Por Hugo Cox.- La crisis política cada vez se complejiza más. Ya sea por factores externos o internos, sigue presente.
En períodos de alta polarización es complejo lograr acuerdos, ya que los polos se atrincheran en sus propias convicciones y armados de un lenguaje lleno de una neolengua estéril y de metáforas que resultan casi espurias, que no dan espacio para la reflexión y la autocrítica, y no permiten la expresión de un centro laico y cristiano que debe ofrecer un espacio de mayor reflexión para lograr acuerdos que permitan transformaciones que den seguridad a los ciudadanos.
José Rodríguez Elizondo sostiene que la crisis de los partidos políticos y de la democracia en cuanto a un horizonte deseable, parte con el fin de la Guerra Fría. “La democracia existente dejó de ser un modelo político y cultural de la humanidad, debido (entre otros) a los siguientes factores: carencia de un orden mundial de reemplazo, irrelevancia estratégica de la ONU, subordinación de la cultura humanista a la cultura de la entretención, incomprensión de la revolución tecnológica, decaimiento abrupto de la calidad de los políticos, confluencia del crecimiento económico con las crisis de la desigualdad y la fuerza bárbara de la regresión teocrática”, estos factores presentes en la crisis del país.
Pero, ¿cómo salir de esta crisis? Encontramos la posible respuesta en la experiencia histórica de Chile, expresada en el golpe de Estado, y el intento por establecer cambios que permitieran resolver los conflictos estructurales de la sociedad chilena.
Enrico Berlinguer, uno de los autores y creadores del eurocomunismo que rompe con la Unión Soviética, tesis a la que se incorpora el partido comunista Español (Santiago Carrillo) y el partido comunista Francés (George Marchais) y posiblemente todos dirigentes comunistas que forman parte de la corriente reformista, hace surgir esta reforma del estudio del periodo de gobierno de Salvador Allende y sus conflictos.
De esta experiencia, Berlinguer y el eurocomunismo concluían que la unidad de la izquierda no es suficiente para sostener cambios que se orienten a soluciones que impliquen cambios profundos en las sociedades y, por lo tanto, es necesaria la unidad con otras fuerzas políticas como la Democracia Cristiana y todos los sectores progresistas. De esta forma se cumpliría con dos objetivos: uno, asegurar la democracia y los cambios; y dos, aislar a las fuerzas tanto de extrema derecha como a sectores de la izquierda más rupturista, lo que se traduciría en un “compromiso histórico”.
Chile arrastra una fuerte experiencia histórica y cultural en materia de alianzas políticas que arrancan con el frente popular en 1938 y, la más reciente, los gobiernos de la Concertación, que termina con la administración de la Nueva Mayoría.
Hoy es necesario establecer, como parte de la una estrategia para recuperar el sentido de la política, que (por ejemplo) el socialismo “democrático” -al margen de acumular fuerza- debe generar espacios para compromisos políticos con sectores democráticos no “revolucionarios” (progresismo), establecer acercamientos con el mundo empresarial, Iglesia Católica, la Masonería y el mundo evangélico, y poner énfasis en la gestión local regional y nacional con eficacia y eficiencia, en que los procesos sean evaluados y ejecutados en los plazos previamente definidos.
Se debe tener siempre presente que los dogmatismos ideológicos siempre entorpecen el sentido común, y una cosa es ganar una elección con altos porcentajes, y otra es gobernar, ya que las altas mayorías no aseguran gobernabilidad.
En síntesis, este debate debe ser parte del Chile actual si se desea salir de esta crisis. No entender esto es ahondarla aun más.