Existen pendientes sobre la necesidad de espacios y adaptaciones sociales para personas autistas, que representan un relevante porcentaje de la población. Sobre esto Leonardo Vidal, terapeuta ocupacional y académico Universidad Central da un repaso a los faltantes explicando las complejidades del autismo.
Por Leonardo Alfonso Vidal Hernandez – Según la OMS, se calcula que uno de cada 100 niños/as en el mundo es una persona autista. En Chile la tasa es de uno cada 51, de acuerdo con el estudio planteado por la Dra. Carolina Yáñez en el año 2020. Es decir, es probable que toda persona conviva con una familia que tiene un integrante con autismo.
Según definición de OMS (2018) los TEA son afecciones caracterizadas por algún grado de alteración del comportamiento social, la comunicación, el lenguaje, y por un repertorio de intereses y actividades restringido, estereotipado y repetitivo. El Manual Diagnóstico DSM V, nos menciona que una de las comorbilidades de esta población son los problemas de procesamiento sensorial. Estudios indican que entre el 69 y el 95% de las personas autistas presentaría estas dificultades, las que pueden presentarse en el área táctil, auditiva, oral, visual, u olfativa.
Estas dificultades se expresan en cambios conductuales, comportamentales, sociales, motores, socioemocionales, entre otros. Pero estas problemáticas no son exclusivas de las personas con autismo, ya que todos procesamos la información sensorial de manera diferente. Es desde allí que este tipo de dificultad puede sucederle a cualquiera, pudiendo referirnos a distintas áreas de la población y su neurodiversidad, sin reparar en edades o diagnósticos.
Una de las dificultades más prevalentes es a nivel del procesamiento de los estímulos auditivos. Para poder ejemplificar de manera sencilla, ante estos estímulos puede existir una respuesta adaptativa o adecuada ante la magnitud del estímulo, o puede existir una respuesta desadaptativa, pudiendo ser esta una hipo respuesta, la cual se puede expresar con conductas cómo no registrar cuando son llamados, lo que suele interpretarse como falta de interés, o una hiperrespuesta.
Lo anterior se ve expresada en conductas como taparse los oídos ante estímulos que pueden parecer inofensivos para otros o incluso realizar rabietas descontextualizadas y que alteran el comportamiento social propio y de la familia, conductas también muy difíciles de autorregular.
Estas dificultades en el procesamiento sensorial de acuerdo con diferentes estudios impactan en la participación de la familia dentro de actividades y espacios cotidianos. Por ende, se limita la participación de la familia en espacios cotidianos cómo ir de compras al supermercado o mall, debido a la cantidad de estímulos que poseen estos espacios y las posibles dificultades conductuales y/o emocionales que podría presentar la persona autista.
En muchos casos, lo que se ve desde fuera es una persona que se encuentra haciendo una pataleta y se estigmatiza a esa familia por sus formas de crianza. Sin embargo, si dentro de los espacios comunes lográramos implementar lugares de calma o autorregulación, podríamos mejorar la experiencia de estas familias. Espacios que permitan llegar a la autorregulación a través de manejo del ruido o luminosidad, piso o paredes con goma EVA, que permitan a la familia abrir círculos de comunicación con el integrante de su familia, entrega de movimiento a través de balones terapéuticos u otros objetos, asimismo podrían ser espacios donde las personas puedan adquirir objetos o juguetes de autorregulación cómo ‘finger toys’, los cuales ayudan en algunas personas a disminuir la ansiedad e inquietud o venta de audífonos que lo aíslen del ruido.
Que el día 10 de marzo se haya promulgado la Ley TEA es un gran avance cómo país, pero debemos pensar en que todos los espacios deben ser inclusivos y responder las necesidades de toda la neurodiversidad. En especial en estas fechas, en las que muchas familias asisten a lugares concurridos para comprar regalos de navidad.
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