Por Roberto Fernández.- Al celebrarse el primer aniversario del estallido social, es válido preguntarse si las condiciones que lo produjeron se mantienen o han cambiado.
Recordemos sumariamente cuáles eran: Chile estaba en el séptimo lugar entre los países más desiguales del planeta; el 1% de su población concentraba el 26,5% de la riqueza y, si consideramos el 10%, éste poseía el 66,7% de ella; el sueldo promedio mensual de la mitad de los trabajadores era de 400.000 pesos; las AFP habían ganado 482.000 millones de pesos ese año, el sistema financiero 13.100 billones y las 30 empresas del IPSA 1,51 billones; el IVA, el impuesto más regresivo, representaba cerca del 50% de la recaudación fiscal, una de las más altas del mundo; y la jubilación promedio mensual era de 262.000 pesos.
A este panorama habría que agregar el arrastre histórico del conflicto mapuche y un descrédito total de las instituciones. Gobierno, parlamento, Poder Judicial, Isapres, AFPs, iglesias, Fuerzas Armadas, empresas, partidos políticos, dirigentes, entre otros… tenían un grado de confiabilidad y apoyo cercano a cero o en el margen de error de las encuestas.
Mirados analíticamente estos datos, no es exagerado concluir que un país con estas características difícilmente puede mantener una cierta coherencia y estabilidad en el tiempo. La demostración de esto es que en Chile se produjo un estallido social, que fue reprimido violentamente. Murieron 34 personas, hubo 10.535 detenidos en todo el país, 1.938 heridos, 5.558 denuncias por violaciones a los derechas humanos, 442 personas sufrieron daño ocular y dos de ellas quedaron ciegas, además de decenas de agresiones sexuales, violaciones y torturas.
En medio de esto, a principios de año, surgió una nueva crisis, la epidemia del coronavirus, con consecuencias gravísimas en el plano de la salud pública y la economía. La caída del producto y el aumento de la cesantía están batiendo récords históricos.
¿Cómo ha enfrentado el gobierno y los partidos que lo apoyan esta conjunción de crisis? En opinión de la mayoría de las personas, dando soluciones parciales y de corto plazo, privilegiando los negocios a la salud pública y, sobre todo, transformando todo en un problema de orden público, centrándose en políticas represivas, que lo han llevado a justificar y avalar acciones de Carabineros abiertamente ilegales y abusivas.
Para las autoridades pareciera que los problemas del país se redujeran a las acciones de violencia que se producen en las manifestaciones. Se desconocen, y por lo tanto se niegan, las causas que la originan y la represión de Carabineros, que muchas veces está al origen de los hechos violentos.
Existe muy poca discusión sobre la disposición de los sectores más privilegiados, que este gobierno representa, a realizar un esfuerzo solidario para ir en ayuda a los más necesitados. La solidaridad pareciera ser un concepto que no forma parte de la visión de la vida que estos tienen.
¿Y los partidos de oposición en todo esto? Lo mínimo que se puede decir es que siguen tan desconcertados como al inicio del estallido. No lo previeron, no lo entendieron y siguen sin entender su profundidad. Incluso pareciera que todavía piensan que pueden controlarlo y dirigirlo. Algunos sectores incluso se suman con entusiasmo a la crítica a la violencia que se produce marginalmente en las manifestaciones.
Evidentemente nadie podría estar de acuerdo ni justificar la quema de autobuses, la destrucción de semáforos ni el saqueo del comercio establecido; pero se supone que la complejidad de los fenómenos sociales de la modernidad merecen un análisis más profundo. También parece moralmente inaceptable esta visión maquinea de la violencia: cuando me conviene la justifico y apoyo; cuando no, la repudio. No hay que olvidar que los mismos que se hoy indignan ante ella, no tuvieron ningún problema para dar un golpe de Estado, asesinar y torturar a miles de personas.
Ahora bien, intentando responder a la pregunta hecha al inicio del artículo, en el sentido de que si las condiciones que originaron el estallido social habían cambiado, hay elementos importantes que sugieren que más bien se han agravado. Esto significa que si no se atacan las raíces del problema, lo más probable que podemos esperar es que las tensiones se agudicen.