
Por Miguel Mendoza Jorquera.- Jeannette Jara salió a jugar una presidencial con una misión que en Chile se conoce bien: tratar de quedar bien con todos y terminar quedando sola. Quiso ganar votos fuera de la burbuja sin que el Partido Comunista le colgara el letrero al cuello. Pero cuando el carnet dice PC, el país te mira con recelo… y el partido te mira con lupa. A Jara le tocó el peor cruce: si se moderaba, adentro le gritaban “amarilla”; si hablaba duro, afuera la castigaban por comunista.
Y ojo con un detalle cultural que en el PC no es detalle: la palabra “socialdemócrata” ahí no suena a “corriente europea” ni a “matiz”. Suena casi como un insulto. Es decir: no es debate, es ofensa. Con ese clima interno, Jara hizo campaña con la misma tensión de alguien que maneja con el freno de mano puesto.
Mientras ella intentaba mostrarse como candidata de gestión —más orden, menos consigna; más administración, menos catecismo— el partido seguía actuando como si la elección fuese una asamblea. Y el resultado fue bien chileno: se le fue el tiempo en cuidar la espalda. Porque el PC, en su versión más ortodoxa, nunca ha sido fanático de los experimentos. Ahí están los reflejos del aparato —Lautaro Carmona, Bárbara Figueroa y el tótem permanente de Daniel Jadue— para quienes la moderación es sospechosa y el “centro” es un lugar donde uno se contamina.
En paralelo, el oficialismo tenía otro protagonista con ganas de pantalla: Gabriel Boric. Y acá está el picor político de verdad: Boric no se comportó como el presidente que ordena filas para que su candidata brille. Se comportó como lo que parece ser su rol favorito desde hace años: la némesis profesional de José Antonio Kast.
Jara estaba en la papeleta, pero Boric parecía estar filmando su propia película: Boric vs. Kast, capítulo mil. Y cuando el Presidente se dedica a pelear con el rival como si fuera una vendetta personal, pasa lo obvio: el adversario se victimiza, el debate se polariza y la candidata queda como invitada de piedra en una pelea ajena. Boric no levantó a Jara: la tapó con su combate. La convirtió en continuidad sin darle el beneficio del liderazgo claro. Peor combinación imposible: Boric encima, pero no a favor de ella; Boric encima, pero concentrado en Kast.
Después vino el momento más autoinfligido del balotaje: el debate de ANATEL del 9 de diciembre. Ahí Jara lanzó lo de la “Intentona Golpista” para referirse a María Corina Machado y lo remató con un “es lo que dicen los medios”. Traducido al chileno básico: no tengo antecedentes, pero igual lo digo.
Fue grave no por el detalle internacional —Venezuela siempre aparece como comodín ideológico— sino por el gesto: hablarle a la cúpula. Esa frase no estaba pensada para conquistar al indeciso chileno que anda con miedo, con rabia y con la sensación de desorden encima. Olía a señal interna: “tranquilos, no me ablando; sigo alineada”. Y ahí quedó al desnudo lo que muchos temían: cuando la campaña se aprieta, el PC vuelve a su zona de confort… aunque esa zona sea un pantano electoral.
Kast, mientras tanto, jugó simple: orden, seguridad, mano firme, frases cortas. En un país tenso, el que habla fácil suele ganar. Y la izquierda llegó hablando como si todavía estuviera defendiendo una tesis, no disputando una presidencia. El 14 de diciembre la cuenta fue dura y sin descuentos: Kast se quedó con cerca del 58% y Jara con el 42%. No fue un tropiezo: fue un portazo.
Ahora viene el “premio de consuelo”: Kast llega a La Moneda con un Congreso dividido y, por tanto, con negociación obligatoria. Bien. Pero tampoco hay que vender humo: un Congreso partido puede frenar excesos… o puede fabricar bloqueo. Y del bloqueo se alimenta el populismo punitivo, porque la frustración social no se evapora: se acumula.
¿Y la izquierda? Si quiere sobrevivir sin convertirse en un club de la nostalgia, tiene tres tareas básicas, sin poesía:
Al final, Jara perdió la presidencial, sí. Pero la tragedia chica —la más política— es otra: perdió tratando de ser puente, y en este país los puentes se usan para cruzar… y después se queman. Y Boric, mientras tanto, ya quedó instalado en su personaje favorito: el antagonista eterno de Kast, pensando quizás en una secuela —Boric 2030, Boric 2.0, recargado— como si el problema hubiese sido falta de progresismo y no falta de sintonía con lo básico.
Chile no votó una tesis. Votó cansancio. Y la izquierda, en vez de escucharlo, se dedicó a pelearse entre ella… con el Presidente transmitiendo en vivo.
Miguel Mendoza Jorquera, Tecnólogo Médico – MBA.
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