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Adenda: la última palabra nunca es la última

Por Fidel Améstica.- “Solo el amor con su ciencia/nos vuelve tan inocentes” (Viola Chilensis).

Manuel Alcides Jofré hizo entrar su gran humanidad como sardina en una de las micros del recién inaugurado Transantiago, con sus libros y carpetas para la primera clase de la mañana, y empujado por otra tanta humanidad fragante a sí misma. Desde la radio del chofer se deslizaba como serpentín el canto de Regina Spektor a todo fullingue:

I hear in my mind
all of these voices.
I hear in my mind
all of these words…

Y estos versos hicieron nido entre la matojera que asomaba por la concha, el trago y el lóbulo de las orejas de Manuel Alcides, tras abrirse paso entre los sonsonetes de una turba comprimida en una micro. Anidaron estos versos en inglés hasta abrir su epifanía en un clúster del disco neuronal, el cual -al desfragmentarlo en su silencio interno- generó en el sujeto el siguiente output: There is somebody in me who isnt’t me.

Ese día, Manuel Alcides Jofré, el «sujeto» de la sobredeterminación, inició la clase anotando en la pizarra acrílica, a lo casual y de seguro pensando en inglés el impacto de la canción; en inglés (idioma –¡qué idioma!… ¡lengua!– que internalizó gracias a su exilio en Canadá), en inglés –insisto– el golpe en su otredad, y en español, la orden del día:

La vida es breve;
el arte, largo;
la ocasión, huidiza;
la experiencia, engañosa;
el juicio, difícil.

Era una cita que encontró entre sus apuntes de sus años de estudiante en el Pedagógico, y la había consignado como unos célebres versos de Demetrio de Falero, político, filósofo y bibliotecario de la Alejandría del primer Ptolomeo. Puso también la versión en latín como original, de la que Séneca nos heredó su paráfrasis vitam brevem esse, longam artem, y que a la posteridad pasó simplemente como ars longa, vita brevis:

Vita brevis,
ars longa,
occasio praeceps,
experientia fallax,
iudicium difficile.

Manuel Alcides Jofré explicó que arte se refería al lenguaje, al discurso, y lo hizo equivaler al ruso slovo (слово, palabra) de Bajtín, y al logos griego (λόγος), y, por qué no, también lo podemos echar a la juguera con «mito» (μύθος, y con raíz en sánscrito en mu-, मोउ, que es silencio; literalmente, labios juntos, y que G. Vico lo tomó como mutus) y «fábula» por lo del latín fabula-fabulare, si tomamos «fabular» como «hablar»; y el «habla» es lo que realmente les interesa a muchos doctos desde Saussure y Heidegger en adelante –¡ese es el tuétano de este hueso, el habla!–, no obstante sean incapaces de mantener a una audiencia atenta mientras «hablan» (aunque no me refiero ni a Saussure ni a Heidegger con esto, cuyos amores y amoríos se los debieron de seguro a una lengua bien entrenada en contar lo que hay que saber contar).

El «arte», entonces, es algo que toma toda la vida aprender y dominar (longa) pese a lo breve (brevis) de nuestros días; por lo que la ocasión para ello no siempre es favorable (occasio praeceps) en medio de tanto ajetreo innecesario de una vida que puede envilecerse, en voz de Kavafis,

en el contacto excesivo con la gente,
en demasiados trajines y conversaciones
(…)
trayéndola a menudo y exponiéndola a la torpeza cotidiana
de las compañías y las relaciones,
hasta que llegue a ser pesada como una extraña.

Así, la interacción entre unos y otros hablantes, entre unos y otros discursos, podría ser una trampa (experientia fallax). En consecuencia, no es fácil emitir un juicio sobre lo que decimos o creemos (iudicium difficile), siendo que es usual que opinamos con un juicio de entrada casi todo el tiempo. Por tanto, hay que ser artista formado en la paciencia y la tenacidad, resiliente y con ojo al charqui, para ejercer el arte, el don de la palabra, como apuntó el académico; ya que saber hablar determina el grado de libertad de todo «sujeto» para que nadie hable por él. Es lo que podemos concluir del speech que se mandó nuestro amigo.

¿Qué podemos decir? ¡IMPRESIONANTE! Como para llegar al clímax, al orgasmo; eyacuderramar, irse, venirse… Acabar. Todo a la vez y así reponerse a gusto…

Solo que a Demetrio de Falero no se le conoce obra escrita ni que fuera aficionado a componer versos, salvo que llevara una libreta y recogiera citas de las obras de la biblioteca de Alejandría que de seguro leía como quien ingiere el alimento preciso y adecuado de cada día.

El enunciado original, valga especificarlo, es el primer aforismo de Hipócrates, quien partió al Hades unos veinte años antes de que naciera el futuro bibliotecario cuya función era lo más cercano que tenemos a un ministro de cultura hoy en día; y no está en versos, sino que en una cuidada prosa, que se extiende a partir de un punto seguido tras la cita comentada. Permítasenos la pedantería:

Ὁ βίος βραχὺς, ἡ δὲ τέχνη μακρὴ, ὁ δὲ καιρὸς ὀξὺς, ἡ δὲ πεῖρα σφαλερὴ, ἡ δὲ κρίσις χαλεπή. Δεῖ δὲ οὐ μόνον ἑωυτὸν παρέχειν τὰ δέοντα ποιεῦντα, ἀλλὰ καὶ τὸν νοσέοντα, καὶ τοὺς παρεόντας, καὶ τὰ ἔξωθεν.

Cuando Hipócrates dice ἡ δὲ τέχνη μακρὴ (e de tejne macre, ars longa, el arte es largo) se refiere con techne a algo que se puede aprender porque hay un conocimiento acumulado y que se hereda, un conocimiento que hoy diríamos permite hacer ciencia (saber y praxis); no se refería al arte en tanto facultad de la fantasía ni ejercicio de los artistas como en la actualidad lo entendemos. Y el arte inmenso cuya ocasión de aprendizaje es huidiza, en medio de una experiencia engañosa que no garantiza un juicio fácil, es el de la MEDICINA.

Sí, señor. Es decir, se refería a un saber que ya no tenía por qué depender del conocimiento míticomágico solo en manos de una casta sacerdotal o chamánica, o que dependiera de las supersticiones de la ignorancia. Se podía aprender el arte de aliviar el dolor humano para vivir y morir –¡eso era lo nuevo en la maduración de la democracia ateniense antes de que se pudriera!–; como quien dice, aquí hasta el más tonto llega a doctor estudiando –qué gracia tiene, me dirán, así cualquiera–, pero en un arte en que no basta que el médico haga cuanto esté a su alcance si, por otro lado, no concurren al mismo propósito el enfermo, los asistentes y demás circunstancias exteriores que contribuyan a ello, como reza la segunda parte del aforismo.

¿De qué sirve el saber de un facultativo si no observa, si no se gana la confianza del enfermo para que dé a entender y comunicar lo que le pasa, y si además no percibe el contexto material, social, espiritual, que afecta la vida del individuo?, ¿qué terapéutica va a aplicar? Uno puede saber quién es y lo que hace, ¡pero qué poco si ignoramos dónde estamos parados!

El caso es que nuestro querido Manuel Alcides Jofré (requiescat in pace), a punta de interesantes desatinos y objetivo azar, le pegó medio a medio ese día. Aprender el arte, cualquier arte, y en especial a lo que a lenguaje toca, es lo que hace un médico: ωφελέειν, ή μη βλάπτειν – primum nil nocere. Lo principal es no hacer daño si no se puede beneficiar o dar alivio y salud. Aunque no siempre es posible, ¡y vaya que no! Una palabra puede ser tan nefasta, y con secuelas más graves y permanentes, como una paliza o la enfermedad que nos postran el cuerpo.

Con lo anterior en línea, agreguemos que el medicamento y la ponzoña son un mejunje, pócima o gragea que puede extraerse y sintetizarse a partir de un mismo crisol o caldero, y con los mismos ingredientes; por ello la doble serpiente en el caduceo de Hermes Trismegisto; y de hecho, aún en griego moderno, remedio y veneno comparten la misma raíz etimológica: fármako y farmaki (φάρμακο y φαρμάκι), respectivamente. Quien con la palabra hiere también con la palabra puede sanar.

Por eso el output que lo electrizó esa mañana de invierno santiaguino, a Manuel Alcides Jofré, entre empujones y sobajeos con sus prójimos y semejantes en una micro, era una respuesta del destino (de la moira, μοῖρα, la parte, lo que te tocó), una vital jugarreta entre lo que efectivamente escuchó y lo que creyó oír a lo largo y ancho de toda una vida entre libros, clases, investigaciones y escritura, hasta ser un poseído por los hechizos que todo niño sabe conjurar.

Ese output eran vocablos de otra canción de Regina Spektor que vino después en el programa radial, «How», y se fueron en colisión frontal con lo que necesitaba oír hasta dar con este estallido en su cabeza: There is somebody in me who isnt’t me («Hay alguien dentro de mí que no soy yo»). Con esta sintaxis logró recordar la estela a jirones semánticos de los versos Someone who isn’t you?… When I’m not… Escuchó de una manera y recordó de otra, y así un hecho pasa a ser la fantasía cuya luz imaginaria nos pone al descubierto lo real.

¿Cómo fue esto, señoras y señores? «How», ladies and gentlemen!… ¡FIDELIDAD!: A minimum of «Fidelity»!

Manuel Alcides Jofré siempre fue fiel a ser Manuel Alcides Jofré, a hacer lo que sabía hacer con las herramientas que tenía, por lo que no hay pecado en comer todo lo que ofrece la ciencia de la naturaleza humana, hasta abotagarse, y ser, sucesivamente y sin cargo de conciencia, estructuralista, fenomenólogo, cognitivista y bajtiniano, entre otros intermedios: un militante veleta, ¡como para tenerle confianza!, ¿no? Pero ahí radica su virtud, nos señala la dirección y sentido del viento, su velocidad y lo intenso que puede llegar a ser antes de deshilachar nuestras banderas que nos resistimos a arrear.

Y fue un regalo de los dioses que al iniciar aquel día escuchara a una cantante rusa –como Mijaíl Bajtín, ¡por Dios!– nacionalizada estadounidense, y cuyo apellido, Spektor, se acercara fonéticamente al verbo speak, ¡hablar!

Antes de ser llevado hacia el Elíseo (no me lo imagino camino al Hades, el lugar de los novivos), buscaba con desesperación y ansia versos y décimas por el mundo al revés, por ponderación, por testamento y herencia, por travesura y cuerpo repartido, para acopiar todos esos dislates y disparates, estudiarlos y atesorarlos, como haría cualquier niño que, entre sus juegos, se topa con el misterio; pero le faltaron compañeros apropiados en una aventura como esa. Además, la vida es breve, y en su caso, con reverberancia: Vita brevis, sed tantum acuitur. ¿Cómo? Por lo ya dicho, «How» y «Fidelity»:

I hear in my mind
all of these voices.
I hear in my mind
all of these words.
I hear in my mind
all of this music.

 

And it breaks my heart,
and it breaks my heart,
and it breaks my ha-ah-ah, ah-ah-ah, ah-ah-ah, ah-ah-ah-aart,
and it breaks my ha-ah-ah, ah-ah-ah, ah-ah-ah, ah-ah-ah-aart.

***

P.D.: Y de un isótopo del tiempo a otro, querido Manuel Alcides Jofré, [con] alguien que no eres tú cuando no estoy (supongo que ya lo sabes) volveremos a encontrarnos de alguna forma. Solo quiero que mi mente permanezca como ahora y pueda escuchar tu voz:

Someone who isn’t you…? When I’m not…
…I guess I know by now
that we will meet again somehow…
…I just want my mind to stay the same to hear your voice.

TAT TVAM ASI
तत्त्वमसि
TÚ ERES ESO

***

APOSTILLA A LA ADENDA (como quien dice, «el rabo del apéndice», «el cogollo intestinal», la letra chica): Seamos justos, es probable y verosímil que el joven estudiante de pedagogía Manuel Alcides Jofré escuchase en clase el aforismo hipocrático proveniente de la obra Sobre el estilo, texto que el humanista Pietro Vettori (Petrus Victorius, 1499-1585), entre otros, atribuyó a Demetrio de Falero, lo mismo que el best seller del siglo II d. C. Diógenes Laercio; aunque William Rhys Robert (1858-1929) cree que pudo tratarse de Demetrio de Tarso, un amigo de Plutarco. Lo cierto es que no se sabe con certeza; hoy esa autoría solo se adjudica a un tal Demetrio, lo que equivale a ponerle nombre al soldado desconocido. El de Falero se supone que escribió tratados de moral, historia, crítica literaria, y eso no ha llegado a nosotros; y puede que en virtud de esto se le cargara el muerto.

El párrafo número 4 de Sobre el estilo cita, como ejemplo de composición «árida» o prosa ríspida —merced a «miembros breves» o frases cortas—, el ya recontramanido enunciado «la vida es breve; el arte, largo; la ocasión, huidiza», sin indicar al autor porque era algo sabido, supongamos, y el profesor (quizás Ariel Dorfman, de quien sería ayudante después) es probable que completara el período con el resto de esta parte del aforismo para explicar quizás qué asunto: «la experiencia, engañosa; el juicio, difícil». Entonces, el imberbe Manuel Alcides Jofré lo consignó de seguro en sus apuntes a cuyo pie solo puso «Demetrio de Falero» como referencia. Más de tres décadas después y varios kilos bien ganados, el ahora barbudo y vivido profesor de literatura da con estas palabras entre sus cajas y carpetas en alguno de sus cambios de casa, y se encuentra a sí mismo cerrando el círculo en un túnel de gusano de su mente.

«Instruidme, y guardaré silencio; hacedme ver dónde está mi error», lo que la Vulgata consigna como Docete me et ego tacebo et si quid forte ignoravi instruite me (Job 6:24). Y no hay error, el gentil pelirrojo se instruyó bien; y el refranero lo confirma: «—Perdón, me equivoqué —se disculpaba el pato bajándose de la gallina. —Errare humanum est —le respondió esta. —¡Así que vuelva donde estaba, mi negro!».

Extraído del libro Ridículum Vitae (2021), obra en coautoría con Víctor Ilich y Marcelo Uribe L’Amour.

Alvaro Medina

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