Por Jorge Abasolo – A sus epígonos y adversarios conmovió la noticia de su muerte. En perpetua actividad, difícilmente podría dejar este mundo de la manera en que lo dejó. Pero los designios de Dios son inescrutables.
Me remonto al año 1992, cuando Sebastián Piñera era un joven y entusiasta senador que destacaba en el Parlamento por sus rigurosos conocimientos de Economía. Se alimentaba de cifras, devoraba papers y era la voz de la experiencia en la centro derecha cuando de economía se trataba.
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Por entonces, yo trabajaba en la revista Qué Pasa, y el director me encomendó hacerle una entrevista. Como todo periodista, yo manejaba una libreta con números y direcciones de la llamada gente importante. No recuerdo quién me había dado el teléfono del senador de RN, pero llamé y me contestó que ese día no me podía recibir. Me preguntó dónde vivía y le dije que en calle Nataniel 117, a solo dos cuadras de la Alameda. Su respuesta me sorprendió un tanto:
-Hagamos una cosa. Espérame a las 9 de la mañana en la Torre Entel y yo te paso a buscar.
El hecho es que a las 9 y un minuto Piñera me esperaba en la Torre Entel en su coche Subarú para viajar juntos a Valparaíso y hacer la entrevista durante el trayecto. Me dijo que no lo tratara de usted…que lo tuteara, pues algo me conocía.
Piñera es ameno y pregunta de todo, pues quiere estar informado en plenitud. La cháchara fue más que entretenida y me contó cosas que mi memoria no ha extinguido.
Recuerdo que le pregunté por Pepe, su padre, influyente integrante de la Falange Nacional (hoy, DC). Admitió que su padre era un falangista de tomo y lomo, con el que discutían mucho acerca del tema político. Según Sebastián, su padre –en las discusiones- siempre se ponía de parte de los débiles. Era muy austero y de una sobriedad espartana. Tanto así que sus padres, primero, y luego su esposa e hijos, debían comprarle ropa, pues él no mostraba gran interés en la indumentaria. Ahora, traigo al recuerdo las palabras de Sebastián, mientras viajábamos al puerto:
-Mi papá tenía una gran facilidad para mancharse la ropa, a tal extremo que sus amigos le decían El Hombre de la Mancha. En ese sentido era muy parecido a Jaime Castillo Velasco, el ideólogo de la DC. En una oportunidad Frei Montalva le preguntó a mi papá si andaba con un terno nuevo. Mi papá le dijo que no y le retrucó a Frei por qué le hacía esa pregunta.
La respuesta de Frei fue instantánea:
-Es que esa mancha no te la conocía.
En ese viaje de Santiago a Valparaíso, el entonces senador Piñera me contó que en sus tiempos de juventud, eran frecuentes las pugnas entre hermanos.
Por esa época, cada vez que su padre se percataba de estas reyertas familiares, mandaba a sus tres hijos varones al fondo del patio. Había construido un ring y a combos limpio se dirimía las discusiones.
Nutualmente que El Negro quedaba siempre KO.
Llegamos a Valparaíso en medio de una conversación muy entretenida.
Mientras bajábamos del auto un obrero de un edificio en construcción le gritó:
-¡Guena Sebastián…estoy contigo…tira p’a arriba!
Piñera contestó el saludo, luego me miró y me dijo:
-¿Te fijas? A los otros senadores no los tutean. A mí, sí. Y eso es bueno…
Aclaró que por esos años Sebastían era senador y balbuceaba sus primeras escaramuzas para llegar al sillón de O’Higgins. Subimos a la Sala de Senadores y le recordé que no habíamos realizado la entrevista. Rápidamente pidió un par de cafés y nos dispusimos a dialogar.
No recuerdo exactamente el tenor de la entrevista, pero me impresionó su memoria fotográfica, la cantidad de cifras con que pulía sus argumentos y como apelaba a la historia para cotejar los hechos. Sí recuerdo que en medio de esa entrevista me dijo algo con mucho sentido común:
-No te olvides que la economía no es sino el estudio de la humanidad en la conducta de su vida cotidiana…El resto es emborrachar la perdiz.
Nunca dudé de su inteligencia. A una persona que egresa de la mejor escuela de Economía de Chile con un promedio de 6, 9 hay que tomársela en serio.
De su primera administración se ha dicho mucho y salió bien parado. De la segunda, es muy prematuro hacer un balance.
Eso sí, todo me indica que Piñera y Bachelet tienen algo en común: ambos se arrepentirán de por vida de haber llegado por segunda vez a La Moneda.
Luego de aquella entrevista (no sería la única) intercambiamos tarjetas y nos despedimos de modo coloquial.
Un par de meses después recibí en la oficina de la revista señalada una invitación a su cumpleaños.
Me extrañó el hecho, pues yo distaba en mucho en ser su amigo y no pertenecía a algún círculo cercano a su persona.
Cuando llegué a su residencia se me fueron aclarando las dudas.
Llegué temprano a la cita y estaba en su casa otro periodista amigo, de la revista Ercilla. Me recibió Sebastián y su señora.
Conversamos un poco y no pasaron más de quince minutos cuando parecía que todo el periodismo chileno inundó la casa en aquel cumpleaños.
Recién entonces me cayó la ficha. Piñera preparaba su primera arremetida para llegar a La Moneda y organizó el cumpleaños solo para invitar a la prensa, a la que agasajó de muy buena forma. En lo personal hasta toqué un regalo con dedicatoria incluida (un libro).
Epígono de Los Beatles, el cumpleaños comenzó con canciones de los chascones de Liverpool. Como eran pocas las mujeres y yo ya tenía un whisky en el estómago, saqué a bailar a Cecilia (su esposa) propietaria de una simpatía desbordante y una bailarina excepcional. Luego vinieron las fotos y una salida al patio para probar los primeros bocados.
El patio era una algarabía general. En un rincón, el dicharachero diputado Gustavo Alessandri contaba chistes, Evelyn Matthei narrando anécdotas de su estadía en Londres y Sergio Diez cantando a lo Louis Armstrong le dieron una connotación especial a ese cumpleaños.
En un momento dado Piñera desapareció, mientras la conversación subía en tono y entusiasmo.
De pronto reapareció el anfitrión con una máscara al más puro estilo Fantomas. Logró sacar carcajadas y aprovechó la ocasión para contar una anécdota:
-¿Sabían ustedes que el primer político de la historia fue Cristóbal Colón?
Evelyn Matthei preguntó por qué…
-Bueno, porque salió con rumbo fijo pero se perdió por el camino, jamás supo adonde había llegado y fueron otros los que le financiaron el viaje…
Las carcajadas ahora eran más estridentes, ya que la ingesta de alcohol estaba haciendo sus efectos.
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