La vulgaridad típica de “comunistas fuera” ¿podremos saber en los próximos resultados electorales, cuál es el volumen real del alcance de esa forma de campaña?
3) El regreso del sistema de partidos en campaña: Durante el plebiscito anterior, la derecha escondió a sus líderes y partidos, desapareciendo de la escena, de modo en que el público pudo identificar la presencia del sistema de partidos en la campaña del apruebo. Para esta oportunidad, la centro izquierda –si es que tiene voluntad de vencer- debería haber copiado la receta. Aunque parcialmente ha incorporado a los viejos liderazgos y partidos a una campaña cuya discusión debiese ser sobre el contenido de la propuesta, y no sobre los partidos, han decidido hacer caso omiso (no tan presente como en 2022).
Estos factores son los que se deben tomar en cuenta al momento de definir un resultado.
Si el bloque automarginado es indiferente ante el proceso –por tanto rechazaría la propuesta fuera cual fuera- pierde poder el efecto del gasto electoral como factor convocante de adhesión electoral. También sería virtualmente inmune a la propaganda anticomunista (no respaldaría a ninguna contraparte en un universo que no es atractivo ni interesante para la mayor parte de la población agrupada en el padrón electoral)
Más que haber un tópico anticomunista pronunciado, existe una propaganda ajena al proceso, sobre “Boric vota en contra, Chile vota a favor”, abandonando el contenido de la propuesta, modificando el foco de atención entre personas del sistema de partidos, más que contenidos pragmáticos sobre el andamiaje institucional.
Quién más se arriesgue a representar al sistema de partidos en esta campaña, más se arriesga a provocar la derrota de su posición, pues cambia el foco de atención del proceso, y publicitariamente pareciera ser más bien un plebiscito entre dos programas presidenciales del pasado que ya fue resuelto (Boric-Kast), jugando un papel crucial con la variable del gasto electoral.
Conclusión
En mi opinión, analizando los antecedentes del desarrollo electoral, sostengo que el cauce natural en procesos plebiscitarios de cambio constitucional es que se rechaza cualquier propuesta mientras se mantenga el voto obligatorio, dado que el bloque de la abstención es la porción más grande del padrón electoral y, por tanto, define los resultados por sobre la voluntad de los votantes fijos y tradicionales.
Si se produjese un cambio adverso en este sentido, ocurriría por identificar alternativas a partidos, personas y gobierno de turno, sobre una coyuntura que –más allá del propio resultado electoral- no traerá una nueva policía anti corrupción, antidelincuencia, aniquiladora de todos los males solo por un cambio de ley.
Este relato estuvo permanentemente presente durante el “ruido de lumas” del general Yáñez que violó la constitución (al ser fuerzas siempre obedientes y jamás deliberantes), con la ley de infraestructura crítica (propuesta por Piñera 2019) anti usurpaciones, Naím-Retamal, etc. que no ha sido capaz de solucionar el problema de la delincuencia y el miedo a ésta, aunque dejando en evidencia de que tanto en el proceso anterior como en el actual, el contenido de la propuesta siempre está en segundo plano.
Otra opción sería debido al movimiento financiero de la campaña, develando una realidad poco asumida. Nadie realizaría gastos millonarios por sobre las demás candidaturas, sino fuese para ganar una elección presidencial, teniendo acceso a otras fuentes de poder.
Veremos entonces si la variable más importante es y será la indiferencia o el dinero como armas políticas y herramientas de distribución de propaganda.
[1] El autor es Cientista Político, licenciado de la Universidad Academia Humanismo Cristiano.