Por Álvaro Medina Jara.- Esperé hasta el día de las elecciones para escribir y publicar un réquiem a Antonio Leal. No es casual. Para el sociólogo, filósofo y ex presidente de la Cámara de Diputados, el acto que implica marcar una preferencia en un proceso que puede marcar el rumbo de un país, es el resultado de una evolución en el pensamiento humano, una toma de conciencia de derechos humanos y políticos.
Antonio Leal creía en la democracia. Sabía que se le podían poner apelativos y adjetivos, y los estudió todos: líquida, gaseosa, tutelada, presidencial, parlamentaria y semi parlamentaria, participativa, directa, indirecta… Sabía que era perfectible, pero es lo mejor que tenemos. Y luchó por ella en las distintas etapas de su vida.
Marcado por la figura de Antonio Gramsci, nuestro Antonio se sintió probablemente identificado por el pensamiento y su evolución dentro del marxismo, y la forma en que este cambio pintó un nuevo tipo de socialismo. Con ese lucero iluminando su camino, Antonio Leal transitó hacia una renovación de pensamiento que lo limpió de los dogmas, lo abrió a la tolerancia y supo crear en su planteamiento un equilibrio casi perfecto entre la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Antonio Leal pasó las crisis nacionales -y probablemente toda su vida- haciendo cuatro cosas: estudiando, reflexionando, escribiendo y enseñando. No se trata de cuatro verbos azarosos. Efectivamente, nunca dio un argumento sin haber estudiado en profundidad un tema, y lo hacía sumergiéndose en todos los autores, en los clásicos y en las vanguardias; nunca expresó un pensamiento sin haberlo madurado metódicamente; nunca dejó de dejar testimonio escrito de su pensamiento, y lo hacía compulsivamente, tanto por la costumbre de ordenarse a través de la pluma, como por la necesidad de dejar registro de su paso intelectual y, por cierto, una huella, entendiendo que solo la palabra escrita es la que hace historia; y, por cierto, nunca dejó de ser un maestro, esto es, mucho más que un docente, guiando con su pensamiento reflexionado y vehemente a todos con quienes tenía alguna relación o contacto.
No creo exagerar al decir que Antonio Leal estaba, en cuanto a pensamiento político y filosófico en Chile, varios pasos adelante, y quienes tuvieron el privilegio de compartir un café o un aula con él, lo entendimos así. Lo estaba por su propia forma de razonar, pero también porque buscaba sin cesar el contacto con pensadores de todo el mundo, buscando nutrirse de los temas y los puntos de vista que permitan proyectar el mundo del futuro.
Antonio Leal, que sufrió por su país, lo amaba al mismo tiempo, con una profundidad insondable. Y por eso mismo estaba preocupado por el porvenir, anhelando un futuro de diálogo y no de división. Temía a la ignorancia y sus vástagos, el dogma y la polarización. Más en las actuales circunstancias. Por eso este día era importante para él, y habría estado -sin lugar a dudas- votando temprano para analizar después. Pensando… pensando.
Por ello, estoy convencido de que Antonio era un apóstol de la democracia, entendiendo que un apóstol es un enviado que predica una buena nueva. La suya era la democracia, y el medio era la política reflexionada, filosofada, dialogada.