Más que un proyecto político, el boricismo se articula como relato: necesita antagonistas, épica y estética para sobrevivir. Con Kast, la historia se enciende; con Matthei o Jara, se convierte en trámite. La pregunta no es quién gobierna, sino quién sostiene el guion.
Por Miguel Mendoza Jorquera.- “Boric 2030” no es un programa: es un guion cuyo éxito depende de elegir al antagonista correcto y mantener encendida la épica del relato. Por eso al presidente Gabriel Boric le acomoda José Antonio Kast y le incomoda Evelyn Matthei; por eso Jeannette Jara puede ser “su candidata”, pero no le conviene que gane. Kast ordena a la izquierda por contraste moral y reactiva el mito del muro contra la reacción; Matthei corre la discusión al Excel, la licitación y la gestión, donde el carisma digital se queda corto. Y si Jara triunfa, diluye el personaje principal: ya no habría cruzada contra la derecha, sino un espejo interno que exhibe carencias de gestión sin excusa épica.
Con Kast al frente, el “boricismo” —esa cofradía millennial que seduce a los centennials con causa, estética y marketing— recupera su combustible favorito: la gesta. Con la exalcaldesa de Providencia o Jeannette Jara, la película se vuelve trámite administrativo. Ahí el “boricismo” pierde brillo.
El núcleo del problema es económico y cultural. Al “boricismo” le da alergia la palabra economía; prefiere “progreso con más impuestos”, como si la aritmética pública fuese un acto de fe. No es que los tributos sean innombrables: es que se confunde recaudar con desarrollar, gasto con resultado, consigna con productividad. Para el “boricismo”, la economía no es tema: es decorado. Y así termina tratando al Estado como una estatua de bronce con pies de barro: monumental en el discurso, frágil en la ejecución.
Se suben impuestos sin priorización, se prometen derechos sin capacidad de entrega, se multiplican programas sin medir impacto, y cuando la obra se triza, la cuenta la pagan todos los chilenos. Progreso sin inversión, sin reglas estables, sin productividad y sin un Estado competente es una promesa incumplible; progreso solo a punta de impuestos también lo es. La economía básica no perdona el autoengaño.
Boric lo sabe, pero su cálculo es otro: necesita un villano claro, no una administradora razonable ni una heredera “propia” que le quite la primera persona del plural. Kast le regala blancas y negras —orden vs. derechos— y permite rearmar al “boricismo” como moral de urgencia. Matthei, en cambio, vuelve irrelevante el truco tribal: ya no se discute identidad, se discute resultado. Y Jara, aunque sea la estampita del mundo “boricista”, no le sirve al protagonista: si gana, se acaba el antagonismo cómodo y comienza el balance de gestión, con los pies de barro al aire.
Por eso el libreto ideal de Gabriel Boric para el 2030 es José Antonio Kast en la otra vereda, el miedo como pegamento y el “revival millennial” como motor para enamorar a centennials que votan con emoción antes que con planillas.
El elenco secundario también está escrito: Giorgio Jackson, hoy marginado y casi cadáver político, cumple la función del “Ave Fénix”. Su travesía por el desierto —España mediante— fue a estudiar y ganar millaje narrativo y político con Podemos de Pablo Iglesias y sectores progresistas del PSOE, y a esperar que el reloj haga su trabajo. La política chilena vive de resurrecciones: cuando vuelve el antagonista correcto, vuelven también los exiliados del poder.
Si Kast encabeza la derecha, la pirotecnia simbólica del “boricismo” tendrá banda sonora; si Matthei o Jara dominan la escena, tocará leer presupuesto, no poesía, y ahí el encanto se evapora.
Seamos claros: Chile no soporta otro ciclo de estatua de bronce con pies de barro. O el “boricismo” entiende que progreso es empleo, inversión y Estado que ejecute, y que los impuestos son un medio y no un tótem; o la estatua seguirá agrietándose y la cuenta, otra vez, pasará por caja de los mismos de siempre. Todos los chilenos pagamos estos platos rotos.
El presidente Boric, sin embargo, juega otra partida: la de la épica útil. Por eso Kast le conviene más que nadie; por eso Jara, aun siendo cercana, no le sirve; por eso Matthei es la piedra en el zapato. Con el enemigo adecuado y el guion correcto, tendremos Gabriel Boric para rato. Y si todo cuadra como indica el cálculo, BORIC 2030 no será un epílogo: será el título de la próxima temporada.
Miguel Mendoza Jorquera, Tecnólogo Médico y MBA.